Capitulo 11

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Andrew se acercó a mí durante el intercambio de clase, con su paso firme y decidido, como si nada hubiera pasado. Llevaba su mochila al hombro y se dejó caer con despreocupación sobre una de las taquillas junto a mí.

—¿Cómo estás? —preguntó, apoyando la espalda contra el metal frío mientras cruzaba los brazos, esa típica postura de autosuficiencia que me ponía de los nervios.

Sentí una oleada de rabia crecer en mi interior. Cerré la taquilla con un golpe seco usando mi mano izquierda, el estruendo metálico resonó por el pasillo, llamando la atención de los pocos que estaban cerca. Clavé mis ojos en los suyos con frustración.

—Bueno, me has dado unas vacaciones forzadas —le solté, sin molestarme en ocultar mi sarcasmo—. Ahora no puedo escribir, no puedo estudiar, no puedo hacer deberes. Así que no sé qué voy a hacer.

Antes de que pudiera responder, escuché una voz familiar.

—¡Rose! —Angy se acercó rápidamente, con su tono alegre interrumpiendo el tenso momento. —Hola, Andrew —saludó con una sonrisa encantadora, sus ojos avellana brillando con ese destello juguetón que siempre tenía cuando hablaba con él.

Rodé los ojos y dejé escapar un suspiro exasperado. Estaba empezando a cansarme de que Angy mencionara a Andrew en cada conversación. Parecía estar completamente obsesionada con él, y no pasaba un solo día sin que trajera a colación su nombre.

Me encontraba en una encrucijada emocional. No podía decirle que Andrew había sido quien recuperó mi móvil, y mucho menos contarle sobre sus acercamientos que parecían... "románticos". A pesar de que al principio creí en su versión, sus acciones recientes me habían llenado de dudas sobre cuáles eran sus verdaderas intenciones.

—¿Qué tal, cómo estás? —Angy continuó, su tono coqueto mientras tomaba un mechón de su cabello y lo acariciaba lentamente, tratando de captar la atención de Andrew.

Andrew la ignoró por completo. Se despegó de la taquilla con una expresión de aburrimiento.

—Nos vemos luego —me dijo, con esa indiferencia que me sacaba de quicio.

—¿Cómo que os veis luego? —me recriminó Angy, girándose hacia mí, molesta.

—Y yo qué sé, —le respondí, frustrada. Cerré la taquilla de un portazo, la rabia en mi era evidente. —Me voy a casa, —dije, recogiendo los libros con brusquedad.

Salí del instituto apresuradamente, con la mochila colgada al hombro, tirando de mí hacia adelante por el peso. La mano derecha, aún vendada, la usaba para sostener los libros contra mi vientre, procurando no ejercer demasiada presión. No quería pensar en la torpeza con la que cargaba mis cosas; solo quería salir de ahí.

Al llegar a la puerta de salida, lo vi. Andrew estaba de pie, apoyado contra una de las paredes, fumando con esa despreocupación que parecía ser su marca registrada. Su cabello oscuro caía desordenado sobre su frente, y su mirada perdida en algún punto del horizonte le daba un aire de misterio.

Mi primer impulso fue evitarlo, pero sabía que sería inútil. Lo sentí antes de verlo. Sus ojos me encontraron, y la intensidad de su mirada me capturó como si fueran una red invisible.

—¿Te vas? —dijo, con una lentitud calculada. Se quitó el cigarro de los labios y me miró fijamente.

Miré de reojo, decidida a no detenerme, y seguí mi camino con los libros aferrados al pecho, como si fueran un escudo.

—¿Te acompaño? —insistió con suavidad, repentinamente amable—. O, si prefieres, te llevo. Tengo el coche aquí. —añadió, señalando con una ligera sonrisa el coche aparcado justo detrás de él.

El Arma PerfectaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora