FRANK XLVII

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"No hay justicia en la muerte". Esas palabras no paraban de resonar en la cabeza de Frank.

El gigante dorado no le daba miedo. El ejército de fantasmas no le daba miedo. Pero la idea de liberar a Thanatos hacía que a Frank le entraran ganas de acurrucarse en posición fetal. Ese dios se había llevado a su madre.

Frank sabía lo que tenía que hacer para romper las cadenas. Ares le había advertido. Le había explicado por qué amaba tanto a Emily Zhang: "Ella siempre anteponía su deber a todo lo demás. Incluso a su vida".

Ahora le tocaba a Frank.

La medalla al sacrificio de su madre estaba caliente al tacto en su bolsillo. Por fin comprendía la decisión de su madre, salvar a sus compañeros a costa de su propia vida. Entendía lo que Ares había intentado decirle: "Deber. Sacrificio. Son valores importantes".

En el pecho de Frank, un nudo de ira y rencor—un nódulo de dolor con el que había estado cargando desde el funeral—empezó a deshacerse por fin. Comprendía por qué su madre nunca volvió a casa. Había cosas por las que valía la pena morir.

—Hazel—mantuvo la voz firme—. Necesito el paquete que me has estado guardando.

Hazel lo miró consternada. Montada en Arión, parecía una reina, poderosa y bella, con el cabello castaño sobre los hombros y una corona de niebla gélida alrededor de la cabeza.

—No, Frank. Tiene que haber otra forma.

—Por favor... Sé lo que hago.

Thanatos sonrió y levantó sus muñecas esposadas.

—Tienes razón, Frank Zhang. Hay que hacer sacrificios.

Genial. Aunque la muerte aprobara su plan, Frank estaba seguro de que no le iba a gustar el resultado.

El gigante Alcioneo avanzó, haciendo temblar el suelo con sus patas de reptil.

—¿De qué paquete hablas, Frank Zhang? ¿Me has traído un regalo?

—A ti, nada, Chico de Oro—dijo Frank—. Sólo dolor en cantidades industriales.

El gigante se rió a carcajadas.

—¡Has hablado como un hijo de Ares! Lástima que tenga que matarte. Y ese de ahí... Vaya, vaya, he esperado mucho para conocer al famoso rey de los griegos.

El gigante sonrió. Sus dientes de plata hacían que su boca pareciera la rejilla de un coche.

—He seguido tus progresos, hijo de Poseidón—dijo Alcioneo—. Peleaste bien contra Cronos. Gaia te odia más que a nadie... exceptuando tal vez a ese advenedizo de Jason Grace. Lamento no poder matarte en el acto, pero mi hermano desea tenerte de mascota. Piensa que será divertido tener al hijo favorito de Poseidón capturado cuando destruya al dios. Y después, por supuesto, Gaia tiene planes para ti.

—Muy halagador—Percy levantó a Contracorriente—. Mas te equivocas, criatura. ¡Mi trono no está sobre los helenos! ¡¡Sino sobre todos los semidioses!!

Golpeó la base de su tridente dos veces contra el suelo y todo el glaciar tembló.

Los fantasmas se movieron. Algunos desenvainaron espadas y levantaron escudos. Alcioneo alzó la mano para indicarles que esperasen.

—Griegos, romanos, mestizos, qué más da—dijo el gigante con soltura—. Aplastaremos los dos campamentos con el pie. Verás, los titanes no son lo bastante ambiciosos. Tenían pensado destruir a los dioses en su nuevo hogar de Estados Unidos. ¡Los gigantes sabemos cómo hacer las cosas! Para matar una mala hierba, hay que arrancarla de raíz. ¡Ahora mismo, mientras mis fuerzas destruyen vuestro pequeño campamento romano, mi hermano Porfirión se está preparando para la auténtica batalla en terreno antiguo! Destruiremos a los dioses en su lugar de origen.

Los fantasmas golpearon con las espadas contra los escudos. El sonido resonó a través de las montañas.

—¿Su lugar de origen?—preguntó Frank—. ¿Se refiere a Grecia?

Alcioneo se rió entre dientes.

—No hace falta que te preocupes, hijo de Ares. No vivirás lo bastante para ver nuestra victoria definitiva. Sustituiré a Hades como señor del Helheim. Ya tengo a la Muerte bajo mi custodia. ¡Y con Hazel Levesque a mi servicio, también tendré todas las riquezas que se esconden bajo tierra!

Hazel alzó su spatha.

—Yo no sirvo a nadie.

—¡Oh, pero tú me diste la vida!—dijo Alcioneo—. Es verdad, queríamos despertar a Gaia durante la Segunda Guerra Mundial. Habría sido glorioso. Pero lo cierto es que el mundo está ahora casi tan mal como entonces. Dentro de poco tu civilización será exterminada. Las Puertas de la Muerte quedarán abiertas. Los que nos sirvan jamás perecerán. Vivos o muertos, vosotros tres os uniréis a mi ejército.

Percy dio un paso adelante.

—Estás invitado a intentar, gusano.

—Espera—Hazel espoleó el caballo hacia el gigante—. Yo he desenterrado a este monstruo. Soy la hija de Hades. Me corresponde a mí matarlo.

—Ah, pequeña Hazel—Alcioneo plantó su bastón sobre el hielo. En su cabello relucían piedras preciosas por valor de millones de dólares—. ¿Estás segura de que no quieres unirte a nosotros por voluntad propia? Podrías resultarnos muy... valiosa. ¿Por qué volver a morir?

Los ojos de Hazel brillaban de odio. Miró a Frank y sacó de su abrigo el trozo de madera envuelto.

—¿Estás seguro?

—Sí—dijo él.

Ella frunció los labios.

—Tú también eres mi mejor amigo, Frank. Debería habértelo dicho—le lanzó el palo—. Haz lo que tengas que hacer. Percy... ¿puedes protegerlo?

Percy bufó ofendido.

—¿Acaso dudas de mí, hermana?

Hazel sonrió levemente.

—Entonces me pido al Chico de Oro—dijo.

Y cargó contra el gigante.

GIGANTOMAQUIA: El Hijo de NeptunoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora