Prólogo

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El pasado de Andrew III.

Un momento de tensión se apoderó del ambiente, como si todos estuvieran esperando que Eric pronunciara algo importante o revelara un secreto profundo. El silencio era casi tangible, como si pudiera sentirse en la piel. Los segundos pasaron lentamente mientras Eric permanecía inmóvil. Finalmente, volvió a la realidad con un profundo suspiro, regresando sus ojos ámbar penetrantes al presente y relajando ligeramente su rostro.

—Me alegra verte después de tanto tiempo —Eric rompió su pausa con una sonrisa radiante que iluminó su rostro.

Extendió su mano con firmeza y entusiasmo, brindando un apretón de manos enérgico. Un agarre fuerte pero cálido. Mientras estrechaba la mano, Eric mantuvo una mirada abierta y expresiva, mostrando un genuino interés y atención hacia la otra persona.

—¿Y este hombrecito es? —desvió su mirada hacia Andrew, fijando sus ojos penetrantes en él.

—Este es Andrew —Bruce apoyó su mano sobre el pequeño hombro de su hijo. —Saluda, Andrew —Andrew se acercó tímidamente a Eric, con una mirada curiosa y expectante en sus ojos azules brillantes. Parecía fascinado por la presencia de Eric.

—Todo son sorpresas en este día —la mirada de Eric viajaba de Bruce a Andrew y de Andrew a Bruce. —Bueno —dio una vuelta sobre sí mismo. —¿Con qué más me vas a sorprender hoy? —levantó el dedo haciendo callar a Bruce antes de comenzar a hablar. —¡Dorotea! —la ama de llaves vino enseguida. —Prepara algo de comida y bebida, seguro que el viaje ha sido largo — Dorotea asintió y rápidamente se marchó. —Y vosotros seguidme —Eric se adelantó guiándolos hacia la tercera planta donde tenía su despacho. —Por favor —los hizo pasar educadamente con un gesto. —Cuéntame, Bruce —se acomodó en su silla de cuero detrás de un imponente escritorio de madera maciza, cubierto de libros cuidadosamente alineados, documentos meticulosamente organizados en archivadores y una serie de ordenadores relucientes.

El escritorio, una masa imponente que dominaba gran parte de la habitación, revelaba la dedicación y la importancia que Eric le confería a su trabajo. Los libros, con sus lomos coloridos y títulos variados, mostraban su obsesión por el conocimiento y el constante deseo de aprender. Cada volumen parecía tener su lugar asignado, contribuyendo a una estética ordenada y armoniosa.

Los documentos, cuidadosamente apilados en montones perfectamente alineados, evidenciaban la eficiencia y la precisión con la que Eric abordaba sus responsabilidades. Cada archivo estaba etiquetado y clasificado con una atención al detalle meticulosa, reflejando su compromiso con la organización y la eficacia en cada rincón. Los ordenadores, bañados por una luz suave, aguardaban con disposición para ser utilizados como herramientas de productividad.

La voz de Bruce resonó en la habitación, directa y sin rodeos. —Elena se ha ido —las palabras, pronunciadas con una solemnidad oscura, flotaron en el aire, dejando tras de sí un rastro de preocupación y misterio.

La respuesta de Eric resonó en la habitación con una seguridad intrigante.

—Creo que yo no tengo nada que ver —sus cejas se alzaron, esculpiendo una sonrisa torcida en su rostro, revelando una confianza que añadía un matiz de misterio a la situación.

La tensión en la habitación aumentó mientras Bruce respondía con firmeza.

—Claro que no tienes nada que ver, Eric —frunció el ceño, su expresión tornándose seria y tensa. —¡Es por mi hijo! —exclamó. —Al principio, mi mente no paraba de pensar que podía ser por mi situación económica, que no le gustara el estilo de vida que le estaba proporcionando. —Bruce negó con la cabeza con determinación, entrecerrando ligeramente sus ojos y apretando sus labios en una línea recta. Tensó su mandíbula y su postura se volvió rígida. —Pero ella nunca se quejó de nada, sin embargo, sí se quejó de él —Observó cómo su hijo estaba absorto en el libro, con emoción brillando en sus ojos mientras sus manos pasaban las páginas con entusiasmo.

Eric pronunció esas palabras con una voz profunda y segura. Intensificando su mirada, sus labios formaron una línea firme. Su postura se mantuvo erguida y su presencia se volvió imponente.

—Somos Biersack —la declaración resonó en la habitación como un eco de autoridad y arraigo, marcando la importancia de la conexión familiar que llevaba consigo el apellido.

La voz de Bruce resonó con amargura.

—Somos Biersack, por eso mismo mi mujer se ha marchado, Eric —Bruce miró a Andrew con una mezcla de tristeza y preocupación. —Ninguno de los dos lo hemos conseguido, Eric, pero él sí —los hermanos se miraron intensamente, en un instante de complicidad sus ojos se encontraron. Un brillo de entendimiento y conexión pasó entre ellos. —Él sí, Eric —la afirmación final, cargada de significado, quedó suspendida en el aire, revelando una verdad dolorosa y compartida entre ambos.

—¿Y cómo ha sucedido? —Eric miró a su sobrino con una expresión fría y calculadora. Un brillo de malicia iluminó sus ojos ámbar. Ligeramente frunció las cejas y curvó sus labios en una sonrisa falsa.

Bruce habló con una sinceridad pesada en sus palabras.

—La verdad es que no lo sé —miró sus manos entrelazadas sobre sus piernas con una mezcla de tristeza en su rostro. Sus ojos se posaron en sus manos, como si estuviera buscando respuestas en ellas. Suavemente, sus dedos se apretaron, transmitiendo una sensación de tensión contenida. Distante se tornó su mirada, perdida en pensamientos profundos y recuerdos dolorosos. —Yo llegué a casa y me encontré a Elena gritando histérica, con una maleta en la mano, pasando al lado mío con desprecio, marchándose por la puerta. Dispuesta a no volver a casa, junto a mí y su hijo jamás —la crudeza de la situación se reflejaba en sus palabras y gestos, revelando el dolor y la desconcertante realidad que enfrentaba.

Eric ofreció a Bruce quedarse allí mientras entrelazaba los dedos.

—Quedaros aquí. Déjame al niño aquí —se echó hacia atrás en la silla, acomodando su espalda con aire de superioridad. —Creo que es hora de que cambies tu estilo de vida, Bruce —Eric continuó, sus palabras llevando consigo una propuesta tentadora. —Vente a trabajar conmigo, deja atrás al Bruce perdedor, tienes que dar paso al nuevo Bruce, al Bruce triunfador —Bruce se sintió atraído por la idea, seducido por la oferta tentadora de su hermano. Un destello de esperanza y anhelo brilló en sus ojos.

—Por supuesto —asintió Bruce sin dudarlo.

—Ven pequeño —Eric se levantó y se acercó a Andrew con una sonrisa en el rostro. Al sentarse, acomodó a Andrew con cuidado sobre sus piernas, asegurándose de que estuviera cómodo. Su mirada se suavizó al observar al niño, revelando un lado tierno y protector. —Déjanos Bruce —Eric pronunció esas palabras con frialdad, sin siquiera dirigir la mirada hacia su hermano. El tono de voz denotaba desdén, centrando toda su atención en el pequeño. —Andrew y yo tenemos que conversar un rato a solas —Bruce miró a Eric con una expresión de confusión y sorpresa en su rostro. Lentamente, se puso de pie, sintiéndose desconcertado por la solicitud de su hermano. Aunque sus ojos seguían fijos en Eric, buscando alguna pista o explicación. Con pasos vacilantes, dejó a solas a su hermano y a su hijo. A medida que se alejaba, su mente se llenaba de interrogantes.

—Está bien, Andy. ¿Te importa si te llamo Andy? —Andrew miró a su tío con ojos brillantes y una sonrisa radiante. Su cabeza se movió de un lado a otro en un gesto decidido de negación, mientras su risa traviesa disfrutaba del diminutivo cariñoso con el que su tío se dirigía a él. En ese instante, se creó un vínculo especial entre ellos. —Está bien —la sonrisa de Eric iluminó su rostro de una manera encantadora.

Andrew se acercó sigilosamente al oído de su tío. Con una mirada llena de complicidad, comenzó a susurrarle su historia en un tono suave. Eric abrió los ojos con sorpresa, y su mirada ámbar se fijó en un punto de la habitación con una expresión de asombro. Ligeramente sus cejas se alzaron. Los destellos anaranjados en sus ojos parecían brillar con mayor intensidad, su mirada era tan intensa y concentrada, que parecía ajeno a todo lo que sucedía a su alrededor.

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