23 | Feliz cumpleaños

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 Ese nivel de nerviosismo era nuevo para él, se sentía inexperto y como un niño pequeño

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 Ese nivel de nerviosismo era nuevo para él, se sentía inexperto y como un niño pequeño. Su mano temblaba levemente mientras trataba de hacer el nudo de su corbata. Resopló comenzando a desesperarse. El tiempo corría en su contra y aún le quedaban muchas cosas que hacer. La música resonaba a un volumen bajito en su habitación, a la vez que él trataba de terminar de prepararse.

La puerta del baño resonó ante el golpeteó de unos nudillos, con una dulce voz, Dionne la pidió abrir la puerta. El chico, sin negarse, soltó la corbata de su cuello y abrió a la mujer. La sonrió con inocencia, viendo como ella soltaba una pesada respiración.

—Presión ninguna, Mayne —se mofó al ver el desastre que el adolescente tenía montado en el baño —. A ver, trae. Creo que puedo ayudarte con eso —señaló la prenda que todavía sostenía el joven y empezó a atársela —. Eres igual que tu padre —apoyó ambas manos en el pecho del inglés, perfeccionando su traje. Le sonrió con cariño —. Y, venga, ¡date prisa! —salió de allí, sin decir una palabra más —. ¡Ya estamos llegando tarde! —chilló desde el pasillo.

La fiesta de cumpleaños de Chiara era aquella misma tarde. Habían acordado ir a un restaurante a cenar y luego él la llevaría a un sitio especial. La italiana no quería nada especial, no le gustaba eso de montar una gran fiesta solo para ella. Quería algo pequeño, con su familia y amigos cercanos, y así lo habían preparado.

Dionne había pasado las dos últimas semanas hablando con la madre de la cumpleañera para organizarle todo. Paola le había recordado, una y otra vez, lo agradecida que se encontraba ante tanta ayuda por parte de la mujer. Pero Dinne siempre negaba con una sonrisa, y le decía que Chiara era como esa hija que nunca tuvo.

El joven estaba más que alegre con eso, saber que la chica que quería y sus padres se llevaban tan bien no era para menos. Su padre había pasado tardes en la habitación de la castaña, durante su estadía en el hospital, charlando con ellos y haciéndolos reír durante esos minutos de descanso que encontraba. Por otro lado, su madre también había ido a visitarlos, asegurando que un par de galletas caseras serían la solución de todo.

Y como hablar de la pequeña Charlie, quien estaba más que emocionada de haber conocido a la chica. Durante esos meses, desde que su hermano había estado acompañando a la italiana, Chiara había pasado largas horas en casa de los Ajax. Normalmente iba a pasar tiempo con Mayne, viendo una película o cocinando cualquier receta que hubiesen visto en redes sociales, pero siempre terminaban jugando a las princesas con la pequeña niña.

—¡Mayne, qué nos vamos! —la voz de su padre hizo eco en toda la casa, mientras el tomaba su abrigo y salía corriendo de su habitación.

Enero en Liverpool era frío. La nieve había sido recogida a los laterales de las carreteras y formaban caminos desde la entrada de las casas hasta las aceras. Los coches aparcados, cubiertos por una fina capa de nieve y con los cristales helados. Las viviendas aún decoradas con temática navideña.

Su hermana cantaba cada canción que se reproducía en la radio, sorprendiendo a todos por la gran facilidad que tenía para aprendérselas. De vez en cuando, dejaba de cantar para comentar algo que se le venía a la mente o que simplemente había visto en la calle al pasar. Charlotte era única.

Mayne la miraba con sus ojos iluminados, había dejado de prestar atención a las palabras de la niña para centrarse en ella. Admiraba la forma en que no se dejaba afectar por todo esos comentarios que recibía constantemente en el colegio. Tenía claro que no iba a cambiar su forma de ser porque al resto de niños de su clase no les gustase. Ella era como era, desde su claro cabello ondulado, hasta sus verdosos ojos. 

—Sabes, Mayne, seguro que si miras a si a Chiara la espantas —la menor elevó su ceja, abrazando con aún más fuerza su osito de peluche.

—¿Por qué? —rió él —. Eso se llama mirar con cariño, Charls. Y no hay nada de malo en eso.

El coche frenó ante el restaurante en el que habían acordado verse todos. En la puerta, una sonriente Chiara esperaba a sus invitados, vistiendo un largo y elegante vestido de color violeta. Mayne bajó rápidamente del coche y, sin que sus padres tuvieran que decirle algo, se dirigió hasta donde se encontraba la italiana.

—¡Chiara! —la abrazó levantándola del suelo y dando vueltas con ella en brazos —. Sei favolosa.

Ella solo rió, ante el intento de acento perfecto que el inglés había hecho. Durante todos esos meses que llevaban conociéndose, Mayne había insistido en que le enseñara algo de italiano y parecía ser que, poco a poco, iba dando sus frutos. Aunque hubiesen pasado muchas semanas hasta que el inglés logró decir su primera frase en el idioma natal de la chica.

Grazie mille.

Tomados de la mano, entraron al restaurante. Y lo que parecía ser una fiesta pequeña, terminó con toda la familia de la adolescente reunida allí. En un lado de la sala, Gala y Finnheas hablaban apartados de todo, con unos vasos de refrescos. Los pequeños primos de la castaña corrían de un lado a otro, al parecer, siendo regañados por sus madres, o eso quería entender el chico ante el tono de voz que usaban las mujeres.

El salón estaba repleto de gente y, mientras se adentraban, seguidos de sus padres, pudo notar que toda esa multitud allí reunida la incomodaba.

—¿Estás bien, Ara? —frenó, acercándose a ella para que pudiera oírlo con tanto barullo.

Chiara solo asintió, frotándose la sien con su mano libre.

—Sí, sí. Solo... —suspiró —, solo no esperaba ver a tanta gente aquí. Son diecinueve años, una edad especial supongo —hizo una mueca en un intento de sonrisa —. Pensé que serían mis padres, mi hermana, tus padres, Charlotte y vosotros —lo señaló con la cabeza, a la par que señalaba a sus mejores amigos con el brazo. Los dos jóvenes mencionados saludaron al notar la vista de la pareja sobre ellos.

—Bueno, pues cuando toquen las doce... Tu y yo tenemos algo pendiente —sonrió y dejó un casto beso en la mejilla de la italiana.

El tono carmesí que el rostro de Chiara había adoptado era más que notable.

—Está bien.

En resto de la noche, la misión de encontrar a la castaña, había sido imposible. Los tres adolescentes habían pasado la fiesta sentados en una mesa, viendo como el resto de invitados habla o bailaba entretenidamente. Chiara solo caminaba de un lado a otro, atendiendo a los llamados de la gente. Todo el mundo quería tener unos minutos para hablar con ella, para hacerse una foto juntos en el photocall. Mientras la italiana, solo podía quejarse del dolor que le proporcionaban sus tacones y arrepentirse por dejar que sus padres preparasen la lista de invitados.

La música que llevaba toda la velada reproduciéndose por los parlantes, se había pausado dejando paso a la típica canción de cumpleaños. La gente comenzó a aplaudir, a la vez que uno de los camareros acercaba una tarta a la joven. Sonriendo y siendo, únicamente, iluminada por la luz de las velas, sopló habiendo que la sala estallaran en aplausos y vítores.

De nuevo, todos los presentes comenzaron a acercarse a ella; hasta que una mano interrumpió su paso.

—¿Recuerdas lo que te dije antes? —su sonrisa se ensanchó al ver al chico, asintiendo a sus palabras —. ¿Y sabes que hora es? —por segunda vez, asintió a lo que el joven decía.

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AMOR VINCIT OMNIA ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora