O1 | Fiesta sorpresa

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Se maldijo internamente alsentir como las gotas de la fría lluvia comenzaban a caer sobre su ropa,mojándolo

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Se maldijo internamente alsentir como las gotas de la fría lluvia comenzaban a caer sobre su ropa,mojándolo.

Había visto el tiempo antes de salir de casa para hacer su entrenamiento diario. En las noticias daban lluvia para aquel día y él, a pesar de ver los nubarrones grises que cubrían el cielo de Oxford aquella mañana. Su sudadera gris clara había cambiado su tonalidad y, ni siquiera con la capucha que esta tenía, se libraba un poco.

Había decidido que era hora de regresar a su casa. El frío era más y la lluvia cada vez iba a mayores. No quería resfriarse justo antes de que empezara el campeonato. Ese año se había esforzado aún más en sus entrenamientos. Corría por las mañanas y hacia ejercicios junto algunos de sus compañeros. En su mente solo cabía una idea: ganar la competición.

Caminaba a una rápida velocidad, sin llegar a correr. Su casa quedaba a solo unos minutos desde el parque en el que se encontraba, pero, igual manera, no debía tardar en llegar.

Le había hecho una promesa a Dionne, su madrastra. Se avecinaba el cumpleaños de su padre y su mujer había propuesto hacerle una fiesta sorpresa. Y él, claramente, aceptó de inmediato. Sabía que le iba a gustar y a la mayor le hacía gran especial, aunque no fuese el primer cumpleaños que pasaban juntos.

Al joven le encantaba Dinne, como él solía llamarla, a modo de un apodo cariñoso. Le encantaba para su padre. Era una mujer segura de sí misma y, sin tener que demostrarlo, se notaba que quería a Marcus como a ninguno.

Admiraba a su padre por haber podido alejar todo lo que le hacía daño de su vida, por mucho que aquello que provocaba su dolor era su madre. Había pasado tiempo arrepintiéndose de la decisión que tomo ese día, pero supo darse cuenta que fue la acción correcta. Pasó años el solo, tirando hacia delante y cuidando a su pequeño hijo. No sabía cómo agradecerle todo eso a su padre.

Y, tiempo después, conoció a su actual esposa. Recordaba aquel día como si hubiera sucedido ayer. El chico rondaría los once años y, mientras jugaba al fútbol con su pelota, en la calle, la golpeó tan fuerte que cayó en el jardín de su vecina de enfrente.

Corrió hacia el interior de su casa, atemorizado. En ese bonito hogar, en tonos neutros y un aspecto modernizado, habitaba una vieja que no soportaba a los niños. Solía decir que el barrio era mucho más tranquilo cuando el resto no tenía hijos, incluso, prefería a los jóvenes que vivían por la zona, cerca de sus universidades.

Se había escondido tras el sofá. Su padre se encontraba en la cocina y no se había dado cuenta de que el menor había entrado a la casa. Mayne tenía miedo. En breve la señora aparecería en la puerta, con su balón y una expresión furiosa. Gritaría a su padre, o a él, y amenazaría a Marcus sobre las futuras actitudes del niño.

El timbre de la casa sonó, haciendo que aquel característico sonido retumbara por toda la casa. El pequeño ahogó un chillido. Había visto a la mujer en escasas ocasiones y, por lo que comentaban sus amigos de por allí, era una bruja encubierta. Caminaba con su bastón, su espalda arqueada y tenía unos ojos tan azules que casi ni se distinguían.

«—¡Papá, no habrás! ¡Puede ser peligroso! —se alzó sobre el respaldo del sofá, observando como su progenitor se dirigía a la puerta — Prefiero perder el balón.

—¿Qué dices, May? —se asomó a ver quién era y abrió —. ¿Hola? —el niño corrió a la puerta, sorprendiéndose de no ver a la señora Lewis ahí».

Ese fue el primer contacto que ambos adultos tuvieron. El muchacho era incapaz de olvidar las miradas y sonrisas que los dos compartieron durante el rato que la señorita Gray estuvo dialogando con él. Desde ese momento fue consciente de la conexión que tenían y no falló.

—¡Mayne! ¿Qué te ha pasado? Ve a cambiarte o cogerás un resfriado —la sonrió, asintiendo a lo que la mujer decía. De veras que la quería —. Y regresa cuando vuelvas, he pensado unas cuantas ideas —fue turno de la mayor de sonreír.

Quería a Dinne como su madre, no iba a negarlo. Ella se había encargado de cuidarlo, ayudarlo con sus materias o llevarlo algunas tardes a comer helado. Se había ganado ese puesto. En menos de un mes, al comienzo de su relación con el padre del chico, había hecho más que Elizabeth, su madre biológica. La mujer lo había confesado: su mayor miedo era caerle mal a pequeño y no ser lo suficientemente buena como para ejercer el papel de figura materna. Y, aunque no había sido su intención, había conseguido obtener el puesto de madre.

—El cumpleaños de tu padre está a unos días —abrió su cuaderno, en donde había apuntado una lista con las cosas necesarias y varias ideas que ella había pensado —. Tú lo conoces mejor. Quiero oír tus ideas.

El joven sonrió y asintió, comenzando a hablar sobre lo que él había organizado para la fiesta sorpresa. Ponía de acuerdo sus ideas con las de la mujer y ambos llegaron a un acuerdo.

Pasaron los últimos días planificando y terminando cada detalle de la fiesta. Mandando invitaciones y debatiendo sobre el mejor sabor para el pastel. Querían que todo estuviera perfecto y ningún aspecto fallara para ese día.

La velada sería en una pequeña nave que uno de los mejor amigos de Marcus había cedido para la noche. Un par de sus amigos y ellos dos decoraron el lugar en tonos dorados y negros. Había globos, guirnaldas, photocall y una pancarta. Estaban orgullosos de su trabajo.

Era una fiesta a la que los invitados debían asistir con trajes elegantes, pero informales. Las luces se habían apagado en el lugar y todos se habían colocado en su lugar. Dionne y Mayne, junto a los padres del hombre, estaban en primera fila, preparados para lanzar el confeti en cuanto el mayor entrara.

Su mejor amigo, Dylan, había inventado una excusa perfecta. Ambos iban a ir a una cena junto a sus esposas, pero antes de asistir, el pelirrojo necesitaba la ayuda de Marcus con un imprevisto surgido. Sus mujeres le esperarían allí.

—Venga, amigo. Será rápido —todos los que estaban dentro escucharon la puerta abrirse —. Seguro que nos esperan con una copa de champagne en la mesa. No te impacientes, Marc —el silencio en el interior del, ahora, vacío, pero decorado, almacén —. Entra —las luces se encendieron y todos gritaron.

—¡Felicidades! —los cañones de confeti explotaron.

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AMOR VINCIT OMNIA ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora