PERCY XV

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Percy se mostraba tranquilo, pero estaba listo para desplegar a Contracorriente de ser necesario. A juzgar por la expresión de Reyna, podía ser que tuviera que defenderse.

Ella entró en el principia como un huracán, con su capa morada ondeando y sus galgos trotando a sus pies. Percy estaba sentado en una de las sillas de los pretores.

—Adelante, toma asiento—gruñó Reyna mordazmente.

—Soy un rey, pececillo. El trono está donde yo me encuentro.

Ella hizo esfuerzos consientes por no tratar de atacarlo, se le notaba muy angustiada, inclusive nerviosa.

—Partiréis después de comer. Tenemos mucho de que hablar.

Dejó caer su espada tan fuerte que el cuenco con golosinas se sacudió. Aurum y Argentum ocuparon sus puestos a la izquierda y a la derecha y clavaron sus ojos de rubíes en Percy.

—¿Algún problema conmigo?—preguntó Percy.

—No eres tú—Reyna frunció el entrecejo—. Odio las sesiones del senado. Cuando Octavio se pone a hablar...

Percy asintió con la cabeza.

—Tú eres una guerrera. Octavio es un orador. Si lo colocas al frente del senado, se hace rápidamente con el poder.

Ella entornó los ojos.

—Eres más listo de lo que pareces.

—Hmph... lo pasaré por alto sólo esta vez. He oído que Octavio podría salir elegido pretor, suponiendo que el campamento sobreviva.

—Eso nos lleva a la hecatombe del juicio final y a las medidas con las que podrías ayudar a evitarlo—dijo Reyna—. Pero antes de que deposite el destino del Campamento Júpiter en tus manos, tenemos que aclarar unas cuantas cosas.

Se sentó y colocó un anillo sobre la mesa: una sortija de plata con el grabado de una espada y una antorcha, como el tatuaje de Reyna.

—¿Sabes qué es esto?

—El símbolo de tu madre—contestó Percy—. La diosa de la guerra.

—Belona, sí—Reyna lo escrutó atentamente—. ¿No recuerdas dónde has visto este anillo antes? ¿De verdad no te acuerdas de mí ni de mi hermana Hylla?

Percy soltó una risa amarga.

—¿Debería?

—Quizá no, fue hace unos cuatro años...

—Poco antes de que vinieras al campamento.

Reyna frunció el entrecejo.

—¿Cómo lo...?

—Tienes cuatro rayas tatuadas.

Reyna se miró el antebrazo.

—Claro. Parece mucho tiempo. Supongo que no te acordarías de mí aunque no hubieras perdido la memoria. Yo era sólo una niña: una ayudante entre muchas otras en el balneario. Pero hablaste con mi hermana poco antes de que tú y la otra, Annabeth, destruyerais nuestro hogar.

Percy intentó recordar. Por algún motivo, Annabeth y él habían visitado un balneario y habían decidido destruirlo.

—Simplemente no lo recuerdo.

Aurum y Argentum gruñeron. A Percy le daba la impresión de que estaban pensando: "Por favor, miente. Por favor, miente".

Reyna dio un golpecito al anillo de plata.

—Creo en tu sinceridad—dijo—. Pero en el campamento no todo el mundo opina lo mismo. Octavio piensa que eres un espía. Piensa que Gaia te ha enviado para averiguar nuestros puntos débiles y distraernos. Cree en las antiguas leyendas sobre los griegos.

GIGANTOMAQUIA: El Hijo de NeptunoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora