Capítulo 4: Controlar Y Proteger

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Amaneció, Victoriano fue el primero en despertar.

Sonrió apenas vió el rostro de su mujer dormida sobre esa almohada, desnuda completamente.

La despertaría besándole los labios y acariciando la espalda delgada de ella para bajar hacia los glúteos y darle suaves palmaditas.

—Señora Santos, no se vale ser tan dormilona... despierta, mi vida...

Inés hizo un puchero negando.

—¿Tan temprano y ya está de rebelde mi morenita?

Inés se removía no queriendo levantarse.

—Vamos a bañarnos, mi vida... Agua tibia, eh.

—Yo no quiero —protestó con suavidad — ¡oblígame! — se escondió entre las sábanas.

Victoriano le retiró las sábanas de golpe y la alzó.

—¡Eres un grosero, Victoriano!

—Si no te levanto después me lo recriminarás, mujer.

Inés cerró los ojos nuevamente mientras era llevada en brazos por su marido.

Victoriano la bajó y se adentró con ella en la regadera.

Inés dió un grito al sentir caer el agua tibia.

—No te enojes, morenita... te bañaré yo.

Inés hizo un puchero de nuevo.

—Ya, mi vida... — le besó la frente.

Victoriano tomó el jabón y comenzó a bañarla por los brazos, luego pasó suavemente enjabonándola por el vientre subiendo hasta los senos. Después, pasó por toda la espalda para bajar hasta las nalgas y travieso le nalgueó.

—Ya deja de nalguearme, mi amor... — rió.

—No me pidas tal cosa, mujer... — tomó el shampoo y le lavó el cabello.

Luego ella se enjuagó y salió cuando terminó.

—Me voy a vestir, mi vida.

—Sí, mi vida... yo ya salgo.

Inés asintió saliendo.

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Aún en la habitación, ambos vestidos, se daban besos antes de salir.

—Hoy tengo mucho por hacer, debo ir a revisar el avance de nuestras cosechas...

—Yo tengo que empezar con lo de la beneficencia que es mañana, tengo que ir al pueblo... me voy con Julio, mi amor... — siguieron besándose.

—Me llamas cuando puedas, mi amor...

Inés asintió.

—Mi amor, estaba pensando... —sonrió con cierta timidez — ¿Y si planeamos una cita, tú y yo?

—¿Una cita?

—Sí, como... como un picnic en el campo... llevamos comida y podríamos ver un atardecer... o ir en la mañana... no sé, se me ocurre... ¿Tendrías tiempo? ¿No te gustaría?

—Pero por supuesto, mi morenita... algún día lo haremos.

Inés emocionada le besó de nuevo.

—Bueno, bajemos a desayunar, mi vida.

Victoriano asintió.

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Pueblo.

La Mujer De Victoriano SantosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora