28. La Encerrona

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El corazón se me acelera según voy subiendo por el ascensor a nuestro pisito por varias razones:

1) Es la presentación oficial de la novia de Riley y NECESITO caerle bien.

2) Álex y yo vamos a pasar tiempo juntas. En la misma habitación.

Ayer me arrastré lo máximo que una mujer puede arrastrarse. Dejar su ropa a una amiga no es moco de pavo. No. Dejar ropa a una amiga es síntoma de una amistad verdadera. ¿Qué digo de una amistad? ¡De una hermandad! ¡Eso es!

Por eso, mi dedo gordo no para de sufrir mis mordisquitos, llegando al punto de tener heridas. Estoy teniendo sobrecarga de nervios estos días.

Abro la puerta de la casa y el corazón me late más deprisa, a punto de estallar y cuando entro, Riley me está esperando, vestida en sus mejores galas y con cara de circunstancia.

–¿Qué tal estás?

–Tengo miedo. –Contesta pasándose la mano por su flequillo pelirrojo que se peina con los dedos.

–Todo va a salir bien.

Asiente lentamente y se levanta del sofá, dejando el libro que está leyendo encima de la mesa.

–Dejo el portátil y vamos a comprar, ¿te parece?

Sonríe con timidez y asiente. Le devuelvo la sonrisa y voy a mi habitación. Cuando abro, Álex está allí metida con dos vestidos que tenía colgados en el armario y mirándose en el espejo. Ella se gira y me mira fijamente. El corazón se me para, ¿y si le molesta que le haya interrumpido?

–¿Cuál crees que queda mejor para lucir "amiga completamente desequilibrada, pero que intenta ser normal"?

Me trago el nudo que se ha formado en mi garganta para no llorar. Tengo la tentación de ir hasta ella y abrazarla, pero no sé cómo va a reaccionar y tengo miedo.

–El rojo.

Tira encima de mi cama el otro vestido y se mira delante del espejo.

–Lo bueno es que si lo mancho de Ketchup, nadie se dará cuenta.

–Te puedo asegurar que yo sí lo haré.

–¿Te acuerdas el jersey rojo que te cogí hace un mes?

La miro como si quisiera matarla. Voy a mi armario y saco el jersey rojo, mirando por todos lados para intentar encontrar la mancha. Hasta que la veo.

–Alexia Villanueva, ¡quita tus sucias zarpas de mi vestido rojo o te asesino! ¡Me arrepiento! ¡No te quiero dejar nada! ¡No quiero ser tu amiga!

–¡Eh! ¡Que no te habías dado cuenta! ¡Y eso que lo usaste! ¡Y encima te follaste a mi hermano y no me dijiste nada! Estamos en paz.

Me llevo la mano de manera dramática al pecho y abro la boca en forma de 'O'.

–¿No te parece que tuve suficiente con tener que aguantar su ego, que encima me manchas mi jersey?

–Mierda, con eso no había contado. –Se rasca la cabeza y me mira. Sus ojos están llorosos. –Puedes follarte a mi padre y no decírmelo para compensar.

–Por Dios, Alexia. Esas cosas no se dicen ni de broma.

–¡Eh! ¡Que mi padre se conserva muy bien!

Ambas nos reímos y no aguanto más; voy hasta ella y nos fundimos en un largo abrazo. Noto sus lágrimas en mi mejilla, aunque ya no sé si son las mías o las suyas.

–Lo siento, Álex. No sabes cómo lo siento. Tenía que habértelo contado todo desde el principio.

–No hace falta que me pidas perdón; he entendido el motivo por el que no me lo has contado. Y te he echado mucho de menos.

SI NADIE SE ENTERA Donde viven las historias. Descúbrelo ahora