Capítulo IX.

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Lo primero que notó al abrir los ojos fue la oscuridad que lo inundaba, cegándolo casi totalmente. Seguido de eso, un frió terrible que le provocó un erizado total en su piel de pies a cabeza. Y finalmente, notó que estaba solo y en un lugar desconocido y lúgubremente silencioso.

Había un pequeño sofá en la pared frente a la diminuta cama dura en la que se encontraba. Las ventanas eran enormes vidrios que dejaban ver la noche misteriosa que New Jersey ofrecía en ese momento. Un pequeño televisor en una esquina transmitía una serie cómica muy popular, Friends, sin audio y con un brillo demasiado bajo. A su izquierda había un pequeño mueblecillo como mesa de noche, y a la derecha un monitor al que estaba conectado.

Frank suspiró y se recargó nuevamente en la almohada que estaba en la camilla, sin tratar de descubrir qué hacía allí.

-Malditos hospitales -susurró, sintiéndose tranquilo al distinguir en dónde estaba.

Cerró los ojos un momento, relajándose y dejándose llevar por el ambiente sombrío que le fascinaba. Pronto fue interrumpido al escuchar la puerta siendo abierta. No levantó la vista.

-¿Señor Iero? -escuchó la voz de un hombre. Posiblemente era un doctor cuarentón que fingiría preocupación por él.

-Estoy despierto -dijo alto sin moverse.

-Maravilloso. ¿Siente algún dolor?

Se movió lentamente en la camilla hasta estar boca arriba, y por primera vez notó una leve palpitación en el lado izquierdo de su cabeza, además de un dolor fuerte en los costados.

-Creo que tengo migraña -respondió-. Y me duele mi abdomen.

-Oh... No se preocupe, no es más ni menos de lo que esperábamos.

-¿Quién es usted? -preguntó de pronto.

-Cierto -rió levemente y encendió la luz-. Soy el doctor Matthew Pelissier. Está usted en el Hospital General de Belleville.

Frank volteó la vista hacia el hombre. Era más o menos lo que imaginaba. Un hombre de tal vez treinta o cuarenta años, cabello muy corto color marrón, ligero rastro de barba, regordete, y de apariencia acabada. Esto último quizá era por el trabajo, pero no se preocupó en lo absoluto. Era sólo un doctor que trataba gente enferma. No era único, creía Frank.

-Frank -se presentó, aunque, estaba seguro el doctor ya lo sabía-. ¿Qué hago aquí? Me siento bien.

-Haga memoria, señor Iero. No fue una herida tan grave como para que tenga amnesia a corto o, mucho menos, a largo plazo.

-Me golpearon. Gerard. Contra una pared. ¿No es así?

-Según dijo su colega... -buscó en las hojas que tenía en la mano y completó luego de un momento-: Toro, contra la puerta de madera más dura del universo.

-Oh, es verdad.

Miró el techo e inconscientemente llevó su mano a donde se supone había recibido el golpe. Sintió una pequeña clase de venda o gasa.

-Recibió cuatro puntos. Fue un golpe fuerte, realmente -aclaró Pelissier al ver el confundido rostro de Frank.

-Genial -suspiró.

-Y otros dos en el labio inferior.

Confundido, llevó su mano de igual manera hasta su boca. Le dolía al tacto.

-Eh... De este no me acuerdo.

-Palabras también de su amigo, recibió un puñetazo muy feo.

Trastorno de Identidad [TID]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora