FRANK XXXVII

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Con sólo echar un vistazo por la ventana, Frank supo que estaba en problemas.

En el límite del césped, los lestrigones estaban amontonando balas de cañón de bronce. Su piel emitía un brillo rojizo. Su cabello desgreñado, sus tatuajes y sus garras no tenían mejor aspecto a la luz de la mañana.

Algunos llevaban porras o lanzas. Unos cuantos ogros confundidos cargaban con tablas de surf, como si se hubieran equivocado de fiesta. Todos estaban de un humor festivo: se chocaban las manos, se ataban baberos de plástico alrededor del cuello, sacaban cuchillos y tenedores. Un ogro había encendido una barbacoa portátil y estaba bailando con un delantal en el que ponía BESA AL COCINERO.

La escena habría resultado casi graciosa, pero Frank sabía que él era el plato principal.

—He mandado a tus amigos al desván—dijo su abuela—. Podrás reunirte con ellos cuando hayamos terminado.

—¿El desván?—Frank se volvió—. Me dijiste que nunca entrara allí.

—Eso es porque guardamos armas en el desván, tontorrón. ¿Crees que es la primera vez que los monstruos atacan a nuestra familia?

—Armas...—masculló Frank—. Claro. En mi vida he manejado armas.

Los orificios nasales de su abuela se ensancharon.

—¿Es eso sarcasmo, Fai Zhang?

—Sí, abuela.

—Bien. Puede que todavía no todo esté perdido. Ahora siéntate. Debemos comer.

Señaló con la mano la mesita de noche, donde alguien había dejado un vaso de jugo de naranja, un plato con huevos escalfados y una tostada con tocino: el desayuno favorito de Frank.

A pesar de los problemas, a Frank le entró de repente hambre. Miró a su abuela asombrado.

—¿Me has...?

—¿Preparado el desayuno? ¡Por el mono de Buda, claro que no! Y tampoco ha sido el servicio. Es demasiado peligroso para ellos quedarse aquí. No, tu novia Hazel te lo ha preparado. Y anoche te trajo una manta y una almohada. Y escogió ropa limpia para ti de tu habitación. Por cierto, deberías ducharte. Hueles a pelo de caballo quemado.

Frank abrió y cerró la boca como un pez. Era incapaz de emitir sonidos. ¿Hazel había hecho todo eso por él? Estaba convencido de que había echado por tierra cualquier posibilidad con ella la noche anterior al invocar a Gris.

—Ella... esto... ella no es...

—¿No es tu novia?—aventuró su abuela—. ¡Pues debería serlo, pedazo de alcornoque! No la dejes escapar. Por si no te has dado cuenta, necesitas mujeres fuertes en tu vida. Y ahora, vamos por faena.

Frank desayunó mientras su abuela le daba una especie de sesión informativa militar. A la luz del día, su piel era tan translúcida que parecía que le brillaran las venas. Su respiración sonaba como una bolsa de papel crujiente inflándose y desinflándose, pero hablaba con firmeza y claridad.

Le explicó que los ogros llevaban tres días rodeando la casa, esperando a que Frank apareciera.

—Quieren cocinarte y comerte—dijo la anciana con repugnancia—, lo cual es ridículo. Debes de saber fatal.

—Gracias, abuela.

Ella asintió con la cabeza.

—Reconozco que me puse algo contenta cuando dijeron que volvías. Me alegro de verte por última vez, aunque lleves la ropa sucia y necesites cortarte el pelo. ¿Es así como representas a tu familia?

GIGANTOMAQUIA: El Hijo de NeptunoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora