CAPITULO XVI

276 26 19
                                    

ᴇʟ ᴘᴇʀᴅᴏɴ…

+++

Llevaba una semana en casa, casi no comía y hablaba solo lo necesario.

“No quiero vivir así”, le dijo a la imagen que le devolvía el espejo esa mañana. Su rostro había perdido todo rastro de inocencia, los pómulos destacaban en una fisonomía demacrada. Hacía tiempo que no lucía una sonrisa. Sus ojos cafes, llenos de vida eran como vidrios opacos, que encerraban la oscuridad de su alma. Se cepilló el cabello.

No quería recordar.

Lo único que deseaba hacer era raparse la cabeza en señal de duelo y luego abrirse la garganta para acabar con su vida. No encontraba las ganas de salir adelante, ni en sueños hallaba la paz que necesitaba su alma. Lo veía en todas partes, lo sentía en cada centímetro de su cuerpo. Era un amor que iba a acabar con ella. La gente decía que de amor nadie se moría, en ese momento no estaba tan segura.

Ella podía perfectamente morir de amor. ¿Qué tenía que perder?

Martin Andrade y Sonia estaban contentos de tenerla nuevamente en casa, pero también estaban preocupados por su recuperación. Parecía que la pesadilla de la prisión había terminado, pero en los ojos de ella estaba patente la pena y ella no se sentía con ganas de aliviarlos, de consolarlos.

Estaba sentada en su sitio favorito de esos días. En el patio de la parte de atrás de su casa, donde su madre tenía sembrados unos hermosos rosales. Allí, en una silla y cubierta con una cobija, pasaba Marizza las horas mirando el vacío.

—Mira quién llego a saludarte —la sorprendió Sonia con ánimo festivo.

—Cruz, qué alegría verte.

Era su primera sonrisa en una semana.

Cruz se acercó y la abrazó. Le entregó una caja de chocolates, que Sonia recibió. Se acomodó en una silla compañera al lado de la chica.

—¿Cómo estás Marizza? —le preguntó con una sombra de pena en su mirada. Marizza sabía que tenía pesimo aspecto, había perdido por lo menos cinco kilos, tenía unas profundas ojeras alrededor de los ojos y una palidez extrema.

—Fatal —contestó ella—. ¿Han sabido algo de Pablo? —preguntó con desgana, no con la ansiedad de tiempos anteriores.

—Renuncié a mi trabajo con los Bustamante Rojas hace una semana.

—¿Por qué? —le preguntó ella sorprendida y con una chispa de interés en sus ojos.

—Digamos que diferencias irreconciliables con el padre de Pablo —le contestó, y no quiso ahondar en el tema.

—Sí, te entiendo.

—¿Qué vas a hacer, Marizza?

—Morirme. —contestó ella contundente.

—No digas eso. Dios te ha puesto muchas pruebas, eres una mujer fuerte. —le dijo dispuesto a ayudarla a superar la depresión en la que se encontraba.

—No creo que pueda soportar una pena más. —contestó mientras observaba un colibrí que chupaba concentrado el néctar de una rosa, ajeno a todo lo que lo rodeaba.

—Marizza, hay gente que te necesita. Tus padres, Pablo, así no esté contigo, los niños a los que les enseñas a superar cosas. Yo también necesito tu amistad.

Marizza estaba demasiado centrada en sí misma pero alcanzó a detectar el deje de desesperación en la voz de Cruz.

Cerró los ojos. No quería oírlo. Sabía que Cruz tenía razón.

• De vuelta al amor || Pablizza •Donde viven las historias. Descúbrelo ahora