5. ¡Código rojo! ¡Código rojo!

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No falla. Todos los días leo mi horóscopo. Hoy me decía que tenía que salir de la rutina y dar ese paso que tanto tiempo llevaba queriendo dar. Interesante.

Noah y yo caminamos por la calle en silencio, rumbo a la siguiente tienda. De reojo, no puedo evitar mirarle. Si supiera dibujar, podría retratar su perfil sin necesidad de mirar una foto: su pelo rubio peinado hacia arriba, su nariz chata, la línea que separa su labio de arriba, tan fino que cuando sonríe casi desaparece, de su labio inferior, que entran ganas de morder solo con mirarlo. Si la perfección existe, Noah podría ser su definición.

–¡Ruby! ¡Mira esa tienda! ¡Está llena de chaquetas!

No tarda en coger mi mano de nuevo para arrastrarme hasta la tienda que dice. Podría acostumbrarme a que lo hiciera, lo de llevarme a todos lados de la mano...

Entra en la tienda de golpe, sin saludar siquiera a la dependienta que se queda mirando a Noah y se pone roja como un tomate.

Te entiendo tan bien, amiga...

–Espero que el Karma exista, porque después de ayudarte a que me ganes, algo bueno me tiene que dar.

–El Karma no puede actuar cuando ya sabes que soy la verdadera ganadora y que tú solo eres un simple partícipe de mi victoria.

Se gira cruzado de brazos y me mira con la ceja levantada.

–No me tientes, Virginia, que soy capaz de irme y dejarte aquí tirada.

Y hace lo peor que podría hacer: guiñarme un ojo. Dios, tendría que haberme ido con Moisés y Angy. Eso va en contra de mi salud mental.

–Tú calla y busca. Si te portas bien, puede que incluso te de una galletita.

–¿Me estás llamando perro?

–Quizás.

Se pasa la lengua por los dientes y da un paso para acercarse a mí. Pone su cabeza al lado de mi oído y susurra.

–Puede que tengas razón, porque la postura que mejor se me da es a cuatro.

–Eres muy desagradable.

–Al menos no soy un mentiroso.

–¿Alguna vez le has preguntado a la otra parte? –Le pregunto retándole con la mirada.

–¿Por qué no lo compruebas tú misma?

–Tengo mejores cosas que hacer, como encontrar una chaqueta.

No dudo en ir hacia el otro lado donde hay más chaquetas. No quiero hacer ninguna tontería con Noah y sé que si le tengo tan cerca, al final, voy a pecar. Empiezo a rebuscar entre las perchas que hay colgadas. Hay tantas y tantas que empiezo a saturarme hasta que una me llama la atención por los colores. La saco y al mirarla...

–Noah, no te lo vas a creer...

Me doy la vuelta con la chaqueta para poder enseñársela. Él gira su cabeza para mirar por encima de su hombro. Abre los ojos de par en par al ver que es la misma que se ha comprado. Se muerde el labio inferior, ese que he dicho antes que quiero morder sin ningún tipo de piedad y echa la cabeza para atrás antes de soltar una carcajada.

–No te rías tanto que me la pienso llevar.

–A parte de perdedora, copiota... Lo tienes todo, Virginia.

A pesar de repetirle como cien veces que no hace falta que me acompañe a casa, Noah insiste y terminamos yendo juntos a la parada del bus. En cierto modo lo agradezco; viendo como está el mundo, a veces da miedo salir sola a la calle.

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