HAZEL XX

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Por un instante, Hazel se quedó tan pasmada como los karpoi. Entonces una lluvia de cuchillas cayó desde el cielo como una tormenta eléctrica.

Pero no... no estaban lloviendo cuchillos, era una única arma, una lanza que daba miles de estocadas por segundo.

Percy aterrizó en el claro, el terreno a su alrededor había sido deformado y arrancado en buena parte. Se aferraba con fuerza a su tridente. A sus pies ya no había nada más que montones de grano y diversos cereales de desayuno.

Trigo empezó a recomponerse, pero Frank irrumpió en el lugar y lo volvió a desperdigar con una patada.

Los karpoi trataron de regenerarse, no obstante Percy sacó un mechero de su mochila y encendió una llama.

—Inténtalo—le advirtió—, y encenderé fuego a todo este campo. Quedaos muertos. ¡No os acerquéis a nosotros o la hierba arderá!

Frank hizo una mueca como si la llama le asustara. Hazel no entendía por qué, pero gritó de todas formas a los montones de grano:

—¡Lo hará! ¡Está loco!

Los restos de los karpoi se dispersaron en el viento. Frank trepó a la roca y observó cómo se marchaban.

Percy apagó el mechero y se volvió hacia Hazel.

—¿Te encuentras bien?

—Sí, gracias a un montón de esquisto.

—¿Cómo?

—La roca.

Percy se volvió hacia Frank y Hazel se alegró de no estar del lado contrario a su mirada.

—Dijiste que la mantendrías a salvo, gusano.

Frank tragó saliva y por poco se cayó desde lo alto de la roca, pero se las arregló para mantenerse sobre los dos pies.

—Me regañas luego—pidió—. Tenéis que ver esto.

Percy y Hazel saltaron sobre la roca para reunirse con él. En cuanto Hazel vio lo que estaba mirando, resopló bruscamente.

—¡Apaga la luz, Percy! ¡Tu lanza!

—No me jodas...

Él tocó la punta central del tridente y Contracorriente volvió a convertirse en bolígrafo.

Debajo de ellos había un ejército avanzando.

El campo descendía hasta un barranco poco profundo, donde una carretera secundaria serpenteaba hacia el norte y el sur. Al otro lado de la carretera, unas colinas cubiertas de hierba se extendían hasta el horizonte, sin rastro de civilización a excepción de un supermercado situado en lo alto de la cuesta más cercana.

Todo el barranco estaba lleno de monstruos: una columna tras otra, marchando hacia el sur, tan numerosas y próximas que a Hazel le sorprendió que no la hubieran oído gritar.

Ella, Frank y Percy se agacharon contra la roca. Observaron con incredulidad cómo varias docenas de humanoides grandes y peludos pasaban vestidos con pedazos de armadura y pieles de animal. Cada criatura tenía seis brazos, tres a cada lado, de modo que parecían cavernícolas que hubieran evolucionado a partir de insectos.

Gegenes—susurró Hazel—. Los nacidos de la tierra.

—¿Has luchado contra ellos antes?—preguntó Percy.

Ella negó con la cabeza.

—He oído hablar de ellos en la clase de monstruos del campamento.

Nunca le había gustado la clase de monstruos: leer a Plinio el Viejo y otros autores rancios que describían monstruos legendarios de los límites del Imperio Romano. Hazel creía en los monstruos, pero algunas descripciones eran tan disparatadas que había pensado que no debían de ser más que rumores ridículos.

GIGANTOMAQUIA: El Hijo de NeptunoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora