Capítulo 5: Te Amo, Mi Niña

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Inés cerró con llave la habitación y con el corazón abatido se tiró a la cama para llorar, escondiendo su rostro entre las almohadas.

Victoriano intentó abrir la puerta.

—¡Inés, ábreme! ¡Perdóname, mi amor! ¡Ábreme, morenita! ¡Hablemos!

Victoriano se sintió miserable al escuchar a Inés llorar, se escuchaba a lo lejos y su corazón estrujó.

Era la primera vez que Victoriano había hecho que su mujer llorara a causa de él.

—Mi amor, si no me abres abriré yo con mis llaves...

—¡Si lo haces me iré a dormir al establo con Gracia! — gritó mientras lloraba.

Victoriano no podía permitir tal cosa.

—Está bien pero ábreme, mi amor... déjame verte y pedirte perdón... soy un imbécil... golpeáme, pégame, hazme lo que quieras pero déjame verte... — pegó su frente a la puerta.

Inés seguía llorando y no abriría por más
que Victoriano le suplicara aquella noche.

Victoriano se tiró al piso frustrado.

A los minutos había dejado de escuchar  llorar a Inés, el supuso qué se había dormido y estaba en lo correcto.

Inés se había quedado dormir después de llorar.

Victoriano pasó la mitad de la madrugada ahí sentado en el piso meditando todo lo que había sucedido y lo que había dicho.

Se levantó con pesadez, una noche sin dormir sin su mujer ha sido lo peor que ha pasado en su matrimonio.

Se fue a su despacho y se tomó un tequila para tratar de ahuyentar las ganas de llorar que tenía, pero era inevitable.

Se sentó en su silla pensando en su esposa el resto de la madrugada, no pudo dormir ni un solo minuto.

>>>

Había amanecido y lo que hizo despertar a Inés fue la luz del sol que traspasaba la ventana, una luz que le daba la bienvenida a un nuevo día.

Miró el lado de su marido que estaba vacío, lo extrañó profundamente.

Una mañana diferente para el matrimonio Santos.

Inés fue al baño, se lavó su rostro, se dió un baño sola y eso la hizo sentirse extraña, siempre se daban un baño juntos.

Ironías de la vida.

Se vistió con la ropa que hacía mucho no usaba, traje de equitación.

Inés se sintió bonita al verse en el espejo.

Casi todo su traje era negro, a excepción de la blusa que llevaba, color verde. En su rostro se polvoreó con sutileza, un labial rojo, perfume y por último se hizo un moño bajo para que al ponerse su sombrero no incomodara.

Bajó y las muchachas de la cocina le sirvieron el desayuno de siempre, comió y trataba de estar tranquila.

—Su marido e hijos salieron juntos a recorrer las tierras, mi niña.

—Gracias, Lichita... yo hoy tendré un día pesado... creo que estaré a medio día aquí, estaré con Gracia... te encargo el almuerzo, haz lo que creas conveniente, por favor.

Lichita estaba entristecida al ver a Inés decaída, habían logrado escuchar la gran discusión de anoche.

—Claro que sí, mi niña... no te preocupes.

Inés se incorporó y tomó su sombrero.

—Ten un bonito día, Lichita...

—Igualmente, mi niña.

La Mujer De Victoriano SantosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora