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A Adara siempre le había gustado la naturaleza

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A Adara siempre le había gustado la naturaleza. Y los sitios húmedos. Ya tenía suficiente calor interno así que la lluvia la refrescaba y la hacía sentir segura.

Miró sus dedos, donde pequeñas llamitas danzaban agitadas por la lluvia que les caía encima. Le había costado casi un año conseguir ese truco sin que toda su mano estuviera envuelta en llamas. Y no podía moverla si no quería descontrolarse.

No sabía de donde le venía el don. Su madre era perfectamente normal. Quizás de su padre. Nunca pudo comprobarlo porque en cuanto se enteró de su llegada, hizo las maletas y nunca volvió a aparecer.

Lo único que había heredado de él era el color de pelo. Por suerte los ojos claros provenían de su madre. No quería que su progenitora tuviera que mirar los ojos que la habían abandonado estando embarazada cada día de su vida.

Su infancia fue perfectamente normal. Creció entre su casa y la de sus abuelos. Su madre se graduó en medicina cuando ella tenía seis años. Cuando cumplió los doce sus abuelos murieron con pocos meses de diferencia. Y entonces su don apareció. Casi incendió toda su casa el día después del entierro de su abuela.

Su madre entró en pánico cuando comprendió que fue ella la que había incendiado la casa sin querer. Con sus propias manos.

Después de eso se mudaron. Y cada vez que Adara tenía un pequeño incidente volvían a mudarse. Con el paso del tiempo había aprendido a controlarlo mejor y a sus casi dieciocho años estaba orgullosa de decir que llevaba meses sin quemar nada.

Bueno, lo estaría si se lo contara a alguien. Pero era un absoluto secreto. Era la única regla estricta que mantenía su madre. Ambas sabían que sería un sujeto experimental si su habilidad llegaba a oídos indeseados. Y Claire Collins jamás dejaría que eso le ocurriera a su única hija.

Eso había hecho que no tuviera amigos íntimos. No podía entablar una relación estrecha con nadie sin ponerlo intrínsecamente en peligro. El fuego se le iba de las manos –literalmente- cuando sentía emociones fuertes. No quería quemar a alguien simplemente porque se había enfadado con dicha persona.

Cerró los ojos, respiró hondo y lo soltó con un largo suspiro. Cuando volvió a abrirlos las llamas habían desaparecido.

Sonrió orgullosa. Cada vez se le daba mejor.

Cerró el cuaderno que tenía a sus pies, en la hoja –un poco mojada por la ligera lluvia- había unos ojos que la miraban fijamente. No sabía por qué pero desde que había llegado al pueblo unos ojos dorados siempre se le aparecían mientras dormía. Era extraño pero no era una pesadilla, esos ojos la hacían sentir segura así que no le daba demasiadas vueltas a ese sueño recurrente, quizás era su cerebro intentando acostumbrarse al nuevo lugar.

Metió todo en la mochila, se levantó y salió del bosque, rumbo a su nueva casa.





Era diciembre. Por lo que el curso había empezado hacía meses. No era demasiado agradable tener la atención de todo el instituto a primera hora de la mañana. Cientos de miradas clavadas en su nuca.

-Así que eres de Nueva York. –comentó Mike, un chico rubio que se sentó con ella en la clase de literatura justo después de una escueta presentación por parte de su profesor y se presentó de forma animada.

-De Chicago, técnicamente. Pero vivía en Nueva York. –comentó intentando ser amable pero no queriendo darle demasiadas alas. Sabía que lo que le dijera volaría de boca en boca.

-¿Y por qué te has mudado al último rincón del mundo? –preguntó confuso, sin saber qué podría haberla alejado de las grandes ciudades.

-El trabajo de mi madre. ¿No te gusta Forks?

Mike Newton se encogió de hombros.

-Esto cada día está más muerto. Todo es siempre igual.

-Bueno, eso puede ser parte de su encanto.

Mike soltó una carcajada, un poco forzada.

-Dímelo cuando lleves aquí más de un año.

Adara ni siquiera sabía si duraría tanto pero la llamada de atención del profesor la salvó de responder.






-¿Te quieres sentar con nosotros? –comentó Mike al verla en la cola de la comida. A su lado iba otra chica que la miraba de cabeza a los pies con poco disimulo.

-No, gracias, me gusta comer sola. –esbozó una pequeña sonrisa de disculpa y clavó sus ojos azules en los de la chica. Lo mejor era no dejarse intimidar desde el primer momento, ahorraba muchos problemas. –Soy Adara, por cierto. Estoy casi totalmente segura que mi nombre no aparecerá en mi frente por mucho que me mires fijamente.

La chica parpadeó mientras la sangre subía hasta sus mejillas.

-Je-Jessica. Es que...-alzó un dedo señalando su pelo suelto con la mentira improvisada en sus labios. -...me gusta. Me gusta tu pelo. ¿Es natural?

Adara asintió sin molestarse en responder verbalmente, colocando un poco de ensalada en su bandeja y alzó la mano como gesto de despedida hacia Mike –al fin y al cabo el chico era amable, pesado pero amable- antes de buscarse un asiento en una mesa vacía.

Sólo le había dado un bocado a su trozo de pizza cuando notó a alguien justo delante. Alzó la mirada para ver a una chica que se mecía sobre sus pies y la miraba aparentemente confundida por verla allí.

Adara se fijó en que tenía mal aspecto. Unas profundas y oscuras ojeras parecían tatuadas bajo sus ojos y estaba segura de que le faltaban unos cuantos kilos para su peso ideal. Además, se mordía tanto el labio inferior que probablemente se hiciera daño.

-¿Quieres sentarte? –preguntó con suavidad cuando la chica se mantuvo en silencio.

Ésta pareció dudar pero finalmente asintió, sentándose justo enfrente de la pelirroja. En su bandeja no había comida, sólo un refresco.

-Soy Adara. –se presentó. No es que quisiera entablar conversación pero había algo en ella que le daba cierta ternura. Estaba claro que pasaba por un mal momento. Lamentó que sus habilidades sociales estuvieran oxidadas.

-Bella. Puedes llamarme Bella.

-Un placer, Bella. –movió su bandeja hacia la morena. -¿Quieres un trozo de pizza?

Bella bajó la mirada hacia la comida que le ofrecía, dudando si aceptarla o no.

-Vamos, es sólo pizza. Te prometo que no es ningún contrato vinculante en el que me juras lealtad eterna. –comentó con diversión la pelirroja.

Bella sonrió, aunque se sentía un gesto forzado en su rostro después de tantos meses sin expresión alguna también se sintió genuinamente bien.

-Gracias. –murmuró cogiendo el trozo y dándole un bocado.

Aunque ninguna de las dos lo sabía, su amistad acababa de comenzar.







Al final lo acabé antes de lo que creía. La inspiración es la inspiración jajajaja.

En esta historia Bella no es mala. Respeto y a veces me gustan las historias donde la ponen de mala pero para mí nunca lo fue, sólo una chica locamente enamorada. Y en Luna Nueva da penita. Así que encontrará en nuestra pelirroja el apoyo que necesita <3

Compañera. | Alice Cullen.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora