14 | Pura perfección

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Había despertado allí, en una blanca habitación y tumbada en la cama del hospital

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Había despertado allí, en una blanca habitación y tumbada en la cama del hospital. Los rayos del sol comenzaba a dar a través de las pequeñas rendijas de la persiana, chocando directamente con sus marrones ojos. Pestañeó unas veces, acostumbrándose a la intensidad de la luz. Estaba ella allí, sola, con una máscara de oxígeno y su dedo índice conectado a una de las máquinas.

La puerta del dormitorio se abrió y una pequeña sonrió al ver de quien se trataba. La resultaba más que extraños que el chico hubiera pasado esa noche allí con ella, no tenía porque haberlo hecho. Suficiente había hecho al sacarla de tal apuro con el idiota de Seth; su sangre hervía cada vez que escuchaba su nombre, pero no podía hacer nada.

Era inútil luchar contra el moreno. Eso era algo a lo que estaba más que acostumbrada.

—Dios, Ara —su expresión se iluminó al ver que la castaña se encontraba despierta. Sin dudarlo un segundo más, prácticamente, corrió hasta la silla junto a la cama y tomó la mano de la joven —. No sabes lo mucho que me alegra de que, por fin, hayas despertado —sonrió —. Los médicos dijeron que la medicación te dejaría dormida, pero no pensé que tanto —su mirada bajo hasta el suelo, estaba preocupado por ella —. Me asustaste la otra noche.

Ni siquiera se conocían. La noche de la discoteca fue la primera vez que intercambiaron palabra y, como olvidar aquel beso. Chiara solo lo había visto en dos ocasiones, pero, no podía negar, que la actitud del chico frente a ella provocaba que su corazón se acelerara de una buena manera.

Y, para muchos, aquellos podría significar algo bueno. Pero para la italiana no. Tenía miedo, mucho miedo. Y demasiadas inseguridades. No quería entregarle esa parte de ella a alguien más y que se lo regresara aún más dañado. Seth había sido su primer amor y había dejado una cicatriz imborrable en ella.

—Tu hermana se ha marchado hace un rato —volvió a mirarla, fijándose en cada detalle de su rostro —. Tenía que trabajar, pero volverá lo antes posible —sonrió de nuevo, haciéndola ver que, esa expresión, podría aparecer en su diagnóstico de muerte —. Por lo tanto, yo me quedaré aquí. No te voy a dejar sola —apretó su agarre con dulzura.

Se le encogía el corazón de verla así, débil y adormilada, enganchada a un montón de máquinas. Las pegatinas en su pecho conectadas al monitor, el pulsómetro y la máscara de oxígeno. No era una vista agradable encontrarse a la chica en aquel estado, eso solo hacía más que romperlo en pedazos. La italiana era fuerte, lo había demostrado. Después de todo, solo podía hacer eso, aguantar por sí misma.

Chiara, por otro lado, se sentía fatal de que el chico estuviera allí, cuidando de ella. Podría llamar a su amiga o a otra persona, ni siquiera hacía falta que alguien estuviera allí. Pero el joven de seguro tenía cosas mejores que hacer que estar allí junto a su cama, aguantándola de la mano y las constantes visitas de las enfermeras.

La señora Styles había pasado por el dormitorio a verla. Adoraba a esa señora. Le recordaba mucho a una de sus tías. Siempre pasaba a verla y sacarle una que otra sonrisa. Odiaba ir a los hospitales y cada vez salir con una mala noticia. Pero, aquella señora, siempre le alegraba la estadía.

Los días de revisión, pasaba largas horas allí. Pruebas con el cardiólogo, eternos minutos con la vía inyectada y realizándose otra multitud de pruebas. Solía comer allí, cualquier cosa ligera que su hermana le hubiera dejado preparada por la mañana. Y, sin saber cómo, la mujer siempre sacaba tiempo suficiente para acercarse a ella y echarse un parlao.

También la acompañaba a alguna de sus citas y tomaba su mano en señal de apoyo. Agradecía de gran manera aquellos gestos de la señora.

—Oye, Mayne —el castaño alejó su vista de la puerta, por dónde terminaba de salir la mujer y depositó toda su atención en la chica —. Me alegra mucho que estés aquí conmigo —una tímida sonrisas escapó de sus labios, acelerado el pulso del joven —. Pero, ¿de verdad prefieres estar encerrado en un hospital, ahí sentado, soportándome?

Las palabras hicieron eco en él. ¿Cómo era capaz de decirle eso? ¿Cómo podría él mirarla de nuevo si la dejaba allí, estando sola?  No podía creer lo que la castaña acababa de murmurar. Claro que tenía cosas que hacer, pero no la abandonaría. Nunca lo haría. Había hablado con sus padres y les parecía más que bien que él se quedará allí, cuidándola. Comentando, su padre, de hacerle una visita a su amiga.

Observaba un brillo en sus ojos cafés, había algo más que eso. Se comenzaba a sentir culpable, una carga para el inglés. Eso es lo que era: un peso para cualquiera. Era solo una enferma que contaba sus horas, que no sabía cuándo todo podía darse por perdido y que necesitaba excesivos cuidados. Así era como ella se sentía, y cómo le habían hecho verse.

Se daba asco a sí misma. Se detestaba por completo.

—¿Cómo me dices eso? —su ceño fruncido y su labio curvado, trataba de descifrar la apagada expresión de la chica, intentando ver más allá de lo que ella mostraba —. Escúchame. Si tengo que dormir en ese sillón, por muy incómodo que sea, lo haré. Si tengo que quedarme aquí sin pasar por casa estos días, también lo haré —sus manos posadas en ambas de sus mejillas coloradas, tan cerca el uno del otro, mezclando sus respiraciones —. Porque, por nada del mundo, te dejaré sola, Chiara. Mañana te despertarás y me tendrás ahí. Irás a hacerte tus exámenes y, yo, esperaré aquí —si aquello era posible, se aproximó más a su rostro, rozando sus narices —. Cómo si es necesario que el celador de turno y el guardia de seguridad tengan que venir a sacarme. No me voy a ir.

La italiana rezaba porqué la volviera a besar, suplicaba volver a sentir sus labios moverse al mismo compás sobre los suyos. Lo necesitaba volver a sentir. Ansiaba romper los milímetros que los separaban, volver a mezclarse.

Mayne solo subió su cabeza y, el tan ansiado beso, lo dejó en la frente de la chica. Acariciando su cabello con esa dulce sonrisa que reavivaba las mariposas del estómago de la castaña. Se apartó de ella, uniendo sus manos y se sentó junto a ella, admirándola.

Ella era lo más perfecto que había visto en su vida.

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AMOR VINCIT OMNIA ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora