CAPÍTULO XXIV

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ʟᴀs ᴅɪsᴄᴜʟᴘᴀs...

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—¿Eso dijo? —preguntó Pablo al hombre que había presenciado el arrebato de Marizza en el aeropuerto. Apoyó los codos sobre el escritorio y apretó los dientes hasta sentir la presión como corrientazos.

—Sí, señor, ni más ni menos —contestó el escolta.

—¿Nicolás y Darío ya están en sus posiciones?

—Sí, señor desde hace una hora.

—Bien.

—Ella no debe saber que está siendo protegida.

—Sí, señor.

Ante un gesto de Pablo, el custodio abandonó la habitación enseguida.

Se sentía agobiado.
Era su maldita culpa.
Y todo por su maldita impetuosidad.

Pablo estaba sufriendo como un condenado. Ni en sus días más crueles del secuestro sintió el vértigo y la pena que lo acompañaban en ese momento.

Su hijo.

Tendría en ese momento un año largo, un niño con los ojos de su esposa o una niña que lo enloqueciera con sus datos curiosos, sonreía entre lágrimas.

El fruto de su amor.
El sufrimiento de ella.

Y él, como un soberano cabrón, había rematado la faena de la peor forma. Quería darse contra las paredes por su imbecilidad. Se ahogaba. Caminó por el estudio como león enjaulado. La necesitaba para respirar.

Le había mandado flores, pero ella las había devuelto con la amenaza de una caución. Sonrió irónico. No podía culparla. Estaba furiosa. Iría a verla así le cerrara la puerta en las narices. La precisaba para vivir, necesitaba amanecer todos los días con ella, a su lado era una mejor persona, solo con ella podría superar el infierno vivido en la selva.

Marizza era su sanación.

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Marizza no podía creer la cara dura de su marido. ¿Por qué la atormentaba de esa forma? Flores, mensajes de texto, el auto en la puerta.

—Marizza, escuchaste tu corazón. No te culpes más por lo sucedido.

—Sí, mamá, aprendí por las malas lo que sucede cuando se escucha al corazón.

—No seas injusta —le replicó Sonia mientras le servía un café en la mesa de la cocina.

Marizza estaba recién levantada. No había dormido muy bien la noche anterior, ni se había peinado. Sorbía distraída el líquido humeante.

—Él también ha sufrido mucho —la miró de reojo—. Fue solo su corazón roto lo que lo obligó a actuar así.

—¡Déjala en paz, Sonia! —dijo Martin a su mujer cuando entró a la cocina para recibir el café que tomó a grandes sorbos antes de irse a trabajar.

—No quiero que se preocupen. Retomaré mi vida, evaluaré las diferentes propuestas que tengo para poner en marcha mis proyectos, y no pensaré en nada más.

—Me parece bien —concluyó su padre.
Martin se despidió de sus mujeres con un beso.

—Mamá, no es que sea injusta —señaló Marizza mientras dejaba el pocillo en el lavaplatos—. Es que de pronto pienso que esta historia no debió haberse iniciado. Solo ha traído sufrimiento y dolor.

—¿Estás segura, hija? —la miró Sonia con sabiduría, al tiempo que organizaba algunos cacharros en las diferentes estanterías—. ¿Podrías jurar ante una biblia que no tuviste momentos felices, momentos que no cambiarías por nada?

• De vuelta al amor || Pablizza •Donde viven las historias. Descúbrelo ahora