HAZEL XXXIV

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La jaula de las amazonas estaba en lo alto de un pasillo de almacenaje, a casi veinte metros en el aire.

Kinzie hizo subir a Hazel por tres escaleras de mano distintas hasta una plataforma metálica y luego le ató las manos holgadamente a la espalda y la hizo avanzar a empujones por delante de unas cajas de joyas.

Unos diez metros más adelante, bajo la fuerte luz de unos fluorescentes, una hilera de jaulas de tela metálica colgaban de unos cables. Percy y Frank estaban en dos de las jaulas, hablando en voz baja entre ellos. A su lado, en la plataforma, tres amazonas con cara de aburrimiento se encontraban apoyadas en sus lanzas contemplando unas pequeñas tablillas negras que sostenían en las manos como si estuvieran leyendo.

A Hazel las tablillas le parecieron demasiado finas para ser unos libros. Entonces cayó en la cuenta de que podían ser una especie de pequeños... ¿cómo los llamaba la gente moderna...? Teléfonos inteligentes. Tal vez una forma de tecnología moderna de las amazonas. La idea le resultaba tan inquietante como las carretillas elevadoras de batalla de abajo.

—En marcha, chica—ordenó Kinzie, lo bastante alto para que las guardias la oyeran.

Empujó a Hazel por la espalda con su espada.

Hazel andaba lo más despacio que podía, pero los pensamientos se le agolpaban en la mente. Tenía que idear un plan de rescate brillante. Hasta el momento no se le había ocurrido nada. Kinzie se había asegurado de que pudiera romper sus ataduras fácilmente, pero de todas formas estaría desarmada frente a tres guerreras adiestradas, y tenía que actuar antes de que la metieran en una jaula.

Pasó por delante de un palé de cajas con el rótulo ANILLOS DE TOPACIO DE 24 QUILATES y de otro con la etiqueta PULSERAS DE LA AMISTAD DE PLATA. Un visor electrónico situado junto a las pulseras de la amistad rezaba: "Los clientes que compraron este producto también compraron LÁMPARA SOLAR DE GNOMO DE JARDÍN Y LANZA LLAMEANTE DE LA MUERTE. ¡Compra los tres y ahorra un 12 %!".

Hazel se quedó paralizada. Dioses del Olimpo, qué tonta era.

Plata. Topacio. Concentró sus sentidos, buscando metales preciosos, y por poco le explotó el cerebro del exceso de información. Estaba al lado de una montaña de joyas de seis pisos de altura. Pero delante de ella, desde el punto en el que se encontraba hasta las guardias, no había más que jaulas.

—¿Qué pasa?—susurró Kinzie—. ¡No te pares! Van a sospechar.

—Haz que vengan—murmuró Hazel por encima del hombro.

—¿Por qué...?

—Por favor.

Las guardias fruncieron el ceño en dirección a ellas.

—¿Qué estáis mirando?—les gritó Kinzie—. Traigo a la tercera prisionera. Venid a por ella.

La guardia más cercana dejó su tablilla.

—¿Por qué no andas otros treinta pasitos, Kinzie?

—Hummm, porque...

—¡Uf!—Hazel cayó de rodillas y trató de adoptar su mejor cara de mareo—. ¡Tengo náuseas! No puedo... andar. Su maldita reina... creo que me rompió algo... las costillas... duele...

—Ya estamos—les dijo Kinzie a las guardias—. ¿Vais a venir a llevaros a la prisionera o tengo que decirle a la reina Hylla que no estáis cumpliendo con vuestro deber?

La guardia que estaba más cerca puso los ojos en blanco y se acercó pesadamente. Hazel pensaba que las otras dos guardias también vendrían, pero tendría que preocuparse por eso más tarde.

GIGANTOMAQUIA: El Hijo de NeptunoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora