PERCY LIII

128 24 4
                                    


La Fiesta de la Fortuna fue una cosa.

Campistas, amazonas y lares llenaban el comedor durante la suntuosa cena. Hasta los faunos estaban invitados, ya que habían ayudado a vendar a los heridos después de la batalla. Las ninfas del viento zumbaban por la sala, sirviendo comandas de pizzas, hamburguesas, bistecs, ensaladas, comida china y burritos, que volaban a velocidad terminal.

A pesar de la agotadora batalla, todo el mundo tenía la moral alta. Habían habido pocos heridos, y los pocos campistas que habían muerto hacía tiempo y habían resucitado, como Gwen, no se habían ido al otro mundo. Quizá Thanatos había hecho la vista gorda. O quizá Hades les había concedido un permiso, como había hecho con Hazel. Fuera cual fuese el caso, nadie se quejó.

Los coloridos estandartes de las amazonas y de los romanos colgaban de las vigas unos al lado de los otros. El águila dorada recuperada se alzaba orgullosamente detrás de la mesa de los pretores, y las paredes estaban decoradas con cornucopias: cuernos de la riqueza que soltaban cascadas de fruta, chocolate y galletas recién horneadas.

Las cohortes se mezclaban libremente con las amazonas, saltando de diván en diván a su antojo, y por una vez los soldados de la Quinta eran bien recibidos en todas partes. Percy cambió de asiento tantas veces que se olvidó de dónde había dejado su cena.

Abundaban los coqueteos y los duelos de pulso, que parecían ser lo mismo para las amazonas. En un momento determinado, Percy se vio arrinconado por Kinzie, la amazona a la que había mandado a volar en Seattle. Tuvo que explicarle que ya tenía novia. Afortunadamente, Kinzie se lo tomó bien. Ella le contó lo que había ocurrido después de su partida de Seattle: Hylla había vencido a su contrincante Otrera en dos duelos consecutivos a muerte, de modo que las amazonas llamaban entonces a su reina Hylla la Doble Matadora.

—Otrera no resucitó la segunda vez—dijo Kinzie, pestañeando—. Tenemos que darte las gracias. Si alguna vez necesitas otra novia... bueno, creo que te quedaría fenomenal un collar de hierro y un mono naranja.

Percy no sabía si estaba bromeando o no. Le dio las gracias educadamente y cambió de asiento.

Una vez que todo el mundo hubo comido y los platos hubieron dejado de volar, Reyna pronunció un breve discurso. Dio la bienvenida formalmente a las amazonas, agradeciéndoles su ayuda. A continuación, abrazó a su hermana, y todo el mundo aplaudió.

—Mi hermana y yo no siempre hemos estado de acuerdo...

Hylla se rió.

—Eso es quedarse corta.

—Ella se unió a las amazonas—continuó Reyna—. Yo me uní al Campamento Júpiter. Pero al echar un vistazo a esta sala, creo que las dos decidimos bien. Por extraño que parezca, nuestros destinos han sido posibles gracias al héroe que todos habéis ascendido a pretor en el campo de batalla: Perseus Jackson.

Más vítores. Las hermanas brindaron por Percy y le hicieron señas para que se adelantara.

Todo el mundo pidió un discurso, por fortuna, los discursos grandilocuentes eran uno de esos talentos que sí había heredado de Poseidón:

—Por mucho tiempo, intenté ser como mi padre—comenzó—. Poseidón, el Tirano de los Mares, tiene muchas características que lo convierten en el más divino de los dioses: es orgulloso, noble y firme. Sin embargo, su existencia es muy solitaria. Quizá eso esté bien para un dios, pero yo tardé en comprender que no soy uno. Sigo siendo un humano, una criatura social por naturaleza, y al aislarme en mi burbuja de superioridad mi vida fue... simplemente triste.

Respiró profundamente.

—En esta batalla, creo que finalmente he comprendido porque Polibotes era tan peligroso para él. No es por su capacidad de invertir la velocidad o escanear a sus oponentes. Sino por el simple hecho de que no puede ser vencido en solitario por un héroe o un dios—continuó—. Poseidón es alguien que cree que los dioses no necesitan ayuda, no necesitan ejércitos, no necesitan unirse y no necesitan seguidores. Ese orgullo que lo ha convertido en un dios y un rey tan merecedor de su título, es lo mismo que lo condenaría a la derrota al luchar contra un monstruo como el gigante. Pero yo no soy él. Sin Reyna o Término, muchos de nosotros no estaríamos aquí en ese momento. No puedo hacer otra cosa que no sea agradecerles por su ayuda, a todos ustedes. ¡Somos semidioses! ¡Nuestro deber es representar la cúspide de la especie humana y divina en su perfecta combinación! In medio virtus!

GIGANTOMAQUIA: El Hijo de NeptunoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora