CAPITULO XX

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ʟᴀ ᴠɪsɪᴏɴ…

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—Mia —dijo Pablo al tiempo que entraba de pronto en la casa de sus padres—. ¿Qué carajos les pasa a papá y mamá que están tan tensos?

—No sé, falta de sexo, supongo —contestó Mia en tono bromista.

Pablo se percató que deseaba cambiar de tema. Mia era una las personas más directas que conocía, si alguien podía dar una luz era ella, pero lo evadía todo el tiempo.

—Si serás atrevida —se acercó éste sonriendo, y se sentó al lado de ella. —Hermanita —le pasó el brazo por los hombros—. Cuéntame cosas.

—¿Cómo cuáles? —preguntó ella, de pronto preocupada. Se tensó enseguida.

—¿Lo ves? ¿Te das cuenta? Ya te pusiste como la cuerda de un violín.

—Son imaginaciones tuyas —contestó ella con su mejor cara.

—Quiero saber del tiempo en que no tuve memoria. Cuando le pregunto a mis padres es como si quisieran salir corriendo.

—No es así. Y además, no hay nada especial que contar —le dio una palmadita en la pierna y se levantó.

—Pero, dime algo, ¿con quién salía? ¿Qué hice en ese tiempo? Por favor, Mia, necesito saberlo —fue tanta la angustia en el tono empleado, que Pablo tuvo la certeza de que ella le iba a contar todo.

—Hijo, qué alegría verte —interrumpió su madre, lo abrazó y lo besó.

—Hola, mamá, llegué esta mañana. Qué calor está haciendo.

—Ya sabes, hasta noviembre que no entren las brisas seguirá este tiempo.

—Sí, este año ha llovido muy poco —soltó Sergio, que en ese momento entró a la sala y besó a sus hijos en la mejilla—. ¿Fuiste a la reunión que te pedí?

—Si papá, sí fui —le contestó él, algo molesto por haber perdido la oportunidad de hablar con su hermana.

—¿Cómo te sentiste? —preguntó su padre con curiosidad —. Quiero que te encargues de los negocios nuevamente. Pablo, tienes una mente ágil y sagaz. Pienso que el trabajo puede conjurar en algo la desazón que sientes. Aún te noto perdido.

—Me sentiré bien papá, no te preocupes, dentro de pocos días reanudare mis negocios —expresó en apariencia satisfecho, no quería preocuparlos.

—Me alegro, hijo.

—El viernes voy para Nueva York.

Los tres lo miraron como si de pronto le hubiera salido cuernos. Su papá se atragantó con el agua que estaba tomando.

—¿Qué vas a hacer en Nueva York? —preguntó Mora con miedo.

—Voy con una amiga, de turismo. Serán solo tres días —respondió distraído e intrigado por su reacción.

—¿La misma de la revista? —se apresuró a preguntar Mia.

—Sí, con ella —contestó reticente.

—Cuídate, por favor. Se ve que esa mujer quiere devorarte —volvió a la carga Mia.

—Esperaré con ansiedad —dijo en broma, pero no se le pasó por alto las caras de preocupación de sus padres.

Los sueños con la mujer de la playa eran cada vez más reales.

La noche anterior había soñado que la acariciaba en el jacuzzi de su casa en Cartagena. Lo que lo inquietaba era que todos los detalles del sueño eran vívidos, menos la imagen de ella.

• De vuelta al amor || Pablizza •Donde viven las historias. Descúbrelo ahora