4. M

21 3 0
                                    

Es real que quería marcharme hace tanto. Mi madre sólo me dio el empujón a hacerlo. Sin ella.

No es muy grato que alguien tan importante se aleje así como así de tu vida dejando un vacío difícil de llenar.

Mi madre.

La persona que me dio la vida. La única que dentro de toda mi locura, supo ayúdarme a sobrevivir.

Desde el evento pasado.
Muchas cosas abarrotaron mi mente.
Se siente como si sufriera de una saturación de información.

De recuerdos.

Cada uno de ellos pasa en flashbacks, sin aviso o pena alguna.

En algunos dudo que sean cien por cien míos, otros que suenan tan lógicos ahora y unos más que me niego a aceptar.

Eso me hace detener mi tarea de empacar ropa y mi cerebro me lleva a remontar el pasado.

En la preparatoria. Cuando mi vida era un caos de venganza y sed de justicia impuesta.

Recuerdo a esa Amara del pasado.

Las cosas que observaba dentro de mi rango de visión, tenían un límite. Uno que jamás se excedía.
A pesar de que mi intuición gritaba que corriera, optaba por averiguar hasta donde era capaz de llegar mi tozudez.

Mi mente aviva el recuerdo.

— Realmente llega lejos. — Miraba mi obra maestra con las manos en las caderas. — Bastante lejos.

Reía de la grandiosa trampa que acababa de montar en la habitación. Salí de ahí por la ventana trasera. Donde se encuentran las escaleras de incendios.

— Que imbécil.

¿Había estado mal ser esa especie de vengadora o salvadora?

Eso justo ahora me da igual. Igual que como lo hizo en ese entonces.

Ese tipo de daño, no se borra tan fácil.  No del que causó.

Me quedo un par de pisos debajo.  Lo suficiente para no perderme lo mejor que se me pudo ocurrir.

Ese idiota quizo tener sexo conmigo. Cosa que hubiera sido concedida. De no ser por su cámara oculta.

Pillado in fraganti.

Admito, que estaba bien disimulada, discreta, con menos del uno por ciento de ser descubierta. 

Pero... oh si. Yo la vi.

El estúpido foco rojo apuntando en la mejor dirección.

Cuando escuche sus llaves caer en el platijo de porcelana. Justo cuando la luz de su habitación se encendió. Presione el botón.

—  Te gusta coleccionar vídeos. Colecciona este. Imbécil.

La serie de ruidos seguidos, fueron una sinfonía perfecta para mis oídos.

El desastre caía donde debía. La notificación de la transmisión llego a mi celular.

Será inmortalizado. Es lo menos que se merece.

Arrojó el pequeño control a la basura y troto con el morral lleno de CD's de porno casero golpeando mi espalda.

Imaginaba un buen número.
Y no que pasaría de diez. Maldito enfermo.

Les hice saber a las chicas de manera anónima, que están seguras.

Ya no podrá chantajearlas.

Me han pedido que queme cada disquete y es lo que haré. Otras lo quisieron de vuelta y allá irán.

Me importa una mierda lo que hagan con eso. Ya está en sus manos apartir de ahí.

Esa noche. Madre y yo nos íbamos. Iniciaría el nuevo ciclo escolar en otra preparatoria.

En ese entonces, la muerte de los abuelos fue una buena razón para iniciar de cero. E íbamos a lograrlo de la mejor manera.

Al ir por el callejón, mis ojos empezaban a picarme.  Sombras vi a través de ellos.

Los talle con ímpetu. Hasta que la sensación paso.
Toque el frasco dentro de mis pantalones negros y metí una bajo mi lengua.
Eran 17 años de mi vida y todos hasta el momento han sido medicados. 

El pinchazo que vino después, despertó a mi cerebro de un tirón.

Amara la esquizofrénica. La loca que ve sombras. La vengadora. Una que ve por si misma y nadie más. Si ayudaba a alguien en el proceso, bueno... estaba de más. Bien por ellos.

Me paré de la habitación, llendo al balcón. Suspire, encendiendo un cigarrillo.

— Siento tu presencia de nuevo.

Cerré los ojos.
Se que está ahí. Siento su ojos escrutarme. Cada poro de mi piel lo sabe.

El interfon sonó.

— Servicios de mudanza.

— Adelante.

Un grupo de tres hombres en traje azul, comenzó a llevarse las cajas que abarrote en la sala.

— Venga conmigo. Acá está el resto.

Subió las escaleras detrás de mi.
Señale mi habitación. No es más que una sombra de lo que fue. Ahora parece un cascarón vacío. Sin vida.

Seguí marcando el resto como donación.

La mudanza sale primero. En teoría deberá está ahí antes de que yo llegue.

Cuando ellos se marchan y todo queda vacío. Puedo sentir el peso de la realidad oprimir mi pecho.

Tres maletas y una mochila de viaje esperan junto a la puerta.

— Es oficial. — El nerviosismo se nota en mi rostro. — Me voy. Oh. Mierda. ¿Es tan difícil?, no se porque le hablo a una habitación vacía. — Miro de nuevo el apartamento. Emociones mezcladas. Recuerdos. Todo pasa en frenesí.  — Te echaré de menos.

Arrastró las maletas y cierro detrás de mi.
El auto del aeropuerto está justo al frente. Un hombre en traje negro baja y mete mis cosas al maletero.

Reviso una vez más mis documentos y el hombre pone el auto en marcha.
Mi vuelo sale a las 8:00pm.

Estaría llegando a mi destino al rededor de las 4 de la tarde. En listo las cosas que necesito. Y el permiso para el arma que solicite llega a mi correo.

Tendré que quedarme en el pueblo dos días más, para terminar el trámite de manera presencial.

— Luce emocionada.

Miro el espejo retrovisor. Los ojos negros del hombre me reciben.

— Un poco. Es un sueño desde hace un tiempo.

— Es grato ver a los jóvenes ir tras sus sueños. Así formó parte de ellos. De alguna forma. Es sabido que no todos llevan la emoción que usted muestra. Veo miedos, nervios, lágrimas, alegría, enojos y otras, frustraciones. Cada uno viaja por motivos únicos.
Por eso cada viaje es especial. Tanto para ellos, como para mi. 

— Tiene razón. Aunque no estuvo en mis planes irme sola. Creo que lo hago por las dos.

Asiente y seguimos el camino en silencio.

Agradezco que no pregunte más.

Tomo asiento y espero a que anuncien mi vuelo.


El Secreto Del BosqueDonde viven las historias. Descúbrelo ahora