CAPITULO XI

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ʟᴀ sᴏsᴘᴇᴄʜᴀ...

Esa noche nadie pudo dormir.

Marizza lloró todo el rato.

A nadie le había pasado desapercibido el rechazo de su suegro. En cambio su suegra, bendita fuera, se acercó a ella y así pudieron darse algo de consuelo. Las nauseas conspiraban para evitar dejarla en paz, había ido al baño varias veces durante el rato que permaneció en la cama.

Tenía miedo. No quería pensar qué sería de su vida donde algo le llegara a pasar a Pablo, estaba segura de que no lo soportaría. Sentía un peso en el corazón y una piedra en sus entrañas.

¡Pablo! ¿Dónde estás, amor mío?

Le hablaba a la noche.

Marizza durmió unos minutos en la madrugada, cansada de caminar y de recostarse por ratos. Aún en sueños la asaltaban las lágrimas.

Se despertó apenas comenzó a clarear. ¿Qué sentido tenía seguir en la cama si no podría dormir más? Llevó su mirada al lado de la cama donde hasta hacía dos días había compartido brevemente con Pablo, su amor, su hombre. Acarició la almohada como si estuviera acariciándolo a él; pegó la nariz y al percibir rastros de su olor, se le
nubló la visión de nuevo por el llanto que le fue imposible contener.

Hizo a un lado las mantas y se levantó a mirar por la ventana. El día era lluvioso y hacía mucho frío. ¿Cómo la estaría pasando? ¿Estaría abrigado? ¿Habría comido algo? ¿Estaría herido?

Con el alma oprimida, se arregló a desgana y, al llegar a la sala, sus suegros la esperaban con cara de no haber pegado el ojo en toda la noche.

—Buenos días —saludó ella amable.

—Buenos días —contestaron ellos.

Una de las empleadas llegó con una bandeja sobre la que reposaban tazas de café y agua aromática.
Marizza sintió un ligero rebote con el olor del café, pero lo supo disimular.

—¿Se ha sabido algo? —preguntó con algo de esperanza.

—Nada aún —soltó Sergio, mirándola concentrado. Mora la exhortó a sentarse a su lado.

En ese momento llegaron Tomas y Cruz, con caras de apenas haber dormido la noche anterior. Todos se miraban expectantes esperando noticias, pero ninguno tenía nada que decir.

—Hoy entregan los cuerpos de los muchachos en medicina legal. Juan ya está mejor —les informó Cruz.

—¡Dios mío! Había olvidado a esa pobre gente —exclamó Marizza—. ¿Cómo están sus familiares? —inquirió preocupada.

—Pueden imaginarse la pena. Todos tenían familia.

—¿Qué será de ellos ahora? —preguntó angustiada.

—Ellos recibirán una indemnización por parte del seguro y otra por parte de la familia —contestó Sergio petulante.

—Deseo ir al entierro, quiero acompañar a las familias. —Marizza los recordaba bien, eran oficiales del ejército; retirados hacía algunos años. Fran era algo rudo en su trato pero educado y permanecía con el ceño fruncido—. ¿A qué hora será?

—No hay necesidad —retrucó Sergio—, tenemos gente que se encarga de eso.

—No me importa, voy a ir igual —insistió Marizza midiendo voluntades con su suegro—. A Pablo le gustaría acompañar a las familias en este momento de adversidad.

Podía ser su suegro y un hombre poderoso, pero de ninguna manera se iba a dejar acobardar por él.

—No voy a discutir contigo sobre eso —le habló Sergio, con ese tono autoritario e insensible con el que solo parecía dirigirse a ella—, teniendo tanto de qué ocuparme en este momento.

• De vuelta al amor || Pablizza •Donde viven las historias. Descúbrelo ahora