12. E

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—¡Maldita sea! — la única cosa que odiare por siempre, hasta el día de mi muerte. Será el hecho de ser mujer y tener que menstruar — ¡Como duele!

Me sumergí en la decadencia del dolor, envolviendo mi pena en cobijas de tela suave y caliente.

Una vez leí en alguna parte, que el dolor menstrual, no es normal.
Apuesto a que no es humano sentir tal dolor, piquetes en el culo cada dos por tres, sentir como algo te desgarra por dentro y todo para sangrar por 5 benditos días.
Esa terrible sensación y yo, no nos llevamos bien.

Odio cualquier cosa que traiga dolor punzante y asqueroso.
Ah no ser; claro, que sea acompañado de placer.

Y hasta en eso tengo mis límites.

Suelto un gruñido por el golpe insensible que sentí en la espalda baja y me atraviesa hasta el ovario izquierdo, saliendo justo de entre mi abdomen bajo.

— Odio esto. — levanto el rostro de la almohada.

Entre mis quejas, estoy segura que vi una sombra pasar a los pies de la cama.

En este momento tengo coraje acumulado.

— Más te vale que... mmj. — otro dolor desgarrador me arañó la piel interna, justo encima de donde está mi vientre.

O al menos cerca de allí, se me olvida la anatomía con el maldito dolor.

Por alguna razón extraña, esta vez estoy 100% segura que la sombra volvió a pasar.
Y me esta sacando de quicio porque me da vibras de madre preocupada e impaciente.

Lo que me pone en un modus operandi al que llamo "modo perra".

Mantuve la vista puesta en la esquina en que lo veo girar, pude observarlo en toda su extensión, casi tocando el techo de mi habitación.

— ¡Tú! — la cosa giro en mi dirección, sus orbes rojos irradiando curiosidad. Otra punzada sacudió mi cuerpo — más te vale quedarte quieto. Joder — Como duele.
Inhala, exhala — O voy a atravesar la bonita sombra que llevas por cara con plomo. — mantuve mi vista en sus ojos — terminaras con mi paciencia muy pronto.

Su altura se redujo un par de centímetros.
Desearía que mamá estuviera aquí.
Tuerzo mi cuerpo en una manera que ni yo entiendo y el dolor se detiene por un rato.

"Eso", no desapareció por más veces que parpadeo, se ha quedado quieto, observando con suma atención mis movimientos. No se que número de interacción sea esta.

Pero, no parece que quiera hacerme daño.

— Entonces, ¿Eres un acosador? —El dolor me hizo torcer mi cuerpo aún más. No aleje mi vista de su silueta — me haz jodido toda la vida, ¿Sabias eso? — Escucho el goteo del grifo — Apuesto a que te da igual.

Me arrastro por el colchón hasta quedar sentada, recargada en la cabecera de la cama. Coló dos almohadas bajo mi espalda.

La visión de mi misma es la de una mujer con problemas mentales: invalida, enferma, pálida y a nada de morir.

— El psiquiatra estaría feliz de esta vista. Y todo porque oficialmente le hablo a una sombra apática, la cual no se si habla.
Estuve internada por tu culpa, lo menos que merezco es una disculpa. — tomo la bolsa caliente de la mesilla y la coloco en mi vientre, el viento sopla más fuerte de lo usual. Haciendo que el frío aumente.

— Ojalá fueras de carne y hueso, para que puedas abrazarme. Necesito — me acorruque en las mantas de nuevo — ...calor corporal.

Los rayos del sol me hacen sonreír, abro los ojos y me rodea un prado  de flores rosas y blancas, colores tan tenues que hacen juego al viento cálido que ondea mi cabello. Escucho la risa que produzco mientras corro hacia la playa.

El Secreto Del BosqueDonde viven las historias. Descúbrelo ahora