La primera parada de su repentino viaje fue mucho más cerca de lo que Adara pensaba. La casa que le habían regalado a Edward y Bella.
-Alice, ¿qué estás haciendo? –murmuró la pelirroja. A pesar de que el hogar se encontraba vacío tenía ese sentimiento de no deber estar ahí sin permiso de su mejor amiga. Era su casa y ellas se habían colado.
-Un plan de respaldo. –dijo la pequeña vampira sin dejar de hojear uno de los libros. Finalmente escribió algo en la primera página del libro y arrancó otra, aprovechando el espacio en blanco para escribir en ella. Dobló el papelito para metérselo en el bolsillo y se giró hacia su compañera. –Hora de cruzar la frontera.
Como era de esperar, Sam estaba en el umbral que separaba ambos territorios. Que no se intentaran matar no significaba que los lobos confiaran en ellos. Pero incluso él se mostró confundido al verlas aparecer. Ya sabía que había una amenaza sobre ellos y lo último que esperaba era que algunos huyeran.
-Tenemos que pasar. –explicó Alice. Y su tono no dejaba lugar a ninguna pregunta.
Sam pasó la mirada por ambas vampiras, con sus enormes brazos cruzados y una arruga entre las cejas. Por un momento, Adara pensó que tendrían que derribarlo para pasar pero, finalmente, el alfa se apartó a un lado.
-Gracias. –dijo Adara con una pequeña sonrisa de agradecimiento mientras Alice le entregaba la nota de su bolsillo al lobo.
-Para Bella. –murmuró Alice antes de coger la mano de Adara y echar a correr. No dejarían de hacerlo durante varias semanas.
Salir de Forks fue fácil, incluso de Estados Unidos, pero su viaje se fue complicando cuanto más al sur se desplazaban. El sol era un gran impedimento cuando estaban en zonas pobladas así que la mayoría de sus movimientos los realizaban de noche.
Las visiones de Alice se iban haciendo más nítidas.
-¿Quién es? –preguntó Adara cuando Alice acabó de dibujar el rostro del chico que se aparecía en sus visiones.