13 | A punto de perderla

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No podía mentir y decir que se encontraba en un gran estado de calma

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No podía mentir y decir que se encontraba en un gran estado de calma. Aquello no era verdad. Su pie se movía con fuerza contra el comienzo del césped, mientras sus manos enrollaban la camiseta entre éstas. Miraba a todos lados, siguiendo cada movimiento de la bola, observando como la primera tanda cumplía sus pruebas de admisión.

Eran demasiados concursantes, él había calculado algunos más de cuarenta jugadores, todos ellos luchando por obtener una de las cinco plazas disponibles en el equipo. Había demasiados que tenían buenas tácticas, jugaban bien. No sabía si estaba a la altura de conseguir un hueco en la plantilla de los Red Lynxes. Suspiró moviendo su pierna hasta ponerla debajo del banco. Ya no podía con sus nervios.

Levantó la cabeza, volteándola hasta poder ver en las gradas. Charlotte fue la primera en ponerse de pies y saludar frenética a su hermano mayor. El chico le devolvió el saludo sonriente, su hermana le otorgaba esa calma que necesitaba, saber que ella y sus padres estaban allí, viéndolo, fuera de preocuparlo por poder decepcionarlos, lo alegraban. Era capaz de sentir todo su apoyo desde la distancia.

—Bien, ahora se os dividirá en dos equipos y jugareis como mejor podáis —un pelirrojo se acercó hasta ellos, mirando la carpeta entre sus manos —. Quiero un juego limpio y respetuoso. Eso también contará a la hora de seleccionar —elevó sus ojos para encontrarse a los candidatos reunidos frente a él —. Soy Devin Wilson, capitán de los rojos. Os deseo mucha suerte.

Otro chico comenzó a repartirles una pegatina a cada uno de ellos, a la vez que el capitán se alejaba de los banquillos. Dos colores que significaba el equipo correspondiente. Azul y amarillo. Se puso en pie y fue en busca del peto que, aquel joven que, designada los grupos, había mandado recoger. Y, con su pegatina en mano y su chaleco puesto, caminó hasta situarse en su posición habitual en el campo.

Movió sus extremidades, tratando de eliminar todos esos nervios que se habían acumulado en su cuerpo, y pegó leves saltos para prepararse para el partido. Ese siempre había sido una especie de ritual para él.

El pitido que daba comienzo al partido hizo eco por todo el campo. Jugaba sin preocupaciones, centrándose en los movimientos del balón y sus pies. Era bueno, no podía negarlo. Esquivaba a sus oponentes y realizaba pases suaves a los de su equipo. Un buen juego, sin ninguna duda, que terminó en victoria para el equipo azul, el suyo.

El público aplaudió y los nervios volvían a él. Había jugado de una muy buena manera, sin trampas ni faltas cometidas por su parte; marcó el primer gol, llevándolos al empate y el tercero, que los llevó a ganar. Solo esperaba entrar en la lista de los convocados.

—¡Mayne! —su pierna se vio envuelta por unos pequeños brazos, rió viendo como su hermana se aferraba a ella con fuerza —. Has jugado genial, mamá dice que te van a elegir —solo pudo volver a carcajear, mientras la niña se alejaba de su cuerpo.

Sus padres bajaron las escaleras de las gradas hasta unirse en un gran abrazo con su hijo, estaban orgullosos de todo lo que había hecho y, lo eligieran o no, siempre lo apoyarían. Para Mayne era un sueño entrar en dicho equipo, lo había admirado desde que era pequeño. Era uno de los mejores, dentro de la ciudad; jugaba en categorías inferiores, pero tenía grandes premios dentro de estas.

AMOR VINCIT OMNIA ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora