Cap. 14: Lazos.

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Su ciudad cambió muchísimo en ese tiempo en el que se había ido. Mientras trotaba por ahí, saludó a una que otra persona que lo reconoció y compró cosas para llevar a sus amigos de la capital. A Atsushi le encantaban los dulces, y a Akutagawa le encantaba Atsushi con los cachetes llenos, por lo que comprar una bolsa grande de gomitas, le gustaría a ambos. Para Dazai, llevaría tabletas de chocolate, le ayudaban a concentrarse en sus diseños.

Seguía trotando, hasta que vio como una mujer que limpiaba su casa, iba sacando cajas y cajas de revistas y diarios afuera. Entonces reconoció en una de esas, un rostro familiar.

Se agachó a observar la caja y tomó un periódico que sobresalía de ella, un nudo en su garganta se formó.

Era el rostro del papá de Dazai, estaba seguro que era él, con un terrorífico título: "Hombre en estado de ebriedad, pierde el control de su vehículo y asesina a una pareja"

Sus ojos rápidamente se llenaron de lágrimas al reconocer a sus padres en aquella foto. No podían ser ellos, no podían haber muerto por culpa de aquel sujeto.

— Disculpe jovencito— Habló la mujer — Estas noticias son viejas, ya de más de diez años, no se preocupe. — Iba a seguir hablando, pero Nakahara salió corriendo con el periódico en mano, dejándola aturdida.

Tenía que ir a casa, necesitaba abrazar a alguien.

Quería hablar con Dazai.

Empujó la puerta una vez llegó, y arrodillado se puso a llorar, siendo observado por su hermana y su mejor amigo.

•••

—¿Para qué me citaste aquí?— Preguntó.

— Quería almorzar con mi hijo. ¿Tiene eso algo de malo?

El castaño chistó.

—Si no hubieras esperado tantos años para almorzar con él, capaz no lo tendría.

—¿Qué parte de estaba preso no me crees todavía?— Suspiró. — Sabía que sería difícil para tí el tener que tratar conmigo ahora, por lo que te traje esto. — Extendió su brazo hacia él, entregándole una carta. — Me la escribió tu madre, léela. Si eres buen hijo reconocerás su letra y su firma.

Dazai dudó, pero la curiosidad fue más grande, por lo que decidió que tomaría aquella carta y se daría el tiempo de analizarla.

Con un revoltijo de emociones la comenzó a leer. En la carta, su madre confesaba el inmenso amor que sentía por Mori, y el dolor que le daría observar a su hijo a partir del momento en que fuera a la cárcel. También prometió ir a visitarlo con el niño, y llevarle su comida favorita. Cuando Dazai estaba llegando al final de la carta, resaltó el hecho de que su madre ya sabía que estaba enferma, y que no tenía el valor de decírselo a nadie, exceptuando el destinatario. Sintió una rabia horrible, una que nunca pensó que su madre le haría sentir alguna vez en su vida, cuando la mujer se despidió de su padre recalcando lo mucho que lo extrañaría y firmando con un rastro de labial rojo característico de ella la carta.

Calmó sus emociones y una vez se aseguró que no se pondría a llorar, entregó la carta al pelinegro frente a él.

—¿Y qué si es verdad? Ahora ambos son unos mentirosos.

— Hijo, yo le supliqué que no te llevara a verme. No podías ver a tu padre en un lugar tan asqueroso y ella me dio la razón el día que fue a escondidas para visitarme.

— La orden, señores— Interrumpió el mesero, dejando la comida en la mesa y retirándose nuevamente al recibir un agradecimiento doble.

— No puedo devolver el tiempo más, pero puedo enmendar nuestra relación desde el ahora.

Un silencio se formó en el ambiente, mientras el castaño degustaba su almuerzo. Terminó de masticar un trozo de pollo que tenía y observó a Mori.

— Prométeme que no te irás de nuevo. — Dijo finalmente, haciendo que el hombre sonriera y sus ojos se iluminaran de incredulidad.

— Eso es un...

— Sí, papá. — Rodó los ojos— Te doy permiso de quedarte en mi vida.

No esperó más, y aunque no sabía si era muy pronto, se levantó del asiento y fue a abrazar al chico frente a él, quien correspondió.

No se dieron cuenta en que momento ambos comenzaron a lagrimear.

•••

Estaba mucho más calmado, tomando un jugo de naranja en la cocina mientras observaba un punto fijo de la pared.

Tachihara no podía creer lo que le había contado, y aunque Kouyou no conocía a ese tal Dazai, si su padre había sido quien asesinó a los suyos, capaz era una mala persona.

—¿Quieres más jugo de naranja, Chuuya?— El chico negó con la cabeza. — Deberías hablar con Dazai por teléfono, tal vez así te sientas algo mejor— al ver que volvió a negar, suspiró y salió de la cocina para ir por su bolso.

— Tu hermana tiene razón, de última deberías dejar de hablarle luego del desfile.

—¡El desfile!— Reaccionó finalmente el pelirrojo— Yo... voy a ser el modelo del hijo del asesino de mis padres en ese mísero desfile.

— Según me contaste, Dazai no se lleva con él.

— Pero tiene su sangre.

—¿Y?— Preguntó algo cansado— Qué tengas la sangre de una persona, no quiere decir que compartas sus formas de pensar y sus actitudes. Yo en lo personal no me llevo con mi familia tampoco.

Tal vez tenía razón. No, sí tenía razón.

— ¡Vámonos ya! — Gritó la mujer, volviendo a hacer presencia en la cocina y apurando a los dos pelirrojos para traer sus cosas— Debemos ir al restaurante a trabajar, ¡ya, ya, ya!

Una vez llegaron, la sensación de nostalgia volvió a hacer presencia en Nakahara. Las paredes y mesas tenían un toque viejo, pero tan bien cuidados estaban que parecían una decoración más del lugar. Miró las fotos y pinturas que colgaban en las cuatro esquinas y le llamó la atención una en específico.

Se acercó a observarla mejor.

— La colgué allí el día que te fuiste. — Confesó Kouyou, tomandolo del hombro. — Tu dibujo de nuestra familia, me hacía sentir que estaban conmigo.

El pelirrojo no se dio cuenta hasta ese momento lo sola que se debió sentir su hermana. Todos se habían ido, y ella mantuvo firmeza y dulzura a pesar de eso, y siempre que le insistía para que regrese, el chico no contestaba.

Fue egoísta. Su hermana trabajaba en ese lugar tan sola y él perdía el tiempo en una ciudad donde se burlaban de él.

¿Y si abandonaba todo en Tokio y regresaba a su lado?

—Chuuya. — Llamó Tachihara, sacándolo de su nube de pensamientos— Vamos a limpiar todo, toma— Le entregó una escoba.

Sacudió su cabeza, suspiró y con la escoba en mano, comenzó a trabajar.

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