Microrrelato 10: Teorías del bar Esmeralda (Parte I)

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Tematica: Conversaciones en un bar.

Tras una semana de lluvia intensa, el aire comenzaba a concentrar menos humedad. Ese dia el cielo estaba nublado, por lo que entraba poca luz por las ventanas y daba la sensación de estar en el interior de una oscura cueva.

La mesa donde se había sentado Edmundo era la que siempre solía ocupar con sus amigos y tenía una superficie agradable al tacto cuando deslizaba la yemas de los dedos sobre ella.

Edmundo sonrió, antes de dar un sorbo a su vaso de cerveza y luego se dejó caer sobre la silla de madera, que crujió bajo su peso.

A lo lejos, su aspecto recordaba al de un pirata. Se había rapado la cabeza y tenía una barba negra, larga y tupida, que le llegaba hasta la mitad del pecho. Además, un pendiente en forma de gancho negro colgaba del lóbulo de su oreja izquierda. Sin embargo, la impresión inicial contrastaba con la elegancia de su ropa bien planchada.

El bar Esmeralda era el lugar elegido por sus cuatro amigos y él (*) para reunirse una vez en semana, siempre y cuando pudieran escaparse de la rutina de sus vidas. A veces sucedía que el día se torcía y ninguno conseguía llegar hasta allí, lo cual generaba cierta preocupación en los propios camareros y en el propietario, que ya los tenía como parte de la pequeña familia de botella y vidrio.

En las reuniones del bar Esmeralda sus amigos no se emborrachaban. Tampoco hacían tonterías ni se comportaban como adolescentes, o garrulos. Esas reuniones eran para filosofar, reírse, criticar el panorama politico-ambiental y quitarle hierro a todo lo que los quisiera atrapar entre las garras del estrés.

— ¿Qué pasa con tu rollo, Ed? — Dijo Hermenegildo, cuando logró llegar con sus largas zancadas hasta el fondo del bar, donde se situaba la mesa.

Edmundo hizo un ruido parecido al de un gruñido y levantó la mano para pedirle al camarero que trajera una copa a su amigo.

— Aquí, mojando la barba en el mejor de los elementos — Respondió Ed, refiriéndose a la cerveza.

Gildo, como le llamaban, era un bicho palo. Cuerpo fino y largo. Extremidades largas. Cara larga. Ojos grandes detrás de aquellas milenarias gafas de pasta redondas, de miope profundo. Alguna vez habían bromeado sobre la longitud de su miembro, escondido en esos pantalones anchos y agujereados de gimnasio.

— Bueno qué ¿Empezamos ya? — La voz chillona de Luciano llegó hasta los oidos de los dos y los hizo mirar al frente — ¿Dónde está mi cerveza?

Luciano era corpulento, de piel morena y un tanto bruto. Su forma de hablar no tenía nada de dulce, pero su ser interior era tan noble que a menudo tenían que explicarle la diferencia entre ser bueno, tonto y justo, asi como darle consejos en temas que para ellos resultaban ser básicos, porque no sabía establecer límites.

— Faltan Cosme y Cipriano — Apuntó Gildo, golpeando con los nudillos de una de sus manos la madera de la mesa — ¿Los esperamos?

Edmundo se terminó su cerveza y pidió dos más. Miró a sus amigos con sus pequeños ojos reflexivos.

— No. Necesito soltar lastre — Declaró en voz alta Ed — Creo que he averiguado donde está el infierno.

A la vez que decía estas palabras, se mesaba la tupida barba con los dedos.

— Vale, veo que empezamos fuerte — Dijo Gildo, ajustandose las gafas con un movimiento rápido de nariz — Aguarda un momento ¿Tú crees en el cielo y el infierno?

Edmundo aprovechó para tomar un sorbo de la cerveza que le acaban de servir.

— Oh, amigo. Yo cuando estoy follando con mi mujer, por supuesto que creo en el cielo — Dijo Luciano, sin poder contener una carcajada.

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