Capítulo XIII.

90 14 7
                                    

Sentía el odio correr hirviendo por sus venas, quemando cualquier rastro de esperanza y felicidad que existiera en su sangre.

Odiaba con todo lo que le quedaba de alma al oficial pelirrojo que lo había golpeado en el rostro para llevarlo a esa fría habitación; ahora estaba con media boca inflamada y la mejilla de una tonalidad rosa que pronto se transformaría en verde, sentado en una camilla incómodamente dura, esposado a ésta de la mano izquierda. Pero sobre todo se odiaba a sí mismo; odiaba no poder hacer absolutamente nada en ese momento, mientras la persona que más amaba luchaba por su vida a seis habitaciones de distancia, rodeado por quién sabe cuántos doctores intentando hacer algo por Frank.

Miraba con detenimiento la pared que estaba frente a él, dejando volar sus pensamientos, totalmente sumido en un negro profundo existente sólo en su cabeza.

Unos ojos oscuros y con maquillaje corrido lo observaban con temor desde la puerta, donde ella estaba recargada vigilando que él no saliera de la habitación. Obviamente no lo hará, se dijo Lindsey recordando las esposas, esos idiotas solamente me querían lejos.

Miró con más detenimiento a Gerard, prestando atención a cada insignificante movimiento que él hacía. Respiración regular, casi no se mueve, parece que no junta los párpados; perdido en algún lugar de su retorcida mente. Lucía como un muñeco sentado en la camilla.

—Estás tranquilo —le dijo. Gerard no se movió en lo absoluto—. Demasiado...

Lindsey frunció el ceño, confundida por el repentino cambio de humor de su nuevo amigo. Hacía unos minutos estaba demasiado agitado, tanto que casi golpeaba al policía.

Bufó, y maldijo internamente, diciéndose que se le pasaría en un rato; seguramente estaba molesto con todos por nada.

—¿Sabes, Gerard? Siento como si... no sé, creo que antes de esto ya te conocía... ¿No te parece?

El pelinegro siguió viendo la pared, sin realizar ningún movimiento. A Lindsey no le importó y siguió hablando.

—No recuerdo en dónde, pero ya te había visto —afirmó—. ¿Sabes si puedo fumar aquí adentro? —no obtuvo respuesta—. Lo tomaré como un no. Bien... ¿Te conté por qué conducía como loca desquiciada cuando me topé contigo y Frank?

Miró a Gerard con un rostro neutro, irritada por la actitud de este. Rodó los ojos y caminó hasta él, seguido de ello lo miró unos segundos y se sentó a su lado, haciendo una mueca y tomando aire.

—Te contaré, necesito desahogarme. Me importa una mierda que me ignores, sé que me escuchas y es lo que me importa.

Se removió un poco en la camilla, poniéndose un poco más cómoda y comenzó a relatarle a Gerard su historia.

—Estaba con una amiga, Francis, en su casa hablando de estupideces de mujeres, tú entiendes, cuando recibí un mensaje de Ronnie. Ronnie es, no, era —se corrigió inmediatamente, haciendo énfasis en la palabra— mi novio. Decía que me dejaba por otra, y además me agradecía por el sexo. Todo un patán. Y me dijo otro montón de cosas...

—Cállate —susurró una voz a su lado.

—¿Qué dices, Gerard? Hablaste. ¡Vaya! Creía que estabas medio muerto. Ya estaba empezando a asustarme.

—Que te calles —repitió.

—No seas tan grosero, por fav...

—¡Hablo en serio, maldita sea! —gritó furioso, intentando ponerse de pie. Lindsey retrodeció sin pararse de la camilla—. ¡Unos malditos hijos de perra casi matan a Frank a balazos, y tú estás como estúpida hablando de tu inútil ex novio! ¿Sabes cómo me siento? —Miró a la pelinegra, quien se quedó en silencio—. ¡Te pregunté algo, carajo!

—N-No lo sé...

—¡Exacto! ¡Me siento de la mierda, Lindsey! Frank tal vez se esté muriendo, no, lo está, ¡se está muriendo, maldita sea, yo lo vi hace un minuto! Y yo estoy aquí, esposado, sin poder hacer nada —su voz comenzó a sonar quebrada—. Él no hizo nada, yo merecía esos disparos...

—No digas eso, Gee...

—Pero es cierto —las lágrimas comenzaron a hacerce presentes—, yo golpeé al idiota, no Iero.

—Vamos, seguro fue en defensa propia. Hiciste bien. No te culpes tanto. Frank va a salir de esta...

—¿Y si no?

—Lo hará.

—¿Y si no? —repitió.

—Confía en mí.

—Lo intento —comenzó a jadear—. Pero ese es mi problema, no puedo confiar en nadie. Él no sabe muchas cosas de mí porque tengo miedo de que huya, de que tema de un monstruo, o que le parezca repugnante. Ni siquiera yo me tengo confianza.

—Eres muy inseguro, ¿no? —sonrió de medio lado mientras que al mismo tiempo palmeaba la espalda de Way, intentando hacer que se sintiera un poco mejor—. Creéme que para ser aceptado, tienes que aceptarte a ti primero. Habla con Frank de eso que no quieres, pero hazlo hasta que tú estés seguro de querer hacerlo. Confía en ti, y Frank lo hará también.

—¿Sabes? Es estúpido que me des consejos para mi relación cuando la tuya se acaba de hacer mierda —ambos rieron bajo.

—Sí estabas escuchándome —sonrió nuevamente—. Gracias. Ven aquí —atrajo al pelinegro hacia ella y le dio un abrazo, transmitiendo realmente gran parte de su apoyo y cariño.

—¿Lindsey? —la llamó sin deshacer el abrazo.

—Dime.

—¿Y si Frank no sale de esta?

—Gerard, por favor, piensa que lo hará.

—Pero no puedo evitar pensar en el lado negativo de las cosas, a mí me ensañaron que siempre hay que esperar lo peor.

—¿Y sabes por qué hay que esperar lo peor?

—¿Para ser fuerte?

—No, idiota. Porque así la satisfacción será mucho mayor. Todo va a salir bien, ¿de acuerdo? Su corazón, sus pulmones, su cerebro, sus sentimientos hacia a ti, todo. ¿Bien? Estará igual que siempre.

—¿Y si no está igual que siempre?

—Estará mejor que nunca.

~·~·~·~·~·~·~·~·~·~·~·~·~·~

Micro capítulo, lo sé, pero miren el lado positivo (bien a la Lindsey): estoy de vuelta.

Deberían hacer fiesta, o una hoguera y arrojarme a ella. *just kidding, no me hagan caso*

Uf, desde julio que no se sabe nada de esta historia frerardística. Espero que no me odien, y si siguen aquí luego de cientos de días, ¡muchísimas gracias!

xoxo

Trastorno de Identidad [TID]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora