Era la noche esperada. Me vestí con un vestido largo pero ligero, de color aguamarina con mangas y lazos color canela que unas costureras habían creado durante mi estancia en su reino. Esa noche se celebraría la rotura de la maldición.
Habían pasado cinco días, cinco días desde que Keidan me proclamó frente a parte de su pueblo como su fuerte aliada en lugar de como una sucia prisionera, aclamándome además como la liberadora de su especie. Título que en unos minutos cumpliría.
Durante esos días había paseado por sus calles, recibiendo miradas de admiración y reproche a partes iguales. Su pueblo era mucho mayor de lo imaginable, sus historias más dolorosas de lo que me hubiera gustado y su personalidad más cariñosa y cercana que la de mis propios súbditos.
Creamos caminos en los mapas, planes de huida, técnicas de ataque y de defensa en equipo. Aprendimos cómo vivían y cómo luchaban y, sin darnos cuenta, nos unimos a ellos.
Aeryn dejó los reproches y dudas atrás y, en el tercer día, me reconoció que podría ser la mejor, pero absurda e improvisada, idea que había tenido en mucho tiempo y, revisando mi historial, no se equivocaba.
En cambio, Daemon, mantenía las distancias, no creó conflictos, tal y como le pedí, pero tampoco puso de su lado para acercar posturas y unir especies.
Conmigo le pasó lo mismo. Me ignoraba y evitaba desde la discusión tras su liberación. No cruzamos palabra desde aquel día, tampoco era que insistiera en acercarme. Si necesitaba espacio que lo disfrutara, no iba a arrastrarme por nadie, ni siquiera por él.
Éramos pareja y le traté como a un súbdito más. "¿Éramos? ¿Somos?" Pensé resoplando y cerrando los ojos.
Keidan organizó a sus ejércitos que marcharían desde Tierras Muertas en dirección a la frontera de Faerem. Avanzando por Sierra del Olvido recorrerían el camino que realicé al huir de mi reino.
A los comandantes de los Drovins les dí contraseñas y claves que, los altos mandos de mi ejército que siguieran luchando contra Lirack, reconocerían. Mis soldados aceptarían la alianza aunque por si acaso también hice varias cartas, de mi puño y letra con la firma y sello real, que se les entregarían.
Recuperarían pueblo por pueblo, ciudad por ciudad, poniendo una bandera con el escudo de mi familia en cada sitio en que los Drovins encarcelen o... masacren a los soldados y seguidores de Lirack. Aún no sabía bien cómo lucharían con su propia voluntad en vez de siguiendo órdenes.
Lirack iba a perder poco a poco las tierras que osaron arrebatarme.
Mientras tanto, nosotros iríamos bordeando la frontera inferior, hasta llegar a los barcos de los acantilados, bajo las cascadas.
Desde allí partiríamos a la isla inexistente en cualquier mapa, una isla que solo mi familia conocía. Llegaría con un escuadrón especial de pocos soldados de élite. Heiso debía estar allí, esperándome.
Cuando la recuperase el suelo temblaría y desearían no haberme enfurecido. Se iban a arrepentir de los pecados que cometieron contra mi familia.
Me sudaban las manos y mi pulso se aceleraba cada vez que pensaba en el día en el que me reencontrase con Heiso.
Era el momento de la liberación. Avancé por las escaleras casi verticales y en el caldero, con el resto de ingredientes que ya había preparado, dejé caer unas gotas de sangre de mi mano que corté con un pequeño puñal, a la vez que recitaba el conjuro que, tras revisar Aeryn, confirmaba su liberación.
Las luces de las antorchas que iluminaban el escenario se apagaron de golpe al recitar la última palabra. Una corriente fría de aire inundó el lugar. Los aldeanos susurraban, gritaban y hablaban confundidos.
ESTÁS LEYENDO
La Huida De La Reina ✔️ (Completa)
FantasySolo hace falta una mala decisión para condenarte a la destrucción. Un error ya cometido se cobraría con ira y sangre, con magia y muerte. El pueblo de Fera iba a morir por el orgullo y sed de venganza de los reyes. Pero, entre el caos de la guerra...