CAPITULO XIX

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ʟᴀ ʀᴀʙɪᴀ...

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Quería regresar.

Estaba herida.

Estaba celosa.

Miraba la foto de la revista en su ordenador, una y otra vez.

Sus sentimientos encontrados no la dejaban en paz desde su regreso. Ni siquiera se atrevía a pronunciar su nombre.

Estaba furiosa.

Se levantó de la silla de su pequeño escritorio que daba a una diminuta ventana, que a su vez daba a una escalera de incendios. En tres pasos llegó a la pequeña cocina y calentó agua para un café.
Tenía tanto que hacer, pensó mortificada, tanto que estudiar, y aquí estaba, como una soberana imbécil, sin dejar de pensar en él.

Apoyó los codos en el mesón de la cocina y se dedicó a observar el vacio.

Su pequeño apartestudio era cálido y cómodo, con un sofá color verde lima, un puf comprado en un home-depot. No tenía comedor, solo el mesón de la cocina con dos taburetes altos. Una delgada pared dividía el cuarto que tenía una cama semidoble, una mesa de noche con lámpara, y un baño y closet pequeños. Estaba ubicado a tres cuadras de la universidad, en el sector estudiantil.

Marizza sabía que Pablo la culparía por su secuestro, y esa culpabilidad no la dejaba hacer lo que quería: volver a su lado de cualquier forma, volver a sentir sus brazos, sus caricias. Ser ella la que lo consolara.

Desde que lo liberaron, todas sus ansias reprimidas estaban ahí, a flote. La más mínima señal y haría combustión. Estaba segura de que si en ese momento él se aparecía por esa puerta, lo besaría como loca, lo desnudaría en segundos y se pegaría a él como una lapa… días enteros. Sin importar con cuantas mujeres se hubiera divertido y así estuviera furiosa con él.

No, no. No podía ser.
Contrólate, Marizza.

No se hacía muchas ilusiones respecto a volver a estar juntos.Alguien se había conectado a MSN. Seguro era su madre.

Se sentó frente al computador. Era Mora.
Encendió la cámara y, en ese momento, apareció por la pantalla del ordenador la imagen de su suegra.

—Hola querida. ¿Cómo estás?

La mujer la miraba preocupada.
—Bien, Mora, gracias.

—Por tu cara veo que ya viste la fotografía.

—Sí, Mora, ya la vi.

—Deberías volver, hija. Él te necesita.

—No parece. Lo veo muy cómodo con su vida —soltó ella, abatida.

—No es así. Yo lo conozco, ha sufrido mucho y necesita a su esposa a su lado.

—¿Qué dicen los médicos?

—Tú sabes que ellos son partidarios de esperar a que se adapte a su vida nuevamente antes de empezar a abordar el tema.

—¿Entonces debemos esperar?

—Los médicos dicen que sí. Pero mi instinto de madre me dice que es una bobada.

—No sé qué hacer —le contestó Marizza confundida.

—Piénsalo, voy esta tarde para Bogotá.

—Saludos a mamá.

Barranquilla

Pablo y Tomas estaban en unas tumbonas alrededor de la piscina, disfrutaban de una tarde sol y unos whiskys.

—No he podido comunicarme con Cruz—soltó Pablo de pronto, y su mirada paseó por el bello atardecer que tenía enfrente; el color de las flores; a lo lejos el muchacho de oficios varios regaba las diferentes matas; nana Hilda llegaba por el camino con una bandeja de pasa bocas.

• De vuelta al amor || Pablizza •Donde viven las historias. Descúbrelo ahora