21 | No querer verse

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Chiara se sentí capaz de describir lo feliz que Mayne la hacía

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Chiara se sentí capaz de describir lo feliz que Mayne la hacía. Como explicar lo bien que se sentí estando junto a él. El inglés había sido capaz de demostrarle lo que era amor y hacer que su amor por sí misma creciera; había hecho tantas cosas en apenas un mes, de las que podría haber hecho el idiota de Seth en tres años. 

Su espalda se apoyó en la puerta de su casa, como aquella noche que el moreno se presentó en su portal. Pero, a diferencia de ese día, aquella vez estaba sonriendo. Sus ojos cerrados, suspirando como toda una enamorada y, al igual que la otra vez, soltó un chillido, ahogado por sus manos, al ver a su hermana parada frente a ella. Y fue, entonces, cuando se dio cuenta de que la vida tenía un lado bueno y todo podía cambiar en cuestión de segundos.

La oscuridad que abarcaba su vida había sido irrumpido por una rayo de luz, uno fuerte y brillante. Mayne había sido ese rayo que la había salvado de caer en un abismo. 

—¿Me he perdido algo? —rió —. ¿De quien te escondes ésta vez, del guaperas de Mayne Ajax? —la castaña le dio un suave golpe a la mayor en el hombre, escondiéndose tras sus manos. Sus mejillas estaban sonrojadas y eso no hacia más que provocar la risa de Mayella —. Deberías de ver tu cara y sus ojos cuando os miráis —se acercó a ella, abrazándola con fuerza —. A veces me dais envidia.

—Eso es porque tu querido amigo Connor no se atreve a dar el paso —sin soltarla, Chiara la miró con una divertida sonrisa —. Vamos, no puedes engañarme, Ella. ¡Ese chico está loco perdido por ti! —empezó a caminar en dirección a la sala de estar —. ¡Y ni te atrevas a negármelo! —sin voltear a verla, se alejó.

Su habitación seguía tal cual la había dejado semanas atrás, casi la sentía extraña. La recorrió con la mirada, admirándola, como si esa fuese la primera vez que entraba en el dormitorio. Se dirigió al portátil sobre su gran escritorio y lo abrió, buscando la aplicación que tenía para hacer videollamadas. Estaba ansiosa de poder volver a hablar con su mejor amiga y que ésta le contara lo último que había estado haciendo.

Sus novedades no eran muchas, nada que no hubiera sucedido las otras veces que tuvo que quedarse ingresada; pero aquella vez sentía que podría hablar horas sobre lo amable que había sido el chico inglés.

—¡Dios mío, Chiara! —el chillido entusiasmado de su amiga le sacó de sus pensamientos.

Desde donde su amiga se había sentado, con el portátil entre sus piernas, se podía apreciar la playa. Gala había viajado hacia España, aprovechando esas semanas de vacaciones que tenían en la universidad y estaba dando su habitual ruta por la península, terminando, como siempre, en la bonita ciudad de Barcelona, visitando a su abuela.

—No sabes lo que me alegra verte fuera del hospital —su gran sonrisa se dejó ver a través de la pantalla —. Y, también, no sabes lo mucho que me apena que no hayas podido acompañarme. Creo que mi abuela te ha extrañado más que a mí —ambas amigas rieron.

Pasaron la siguiente hora charlando de lo que fuera, así solía ser. El tiempo pasaba como meses atrás, cuando la vida de Chiara seguía un rumbo normal, sin depender de medicamentos o médicos. Todo estaba cuando la italiana era feliz y había una razón tras su drástico cambio, con nombre y apellidos. 

—Mis padres se han marchado y debo ir de abrir la puerta —se puso en pie, con las claras intenciones de bajar a recibir a quien fuera, pero el extraño nerviosismo de la española la frenó —. ¿Qué pasa? —no obtuvo respuesta alguna —. Gala, ¿qué sucede?

—¿Has hablado con Finnheas? En algún momento —la castaña negó extrañada, insistiendo con sus castaños ojos que Gala siguiera hablando —. Oye, no te enfades con él... No era su intención... ¡Ni siquiera sabía que estaba haciendo!

El timbre de la casa seguía vibrando sin parar, fuese quien fuese estaba ansioso por entrar al hogar. Incluso la mirada de la chica se dirigió a su ventana, con la idea de que estuviese lloviendo y fueran sus padres, a los que se les había olvidado la llave. Pero nada, el cielo estaba despejado.

—Desembucha.

Gala no pudo hacer más que suspirar y bajar la mirada, preparándose para contarle todo.

—Puede que Finn hablara con Seth la noche de la fiesta —comenzó a jugar con las mangas de su sudadera —, que lo incitara a buscarte para arreglar las cosas... Había bebido mucho —su mirada se dirigió fuera de la cámara, evitando ver a su amiga —. Puede que le dijera que lo extrañabas y como Seth también estaba borracho... Fue en tu busca —terminó de explicar, todavía sin mirarla —. Está bastante arrepentido, Ara.

Ésta se quedó callada, con sus marrones ojos fijos en la pared de enfrente. Se apartó del escritorio y se levantó.

—Debó abrir la puerta antes de que quemen el timbre.

No dejó que su mejor amiga dijera una palabra más, ni siquiera quiso seguir escuchándola hablar de lo que había hecho el idiota de Finnheas. Él había sido el primero en saber todo lo que el moreno había hecho, había tenido la suficiente fuerza de voluntad de reunirlo a él y a la rubia y contarles toda la verdad. Se había desahogado con ellos, la habían visto llorar ante el horrible recuerdo de su relación. Que estuviera borracho no era una escusa. 

Abrió la puerta y se encontró de frente al pelirrojo apoyado en una de las columnas del porche. Ella solo se cruzó los brazos, esperando a que se acercara hasta la puerta.

—Ara...

—Chiara, para ti soy Chiara —el chico bajó su mirada, estaba arrepentido; para cuando había querido hablar con ella, ya se había enterado de todo. Le hubiera gustado que se enterase por su parte y que pudiera saber todo lo que había sucedido aquella noche con sinceridad —. Lo mejor será que te vayas de mi casa, Finnheas. No quiero verte.

Finnheas. Aquella forma de llamarlo dolía viniendo de ella. Se conocían desde que eran unos niños que tuvieron que separarse de sus familias para ser independientes y esforzarse en conseguir un futuro en el patinaje. Ella nunca lo había llamado de aquella manera tan fría, Chiara nunca se había atrevido a hacerlo.

Y le cerró la puerta, cumpliendo sus palabras de no querer verlo. Le dolía lo que había hecho.

—¿Y Finnheas? —la voz de la española se hizo presente una vez vio a la joven cruzar la puerta de la habitación.

—Mejor cambiemos de tema.

Volvió a sentarse frente a su portátil, con sus piernas encima de la silla y sus brazos cruzados.

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AMOR VINCIT OMNIA ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora