Prologo

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El pasado de Andrew I.

El grito de Andrew se abrio paso cortando el silencio de la casa, un lamento agudo que resonó con urgencia melodiosa. Donde sus cuerdas vocales se estiraron hasta el límite, hasta quebrarse, liberando una voz infantil que llenó cada rincón de la oscura penumbra, donde sus ojos brillaban perturbados de ansiedad y excitación.

Impaciente, el sonido se aferró a las sombras, como un eco inquietante que flotaba en el aire desesperado.

—¡Mamá! ¡Mamá!

La madre, recostada en el sofá con las piernas extendidas hacia el reposabrazos, rompió el silencio.

—¿Qué pasa, cariño? —preguntó.

—Mamá... —repitió Andrew con su voz temblorosa resonando en la habitación.

La madre, aún recostada en el sofá, elevó la mirada hacia su pequeño niño.

—¿Sí, cielo?

—No sé qué ha pasado —dijo Andrew, mientras se restregaba los ojos con gesto cansado.

—¿Por qué dices eso? —preguntó la madre, apartando la vista del televisor. Aquella alegría dibujada en su cara se desvaneció abruptamente, dando paso a una expresión de horror al ver la mirada sangrienta de su hijo. Las manos, que antes yacían en reposo, se alzaron instintivamente hacia su boca, intentarando contener un grito que amenazaba con escapar de sus labios. La luz en sus ojos se apagó, absorbida por una oscuridad macabra. Mientras los ojos de su pequeño niño, desmesuradamente abiertos, proyectaban con intensidad la luna sangrienta.

—¿Qué ocurre? —El niño yacía en el suelo, aferrándose con fuerza a las piernas de su madre  buscando consuelo con los ojos inundados en lágrimas, se alzaban hacia arriba con una expresión de miedo y angustia. Tan temblorosas estaban sus manos que se aferraban con desesperación a la ropa de su madre, temiendo su rechazo y desprecio. Con ese pequeño cuerpo tembloroso por la respiración agitada, reflejo de la intensidad de sus emociones, buscaba el refugio en el calor de su madre, anhelando la seguridad de un abrazo que lo protegiera del miedo que invadía su diminuto cuerpo y que parecía no llegar. ¿Qué madre dejaria a su hijo con esa ansiedad?

Sin pestañear y con una expresión de horror, lo apartó con cuidado hacia un lado. Deslizando con suavidad sus temblorosas manos procurando no lastimarlo. Ni dijo ni una sola palabra. Tampoco volvio a mirar a su hijo. Se dedicó a avanzar, como si estuiviera borracha, dando tumbos de un lado hacia otro, abriendose paso por el largo pasillo que conducia hacia su habitacion. Cada paso que daba era lento y cauteloso, o eso pretendia.

No es por nada, o tal vez lo era todo, ya que Andrew aun permanecia aferrado a las piernas de su cobarde madre, arrastrado por aquel interminable pasillo silencioso. Donde dos unicos sonidos se mezclaban, dando una sinfonia de los mas extraña. Uno de aquellos sonidos eran los latidos de un corazon acerlerado de un pájaro prisionero en una pequeña jaula, y el otro sollozos ahogados en un mar oscuro pero sereno a la luz de la luna blanca.

No se como fue el proceso, pero, Andrew se acercó a la puerta de la habitación de sus padres. Su madre ya estaba dentro, prisionera en ella. Colocó su pequeña mano temblorosa sobre el frio pomo dorado. Que curiosidad ahora podia ver atraves de la oscuridad. Sus ojos se habian teñido de un intenso rojo escarlata.

—¿¡Mamá!? —cerró los ojos por un momento, reuniendo valor antes de girar el pomo. La puerta se abrió lentamente, emitiendo un suave chirrido que resono por toda la habitación. Andrew se detuvo por un momento en el marco de la puerta, inmediatamente los ojos escarlatas se adaptaron a la oscuridad que llenaba la habitacion.

Un grito resonó en la habitación, un grito lleno de ira y miedo que cortó el aire pesado. Con los ojos llenos de furia, Elena miro a su hijo. En la mesita de noche, un reloj reposaba, aquel reloj habia sido un testifo silencioso de cada segundo del sufrimiento de Elena. Con rabia su mano temblorosa agarró y sin dudarlo, lo lanzó con todas sus fuerzas hacia la figura siniestra, que era su hijo.

El reloj voló por el aire formando un arco antes de estrellarse contra Andrew. El sonido metálico resonó en la habitación, mezclándose con el eco de su propio grito desgarrador. Sorprendido por tal violencia, Andrew retrocedió un paso.

Sin perder un segundo, Elena se lanzó hacia su armario y comenzó a meter frenéticamente prendas en una maleta vieja. Cada prenda parecia representar un pedazo de su vida, una vida que estaba decidida a dejar atrás.

Cerró la maleta con fuerza, en su asquerosa cara una sonrisa se habia dibujado, una sonrisa siniestra que cerro la cremallera de la maleta sellando su pasado. Agarro el asa con firmeza y tiró de la maleta por el suelo, dejando un rastro de desgarrados recuerdos y falsas esperanzas.

Los rasguños resonaron en el piso mientras Elena arrastraba la maleta, sin importarle el daño que pudiera hacerle al suelo y menos a su hijo. Cada tirón esquizofrenico que daba era un paso hacia las puertas de la libertad, hacia una nueva vida que se extendía ante ella como un horizonte lleno de posibilidades.

El brillo de la esperanza resplandecia en la puerta principal, olvidando sus miedos y reafirmando su fuerza y coraje. Alejandose por fin de la mirada sin sentimientos de su propio hijo, pues el dia habia llegado. Tal vez fue feliz dias atras, antes de que su pequeño niño llorara lagrimas de sangre tiñiendo el azul de sus ojos. Cuanto tiempo habia estado Elena temiendo que esos ojos hicieran acto de presencia, deseando que Andrew fuera una de las excepciones del clan Biersack, pero finalmente sus miedos se habian hecho realidad.

Y así, con el corazón palpitando desbordado, empujando en su pecho y el fuego ardiendo en su interior, Elena abandonó el que había sido su hogar y en el cual había creado una familia, no la mas feliz, pero si una familia.

—¿Qué está ocurriendo? —de repente Bruce aparecio en la puerta del apartamento, impidiendo que Elena cruzara. —¿A dónde vas? —Bruce estaba confuso, incapaz de comprender lo que ocurria.

Su esposa, lo miraba desquiciada. El que veia su rostro como el mas hermoso, había perdido todo rastro de color, mostrando una piel pálida y fantasmal, en el primer paso hacia la putrefacción. El miedo y el desconcierto se apoderaron de Bruce que intentaba desesperadamente encontrar respuestas a su alrededor. La ultima mira fue hacia su hijo en común.

—¡Elena, por favor, necesitamos hablar! —suplicó.

—¡Me voy! —llena de ira y frustración, dio un fuerte empujón a su marido, con una fuerza inesperada que lo hizo retroceder perdiendo el equilibró, haciendo que tropezara y cayera al suelo con un fuerte estruendo. —¡No aguanto esto! —señalaba con dedo acusador a quien era su hijo. —¡No quiero saber nada más de ti ni de él! ¡No quiero saber nada sobre los Biersack! —con un tirón violento de la maleta, se alejó de lo que habia sido su hogar, dejando a su familia en un silencio incómodo e incierto. Cerrando una etapa de su vida.

El sonido del empujón resonó en la habitación, marcando el quiebre de un mundo construido desaparecer. Bruce, en el suelo, aturdido, miraba como su esposa se alejaba através del pasillo del ruinoso edificio.

Andrew, desde atras, observaba a su madre alejarse, dejandolo solo con el patetico de su padre.

—Andrew... —después de un momento de silencio, se acercó a su hijo, con los brazos abiertos envolviendolo en un abrazo cálido. —¿Qué le ha pasado a mamá? —reaccionó de mala forma, sacudiendo de forma violenta aun pequeño que no mostraba emociones. Las lagrimas no dejaban de brotar de los ojos azules oscuros de Bruce Biersack.

Andrew, fingiendo miedo y sorpresa, abrió los ojos de par en par. Dejando ver ese tono rojo escarlata que había hecho huir a su madre. Los ojos escarlatas, aquellos ojos que tenian el poder de ajustar sus pupilas, dependiendo de sus emociones. O eso era lo que decian las antiguas leyendas. Aunque en esta ocasion las pupilas se dilataban desconcertantes.

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