Tras casi dos semanas encerrada en su dormitorio, únicamente saliendo de allí para dar cortos paseos y asistir a sus pruebas, podría salir de allí. Como todos esos días, el inglés la había estado acompañando y en ese momento no era menos. Esperaba sentado en uno de los sofás de la habitación, a la espera de que la chica se cambiara. Sus cosas estaban guardadas en una mochila junto al sillón, mientras que la bolsa de la italiana estaba junto a la cama.
Cuando la castaña salió del baño, ya lista con su ropa habitual puesta, se acercó sonriente al joven. Éste se levantó y la tomó de la mano, sonriendo de igual manera que ella. Durante todos esos días, habían tenido tiempo suficiente para conocerse. Y, aunque desde el primer momento, hablaban como si fuesen viejos amigos, ese tiempo los había ayudado a convertirse en unos de verdad. A pesar de que ambos sintieran cosas más lejanas que una simple amistad.
Mayne se ofreció a llevarle el bolso, pero ella, toda hecha una señorita, se negó empujándolo de levemente para adelantarse y cogerlo; causando la risa del castaño.
—Déjame llevarte a un sitio —tiró de ella, alejándose de la puerta del hospital —. Merecemos una salida después de pasar tanto tiempo ahí metidos. Y sobre todo tu, Ara —la sonrió con cariño, guiándola por las calles de Liverpool.
El chico tenía varias cosas en mente que hacer con ella, para la sorpresa de la castaña. Aquella no era la primera vez que pensaba porqué el chico no se había cansado de ella. Cómo podía seguir junta a ella. Había pasado demasiado tiempo en el hospital e insistía en salir a pasear juntos. Empezaba a creer que, todo lo que Seth decía, eran más que mentiras.
Había olvidado lo bonitas que eran las calles de la ciudad inglesa. Estaba volviendo a vivir y, tras tantos meses anulando sus planes, olvidó como eran algunas zonas de la ciudad. Caminaba admirando cada punto de las calles, cada edificio. Paseaba como si aquella fuese la primera vez que visitaba la ciudad.
Ambos corrían por las calles evitando a todo aquel que paseaba por allí. Parecían ser únicamente ellos dos, tomados de la mano y riendo a carcajadas. Todo lo demás había quedado en un segundo plano, casi inexistente, mientras se dirigían a uno de los sitios preferidos del inglés.
—La heladería Polar's house —sonrió adentrándose en el local, aún tirando de la mano de la castaña —. Solía venir con mis padres hace años, cuando era un niño —la nostalgia era más que notable en su persona; extrañaba esos tiempos en los que todo parecía estar bien. Antes de que su madre estropeara todo y tirará los buenos momentos por la borda.
—Este sitio es precioso.
Toda su decoración se ambientaba en el polo norte, tan similar al interior del iglú. Sus paredes tenían forma de cubitos de hielo gigantes, dándole al techo una forma redondeada, como si tuviese una cúpula. La imagen de un esquimal, mostrando la carta de sus helados más novedosos, acompañaba al mostrador. Y, para terminar el ambiente, la temperatura estaba debidamente subida, para no desperdiciar los alimentos.
Claro que el lugar era precioso, pero no podía compararse con la belleza natural de la italiana; o eso pensaba Mayne. Se había quedado observándola con una tímida sonrisa, mientras ella no podía parar de admirar toda la decoración de la heladería. Quería decírselo. Gritarle a la cara lo loco que comenzaba a volver y lo poco común que era eso en él.
Mayne tenía miedo a enamorarse, si bien ya había tenido varias relaciones, éstas no llegaban a nada serio. Como mucho, a algo más que un simple lío. Temía oficializar lo que formara con alguien; no quería que todo lo construido terminara destruyéndose. No quería una relación como la de su padre y Elizabeth.
Y aquel miedo no desaparecía con la castaña. La veía tan dulce y perfecta, que no quería dañarla. Ante sus ojos, era una frágil muñeca de porcelana que no merecía volver a romperse. Para él, Chiara merecía lo mejor, todo lo bueno que pudiera sucederle.
—Sabes que no debías de haberte molestado —la voz de la chica sonó tras el joven, a la vez que este se dirigía a abrirle la puerta.
—Tonterías —volvió a sonreírla, saliendo del local tras ella —. A demás, no hemos terminado aquí —y, aún sabiendo que la castaña no corría ningún riesgo de perderse, volvió a agarra su mano para poder pasear juntos —. ¡No me puede creer que lleves viviendo aquí desde que tenías seis años y no hayas pisado la playa! —rió sin siquiera mirarla —. En serio, eso si que no me lo esperaba.
Chiara carcajeó junto al inglés, de nuevo; caminando hacia la costa de Formby Beach.
La playa y el mar siempre habían sido una parte fundamental en su vida. Se había criado en la zona este de Sicilia, en una ciudad de la costa. Sus recuerdos se basaban en eso, en jugar y pasar tiempo frente al agua salada. Y, sí, también le resultaba extraño que, en todo ese tiempo, no hubiera visitado la playa. Aún más cuando se mudó, y comenzó a vivir al pie de la costa.
Cuando llegó a la ciudad inglesa, todo aquello le recordaba demasiado a su tierra. Había tenido que dejar todo atrás. Su familia, amigos, hogar. Todo había quedado allí, mientras ella zarpaba en busca de cumplir un sueño.
Habían llegado a la zona en el mejor momento posible. El sol comenzaba a ponerse a lo lejos y en la playa solo había un par de parejas sentadas sobre la fina arena. Mayne la guio cerca de la orilla, sentándose allí. Un silencio cayó sobre ellos, como esos momentos en los que la comunicación entre ambos era escasa. Chiara frotaba sus manos contra sus rodillas, mientras el inglés, simplemente, se dedicaba a mirar el atardecer.
—Oye... —las voces de los dos adolescente sonaron en sincronía, ocasionando una leve carcajada en ambos —. Perdón, habla —sonrió la italiana.
Por unos instantes, el joven apartó su mirada de ella. Estaba ciertamente avergonzado, cuando él nunca se había sentido así. La chica lo ponía nervioso. Lograba que sus vellos se pusieran de punta y que su estómago se estrujase.
—Se que esto te puede sonar demasiado raro —sus azulados cayeron en la castaña por unos segundos —. A mi también me lo pareció cuando lo ensayé frente al espejo del baño —bajó la cabeza algo apenado —. Pero estoy muy seguro de lo que empiezo a sentir, Chiara —y, por fin, se atrevió a observarla sin miedo —. Y, mira, me da igual. Me dan igual las experiencias de la gente, si salieron bien o mal. —se atrevió a tomarla de las manos, con una brillante sonrisa —. Lo nuestro es amor, amor a primera vista. Soy capaz de sentirlo, Ara —acercándose a la italiana, repasó su rostro con uno de sus dedos —. Y voy a luchar porque esto salga bien, porque hay algo que me une a ti y no quiero, ni pienso, alejarme.
Chiara tenía sus marrones ojos empapados, nadie nunca le había dicho algo así. Estaba dispuesto a luchar por ellos. Ni siquiera el idiota de Seth había sido capaz de prepararse su personaje correctamente, porque de haber sido así, hubiera escuchado palabras similares a esas una y otra vez. Pero, lo mejor de todo, era que aquello no era una máscara. Mayne lo decía de verdad, y ella no podía estar tan feliz. No era una falacia, alguien se había enamorado de ella. Y dicho amor era correspondido.
Ella también lo había sentido, una conexión instantánea entre ambos. Se acercaba a esa vieja leyenda china. Todo era consecuencia del destino, de un hilo rojo que los ataba fuerte, sin dejar que se quebrara.
Así que lo besó, como nunca había besado a nadie. Él la hacia sentir así, atrevida y risueña. No tenía miedo de nada cuando estaba con él, ni siquiera del dolor de su enfermo corazón.
_____
ESTÁS LEYENDO
AMOR VINCIT OMNIA ✔
Romance𝐀𝐕𝐎 | "El amor lo vence todo" Chiara se odiaba a sí misma. Para Mayne, ella era perfecta en todos los sentidos. ··· Chiara tubo un duro pasado y una mala experiencia en el amor, para ella estaba todo perdido en ese campo. Y, por si fuer...