O2 | Sin consultar

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La expresión del mayor estaba iluminada por una gran sorpresa

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La expresión del mayor estaba iluminada por una gran sorpresa. Hacia demasiado tiempo que no celebraba su cumpleaños y hacerlo de aquella manera lo emocionaba. Todos sus seres queridos se encontraban allí: sus padres, sus amigos, su mujer y el mayor de sus hijos. Estaba sorprendido de saber que para tanta gente él era importante y eso hizo que sus ojos verdes se humedecieran. Miró a Dionne, acompañada de su hijo y su alegría fue a más.

La mujer se aproximó al mayor, lo abrazó de los hombros y dejo un casto beso sobre sus labios, provocando que los invitados estallaran en aplausos y vítores. La pareja sonrió ampliamente, manteniéndose en la misma posición. Marcus posó sus manos en la cintura de su esposa y la abrazó.

—Muchas felicidades, Marc —susurró en su oído. El mencionado la levantó del suelo y giró con ella en brazos —. Felicidades, cariño —volvió a murmurar, dejando otro beso, ahora, en la mejilla del hombre.

Sin apartar el brazo del cuerpo de Dionne, se separó de ella y buscó a su hijo con la mirada, este, sonriente, se acercó a ellos. El hombre dirigió una rápida mirada a la mujer y caminó unos pasos hacia su hijo. Se miraron fijamente, para después chocar sus manos y unirse en un abrazo. Esperaron un rato a apartarse el uno del otro, dejando que los recuerdos de hace años invadieran sus mentes. Mayne siempre había sido muy unido a su padre, dadas las circunstancias con su madre.

Esperaba despierto a que el mayor llegara y pudiera hablarle con emoción de su día o, tan solo, pedirle ayuda con sus tareas escolares. Solía prepararle la cena esos días en los que Marcus llegaba tarde o dejaba un desayuno listo cuando este trabajaba de noche. Los turnos en el hospital traían muerto al hombre Ajax, pero siempre tenía tiempo para su pequeño hijo.

Lo observaba reírse y jugar con sus juguetes, sin evitar pensar lo afortunado que era de tenerlo. Él siempre fue un niño alegre, que, a pesar de las ocurrencias, afrontaba todo con una gran sonrisa. Como aquella vez, en su pueblo natal, cuando se cayó de un río y se partió el brazo. Recibió esa llamada y rápido salió de su puesto de trabajo, en busca del menor. Lo encontró sentado bajo el árbol que, anteriormente, había escalado, con su brazo tapado por una toalla y una gran sonrisa.

La herida había sido grave, no hubo necesidad de cirugía, pero siempre pasó varios meses escayolado. Y aún recordaba como el niño bromeaba sobre su accidente, sabiendo lo doloroso que había sido para él. Era una persona fuerte y lo había demostrado con el paso de los años.

—Gracias por todo, papá —habló para su padre, con una tímida sonrisa —. Disfruta.

Marcus asintió y se separó de él.

El murmullo era lo que más se escuchaba en la nave, aún más por encima de la música que resonaban desde los altavoces. Todo el mundo se lo pasaba bien. Hablaban, reían y bebían juntos. Estaban reunidos en pequeños grupos, por los que, de vez en cuando, el hombre pasaba a preguntar y mantener una fluida conversación con los integrantes.

La fiesta estaba siendo un éxito, todo iba acorde con lo planificado por la mujer y el joven, quienes se miraban orgullosos de su trabajo. La comida sobre las mesas se iba agotando poco a poco y la reserva de refrescos para aquella noche se estaba terminando, por los que ambos, junto a Dylan, prensaron que lo mejor sería pasar con el vídeo y los regalos.

El hombre de cabello oscuro y ondulado se encontraba sentado en una silla de plástico, frente a la gran pantalla donde se mostraba una recopilación de videos con él como protagonista. Había recuerdos emotivos, vergonzosos y melancólicos. Al igual que muchas fotografías del pasar de los años de Marcus; desde que usaba pañales, hasta hace meses atrás. Todo causaba hermosos recuerdos en el mayor.

Cuando la gran pantalla se volvía oscura y aparecía escrito: «No es un final, es el comienzo de algo nuevo», el lugar volvió a estallar en aplausos. Los invitados se encontraban conmocionados tras el video. Todos ellos aparecían varias veces a lo largo de las imágenes y el regreso de tantos momentos emocionaba a todos.

—Quisiera agradeceros a todos haber venido aquí hoy y haber colaborado en darme esta sorpresa tan magnifica —sonrió y volvieron a vitorear—. Pero quisiera agradecer, sobretodo, a mi hijo, Mayne y a mi preciosa mujer, Dionne. Sé que todo esto es gracias a vosotros y que sin vosotros nada de esto hubiera sucedido hoy —posó la vista en su mejor amigo, que se encontraba cruzado de brazos —. Y, Dylan, sin tu brillante excusa no habría venido aquí. ¿Quién se imaginaría lo que me esperaba tras esas enormes puertas verdes? —todos rieron levemente.

El mayor de los chicos Ajax metió una mano en el bolsillo de su pantalón, mientras con la otra sostenía el micrófono. Pasó su mirada por todos los presentes, sin dejar de sonreír. Sabía que rostro dolería toda la noche, debido a que pasó demasiadas horas manteniendo la misma expresión.

—Y... —bajó sus verdosos ojos al suelo del lugar —. Este me parece el lugar perfecto para dar este mensaje —extendió su brazo, dándole a entender a su esposa que tomara su mano —. Han sido demasiados años convividos con vosotros. La gran mayoría de ustedes ha tenido que pasar horas en un tren para asistir a esta fiesta y, repito, os lo agradezco —observó a sus padres —. Hemos vivido grandes momentos, aquí y en Liverpool. Y... Quiero anunciar que... ¡Regresamos allí!

La cara de Dionne empalideció; aquello, de todo lo que podía ser, era lo que menos esperaba. Su mirada viajo hacia su hijo, que mantenía su mirada tensa y una mirada furiosa en su padre. Tampoco estaba de acuerdo con lo que su padre terminaba de decir.

—¿Qué? Pero... ¿Por qué?

—¿No estás emocionada, cielo? —borró su sonrisa, apartó el micrófono de su rostro y posó ambas manos en los hombros de la chica —. Hablamos centenares de veces sobre ir a Liverpool, visitar Vivante —la miró fijamente a sus ojos caramelo —. ¿No era eso de lo que hablamos?

La mujer de cabellos oscuros como la medianoche no sabía que responder. Su vista iba en todas direcciones, intentando evitar la mirada intimidante de Marcus. Estaba nerviosa, no sabía que responder. Habían hablado de viajar hasta la ciudad natal del hombre e ir a ver su antigua casa, la del pueblo en el que se crio. Aquello lo veía como unas simples vacaciones o, simplemente, sí, mudarse a esa zona, pero no en ese momento.

—Sí, claro que lo hablamos... Pero, ¿tu trabajo? ¿Las competiciones de los niños? ¿Nuestras vidas aquí? —subió sus preciosos ojos a los de su marido, buscando una respuesta en ellos —. ¿Qué será de todo lo que hemos construido aquí? Dime, Marcus, ¿qué pasará?

El susodicho levantó su mano, acariciando con cariño el pelo de la morocho.

—Todo eso se puede volver a formar allí. Estando juntos nada de eso será complicado —posó ambas manos en el rostro de la mujer, los invitados hacia rato que se habían dispersado. En la escena solo quedaban Mayne y los padres del hombre —. ¿Está bien? El vuelo sale dentro de cuatro días y ya tenemos casa allí. Te prometo que todo saldrá bien —su esposa asintió y volvió a besarla.

—Genial. Gracias por pedirme mi humilde opinión —salió enfurruñado del lugar, azotando la puerta con agresividad. Estaba furioso, se notaba a legua. ¿Cómo había sido capaz su padre de tomar esa decisión sin consultarla con nadie? Quedaba una semana para la competencia y todo el esfuerzo que había hecho no serviría de nada.

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-NOTA AUTORA-

Vivante es una zona residencial situada en la costa de Formby Beach (Formby, Liverpool). Es un lugar ficticio, inventado para esta historia. Recuerden: NO EXISTE.

AMOR VINCIT OMNIA ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora