PERCY XXVII

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—Usaremos de su comida.

Percy apartó al anciano con un empujón y recogió platos de la mesa de picnic: un cuenco tapado de fideos al estilo tailandés con salsa de macarrones y queso, y una pasta en forma de tubo que parecía una mezcla de burrito y bollo de canela.

Antes de perder el control y estamparle el burrito en la cara a Fineas, Percy dijo:

—Vamos, chicos.

Se llevó a sus amigos fuera del aparcamiento.

Se detuvieron al otro lado de la calle. Percy respiró hondo, tratando de calmarse. La lluvia había disminuido hasta convertirse en una débil llovizna. La fría niebla resultaba agradable en contacto con su cara.

—Ese hombre...—Hazel golpeó el lateral del banco de una parada de autobús, abollándolo—. Merece morir. Otra vez.

Era difícil de apreciar bajo la lluvia, pero parecía que estuviera parpadeando para contener las lágrimas. Su largo cabello rizado estaba pegado a los lados de su cara.

Percy recordó la seguridad con la que Hazel había actuado cuando se habían conocido, controlando la situación con las gorgonas y poniéndolo a salvo. Ella lo había consolado en el templo de Poseidón y le había hecho sentirse bien recibido en el campamento.

Ahora quería devolverle el favor, pero no sabía cómo. Ella parecía perdida, abandonada y verdaderamente deprimida.

A Percy no le sorprendió que hubiera vuelto del Valhalla. Lo había sospechado en algún momento por la forma en que ella evitaba hablar de su pasado y por lo reservado y cauteloso que se había mostrado Nico di Angelo.

Pero eso no cambiaba cómo Percy la veía. Ella parecía... viva, como una chica de buen corazón normal y corriente, que merecía crecer y tener un futuro. Ella no era un demonio como Fineas. Era una hija de Hades, la princesa de los infiernos, y lo más cercano a una hermana que sentía haber tenido.

—Voy a asesinarlo—prometió Percy—. Él no es como tú, Hazel. Me da igual lo que diga.

Ella negó con la cabeza.

—No conoces toda la historia. Deberían haberme mandado directo al Helheim para encerrarme en el Tártaro. Yo... yo soy igual de mala...

—¡No, no lo eres!

Frank cerró los puños. Alzó la cabeza como si estuviera retando a cualquiera que no estuviera de acuerdo con él: un enemigo al que pudiera atacar en defensa de Hazel.

—¡Ella es buena persona!—gritó a través de la calle.

Unas cuantas arpías chillaron en los árboles, pero nadie más les prestó atención.

Hazel miró fijamente a Frank. Alargó la mano tímidamente, como si quisiera tomarle la mano pero temiera que se evaporara.

—Frank...—dijo tartamudeando—. Yo... yo no...

Lamentablemente, Frank parecía absorto en sus pensamientos.

Tomó su lanza de la mochila y la agarró de manera insegura.

—Podría intimidar a ese viejo—propuso—, asustarle...

—Tranquilo—dijo Percy—. Reservémoslo como plan alternativo, pero si ese gusano realmente es hijo de mi padre, no podremos amedrentarle para que colabore. Además, sólo puedes usar la lanza dos veces más, ¿no es así?

Frank contempló la punta de diente de dragón, que había crecido por completo de la noche a la mañana.

—Sí. Supongo...

GIGANTOMAQUIA: El Hijo de NeptunoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora