Epílogo:

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«Primeros pasos» 

DARIEN:

—Oye, ¿Te puedo preguntar algo y no te enojas? —fruncí el ceño ante el gesto dubitativo y sonriente en su rostro. Mi amigo no tenía ni media hora de haberse encontrado aquí conmigo y ya comenzaba a molestarme su presencia burlona.

—¿Qué cosa? —cuestioné con una ceja alzada.

—Has... ¿Has comido de más últimamente? —balbuceó, para después apretar los labios en un vago intento para no reír. Pero, tenía razón. De nada serviría que le mintiera. Así que, resignado, y sabiendo que yo sería su burla, exhalé.

—No, no te equivocas. ¿A quién crees que le dan los antojos insufribles? —ironicé, y apenas terminé de decir, cuando una carcajada se escuchó en toda el área del lobby del nuevo hotel, que aún se encontraba en decoración.

—Es que... es que... ¡Oh dios! —balbuceó entre lágrimas, casi sosteniendo su barriga sin poder dejar de reír. —Tendré que tomarte una foto porque Lita no me lo va a creer —murmuró burlándose, y pese a que siempre he odiado ser blanco de las humillaciones, y siempre he hecho algo cuando me las hacen, supe esta vez que no podía enojarme con mi mejor amigo, a quien no veía desde hace más de un mes. Así que tan solo rodé los ojos y reí ante la caótica situación que estaba padeciendo últimamente. Una situación de la que no tenía queja en absoluto. O bueno, tal vez sí, pero lo consideraba como que era algo irrelevante que se podía solucionar cuando se pudiera.

—Síntoma de couvade. Así se le llama al compartir ascos, antojos, u otros malestares que se dan durante el embarazo y que muchas veces afectan a uno de diez hombres. Eso fue lo que nos dijo el ginecólogo en la última revisión que le hicieron hace dos semanas. Serena ya está en el séptimo mes. Así que, ¿Qué esperabas? Ah, claro, no estoy muy contento con mi reciente situación, pero al menos me siento tranquilo de que esos pasados síntomas de asco en ella ya desaparecieron.

—Sí sé lo que es. Y qué bueno que ya se encuentre mejor. Yo tuve ascos durante los últimos meses antes que naciera Helios. ¿No recuerdas?

—Sí, lo recuerdo. Eras un llorón quejumbroso todo el tiempo —rio.

—Ya sé. Lamento reírme. Pero es que, te juro que no te iba a hacer mención de tu nuevo peso, pero simplemente no pude evitarlo —murmuró pellizcando mis mejillas. —Estás muy pachoncito. Ahora entiendo por qué no has querido ir a Nevada —de nuevo se echó a reír, a lo que yo le di un golpe amistoso a su hombro con mi puño cerrado.

—Ni creas. Ya presentía y me estaba preparando mentalmente para que te burlaras.

—Es que tu aumento de peso sí es muy notable. ¿Cuántas libras has subido? ¿Te has pesado?

—Sí, lo hice. Pero mejor no te digo cuánto es lo que peso ahora porque me seguirás agarrando de tu conejillo de indias —se rio.

—¡Y vaya que sí lo haría! ¿Tú padre ya te ha visto?

—Sí. Y por lo mismo le dije que no te dijera —continuó riéndose.

—Oye, pero ¿No haces ejercicio? —resoplé.

—Por supuesto que sí lo hago. Todas las mañanas salgo a trotar en los alrededores de la casa. Y hago otro tanto de pesas, pero simplemente no consigo bajar de peso. Los antojos son demasiados y muy excesivos. Vivo comiendo todas esas cosas dulces y grasosas que pocas veces en mi vida he comido. Y aparte agrégale que Serena me tiene demasiado domesticado —rio.

—Bueno, pero... te ves feliz —aseguró algo que no hizo más que hacerme sonreír como idiota.

—No lo voy a negar. Es por eso que no me acomplejo, ni me dejo llevar por la ira cuando me hacen este tipo de comentarios —murmuré con la ceja alzada haciéndolo reír nuevamente. —En vez de dejarme llevar por las críticas o burlas de varios, disfruto plenamente de esta bella etapa de mi mujer —me sonrió y palmeó mi hombro.

ATRAPADA POR EL AMORDonde viven las historias. Descúbrelo ahora