Capítulo 3: Un Pedido Inusual

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Victoriano salió de su despacho para buscar a su mujer.

—¿Inés? ¿Donde estás, mi amor? ¿Inés? — gritaba mientras caminaba.

—¡Patrón, la señora subió a los balcones! —gritó Lichita desde la gran sala.

Victoriano subió y salió a los balcones de la hacienda.

Victoriano sospechaba lo que podría estar haciendo su mujer.

—¿Inés?

Ella estaba podando las plantas que adornaban y daban un ambiente tranquilo.

—Aquí estoy, mi amor —sonreía mientras lo veía acercarse — ¿Necesitas algo, mi vida?

—Tengo que salir, requieren de mi presencia en la procesadora... al parecer unos productos no fueron entregados a una tienda y no sabemos que sucedió.

—No puede ser, es la segunda vez que pasa en este mes, esa empresa de transporte no me gusta para nada — continuaba quitando lo superfluo de sus plantas.

—¿Crees que debamos cambiar?

—Yo opino que sí, mi vida... no inspiran confianza ni calidad, Victoriano.

—Está bien... ven aquí...—tomando de la cintura hizo qué Inés se volteara hacia él.

Ella soltaba risitas mientras su marido le daba besitos en el cuello y mejillas.

—Regreso en la noche, morenita.

—Te espero para cenar, mi amor...

Victoriano sonrió. —No, mejor espérame en la cama... con el camisón cortito que me encanta — bajó una mano a la nalga de ella — esa será mi cena... — le estrujó.

—No tardes entonces, mi rey— le besó suavemente en los labios.

Victoriano ronroneo por unos segundos para luego separarse de ella.

Inés continuó en lo suyo y Victoriano se retiró.

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Alejandro estaba en las caballerizas con Julio, limpiaban juntos el pasto y heces en los corrales de cada uno a excepción del de Gracia.

Inés se encargaba exclusivamente de ella.

Julio tenía gran cercanía con los hermanos Santos, en especial de Alejandro.

—Ya el establo de Niebla está listo, Alejandro.

—Gracias, Julio... Solo falta que mamá venga y se encargue de Gracia... ya vuelvo, iré a decirle — limpiaba sus botas rápidamente.

Pero Julio se mostraba inquieto como si quisiera hablar pero no lograba sacar las palabras correctas.

—Julio, hace rato estás raro, ya dime que te pasa, hombre.

Julio suspiró agobiante, movía tontamente su escoba de paja.

—¿Te acuerdas de la carrera que te hablé?

—Ser médico veterinario, por supuesto.

—Pos no me alcanza la lana, mano... ni trabajando toda mi vida podré pagarlo.

Alejandro lo miraba tratando de encontrar una solución. Como su padre, posaba sus manos en la cintura.

—¡Ya sé! — gritó de pronto — ¡Mamá te va a ayudar?

—¿Qué? ¡Jamás! ¿Cómo crees eso, Alejandro? Que vergüenza.

—Oh, ¿Porqué? A mi mamá le encanta ayudar, Julio... si le cuentas tu situación ella sabrá que hacer... es más, espera y la traigo — salió de la caballeriza.

La Mujer De Victoriano SantosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora