OO | Adiós, mamá

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—¿De veras piensas marcharte y dejar todo? —habló furiosa, dejando las bolsas de la compra sobre la mesa —

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—¿De veras piensas marcharte y dejar todo? —habló furiosa, dejando las bolsas de la compra sobre la mesa —. Debí hacer caso a mi madre y haberme olvidado de ti —exclamó.

—Venga ya, Elizabeth, estás exagerando las cosas —pasó una mano por su cabello, frustrado, mientras largaba un suspiro pesado —. Una vez me dijiste que fuera claro contigo. Y lo estoy siendo ahora. Te estaba siendo sincero, ¿no querías eso? —se acercó a ella unos pasos, pero la mujer los retrocedió —. Podría haberme marchado hace mucho tiempo, pero no lo hice.

Elizabeth, con sus preciosos ojos avellanas inundados por las lágrimas, miraba atenta al hombre frente a ella. Esperaba a que siguiera hablando, que le diera una respuesta a todo lo que sucedía en esos momentos, mientras luchaba consigo misma para no derramar ni una sola lágrima. Quería llorar de la impotencia, la que le daba al saber que acababa de perder al hombre que más quería y no había podido hacer nada.

—No lo hice por Mayne. Él no se merece nada de esto —suspiró calmándose y volvió a aproximarse a la chica, estaba vez ella no se alejó —. Tú no te has dado cuenta, Eli, pero escucha cada una de nuestras peleas. Se aísla de otros niños y sus profesores han llamado varias veces preguntado por su actitud extraña. No es como solía serlo. Le duele todo esto —tomó sus manos, haciendo que se miraran fijamente.

La rubia se sentía culpable. Vivía por y para su trabajo. Era demasiado perfeccionista y se aseguraba siempre de tener todo bien preparado y presentable. Pasaba tardes enteras encerrada en su despacho o acudiendo a importantes reuniones, desatendiendo sus quehaceres y familia.

—Así que, se terminó. No voy a volver a permitir que mi hijo siga así porque su madre solo está pendiente de su trabajo y se olvida de él. No voy a volver a permitir que Mayne tenga que regresar solo a casa del colegio porque te olvidaste de recogerlo o que tenga que volver a cocinarse la comida él solo —la observaba fijamente, mientras se mantenía serio —. Solo tiene nueve años. Extraña su antigua vida y a su madre.

El hombre salió de la cocina, sabiendo que su mujer no lo seguía. Cogió las maletas que había dejado preparadas en la entrada de la casa y llamó a su pequeño hijo.

—Marcus, espera...

—No. Ya te lo he dicho. Se terminó todo —agarró con cariño la mano del pequeño, quien, desconcertado, los miraba a ambos —. Ahora podrás seguir el consejo de tu madre, ¿no? Por fin lograrás olvidarte y alejarte de mí —la sonrió y salió de la casa.

La mujer se quedó allí parada, bajo el marco de la puerta, sin hacer nada. En el fondo lo quería, pero sabía que tenía razón. Era demasiado tarde para hacer nada y menos aun cuando las pertenencias de los dos chicos se encontraban ya en el vehículo del mayor.

—Adiós, mamá —gritó el niño con una pequeña sonrisa, agitando su mano para despedirse de ella.

Y fue, en ese momento, cuando Elizabeth se permitió soltar las lágrimas que tanto rato llevaba acumulando. Lo había estropeado todo. Había perdido a las únicas dos personas capaces de sacarle una sonrisa en su peor momento. Ya no tenía nada que hacer. Había sido toda su culpa. Volteó cerrando la puerta tras ella, apoyando su espalda en esta, y observó la casa. Todo se veía mucho más vacío y melancólico sin ellos.

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AMOR VINCIT OMNIA ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora