Capítulo 11: Una Realidad Dolorosa

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Veinte hombres en busca de la mujer de Victoriano Santos.

Y Victoriano gritaba el nombre de su mujer por sus tierras, nunca había imaginado que pasaría por algo así en su vida.

Su propia esposa perdida en las tierras que tanto amaba.

En su cabeza rondaba la gran incógnita de aquel disparo en la yegua de su mujer, ¿Quién se habría atrevido a atentar contra la vida de la mujer que amaba con toda su alma? Sin duda alguna alguna, su sangre hervía de ira.

—¡Inés! ¡Inés! ¿Dónde estás, mi amor? ¡Inés! ¡Por favor, Dios! ¡Ayúdame a encontrar a mi mujer! ¡Estoy desesperado! — giraba a todo lo lado habido y por haber, con la luz de su linterna como única guía.

Lluvia caía sin detenerse, la tierra estaba cada vez más resbalosa.

—Patrón, si seguimos con los caballos se van a lastimar, es mejor ir de pie.

Victoriano se bajó de su caballo.

—¡Vamos! ¡Busquen por todos lados! ¡Debajo de las piedras si es necesario! ¡Mi mujer debe ser encontrada esta misma noche!

La noche estaba fría y oscura, Victoriano estaba angustiado por que sabía que su esposa era una persona friolenta y también que no le gustaba la oscuridad.

Su morenita estaba sola, bajo la tormenta lluviosa.

Todos se dispersaron, los hijos de Inés por igual.

Daniel, el más chiquito de los tres, le gritaba a su mamá en medio del llanto.

—¡Mamá! ¡Mamá! — guiaba su linterna en todas las direcciones — ¡Por favor, mami! ¿Dónde estás?

—¡Mamá! — gritaba Miguel desde el otro extremo, entre arbustos — ¡Mamá, te estamos buscando! ¡Te vamos a encontrar!

Alejandro estaba más lejos, acompañado de Benito.

—Vamos, mamá — susurraba —. Tienes que estar aquí, cerca.

Julio también buscaba desesperado a su patrona, no podía creer lo que había sucedido.

Victoriano no se detenía, buscaba y buscaba, empapado completamente, nada le importaba, lo único que quería era tenerla en sus brazos.

Victoriano se acercaba cada vez donde estaba Inés, quien seguía inconsciente. Había pasado horas desde que la empezaron a buscar, era madrugada.

Pero, al fin, Victoriano había llegado al lugar donde estaría su esposa.

Se acercó a aquel barranco notando lo peligroso y empinado que estaba, cuidando de no resbalarse se inclinaba para ver el fondo de este iluminando con su linterna, hasta que logró divisar el cuerpo de su mujer entre aquellos arbustos viejos, rocas alrededor y lodo.

Su corazón quedó más destrozado al ver como estaba ella ahí, boca abajo, solo lograba ver la espalda y no su rostro.

—¡La encontré! — gritó desesperado y ahora sí, en llanto — ¡Encontré a mi esposa! ¡La encontré! — gritó lo más fuerte que pudo para hacer saber a los demás.

Sin importarle nada, se deslizó en aquel empinado deslizamiento hasta tocar suelo y llegar a ella como pudo.

—¡Inés! ¡Mi amor! — la tomó de los brazos para voltearla y se quedó sin aliento por un instante al ver su estado — ¡No! ¡Inés! — gritaba del dolor al verla — ¡Ay, mi amor! ¿Cómo te pasó esto? — lloraba desconsoladamente — ¡Ah, esto no me puede estar pasando!

Inés tenía heridas en su rostro, tenía una laceración horrorosa en su frente y cerca de sus cejas, herida en su mejilla izquierda, su cuerpo estaba completamente helado, respiraba lento y superficial, los hermosos labios que tanto amaba Victoriano estaban morados a causa del frío y la piel en su rostro pálida.

La Mujer De Victoriano SantosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora