CAPÍTULO XXVII +18

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ʟᴀ ʀᴇᴄᴏɴᴄɪʟɪᴀᴄɪóɴ

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Pablo no había querido recibir a nadie. Con una botella de whisky en el escritorio y un vaso con licor en la mano, miraba a la pared, sin saber qué hacer.

Abrió el cajón del escritorio donde había guardado el regalo que tenía para ella.

Empacado en una caja estaba el libro que le había prometido hacer sobre todos sus datos curiosos. Era un libro pequeño, con tapa de cuero y letras doradas.

No, no lo abriría; lo guardó nuevamente y lo colocó en el maletín, ya no tenía sentido guardarlo en su oficina. La tristeza, la impotencia y el resentimiento le quitaban las ganas de seguir adelante. Con los ojos cerrados de la misma manera que apretaba el vaso de licor entre sus manos, trataba de contenerse para no desatarse en llanto.

Fue imposible. La angustia reprimida tanto tiempo dio rienda suelta, como una presa a la que le abren las puertas y arrasa todo a su paso.

Echó la cabeza hacia atrás y lloró penosamente. Recordó algunas de sus palabras:

"Te amo, Pablo. Desde el momento en que te vi entrando en aquel restaurante, supe que mi vida no volvería a ser la misma, y por eso estaba muerta de miedo".

Y el maldito miedo había ganado la partida.

Una hora después, levantó el teléfono interno y le dijo a su secretaria:

—Comunícame con Tomas, por favor.

—Hola, amigo. ¿Qué pasó? —le preguntó Tomas con curiosidad.

Pablo se percataba de la preocupación de su amigo y sabía de memoria lo que él pensaba: que ya iba siendo hora de que retomara su vida; que sabía que nunca volvería a ser el de antes, pero por lo menos se merecía algo de felicidad después de tanto sufrimiento.

—Marizza no quiere nada conmigo —se quedó mirando la ventana—. Necesito salir de aquí, quiero estar solo unos días.

—¿A dónde vas? —preguntó nuevamente.

—Voy a la cabaña de Santa Martha, serán tres o cuatro días. Necesito pensar. Me llevaré algo de trabajo.

—Ok, no te preocupes, cubriré todo en tu ausencia.

—Gracias, amigo.

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Cuando Marizza volvió a la oficina de Pablo, éste ya se había
marchado y no contestaba ninguno de los celulares. Sus escoltas tampoco. Deseaba componer el error cometido hacía algunas horas. Se atormentaba cuestionándose si no sería demasiado tarde.

—Lo siento, el señor Bustamante salió hace hora y media, volverá en tres días —le decía la secretaria mientras miraba a Marizza con curiosidad. Seguro que no le había pasado por alto que había salido alterada de la oficina de su jefe, meditó Marizza.

—¿Marizza? ¿Qué haces aquí? —le preguntó Tomas que salía de una de las oficinas y en un tono de voz no muy amable que digamos.

—Vine a buscar a Pablo—le imploró ayuda con la mirada—, pero se fue de viaje.

—Ven, vamos a mi oficina —le dijo reservado y con el ceño fruncido. —¿Para qué deseas hablar con él? —le espetó tan pronto cerró la puerta de su oficina.

La oficina era algo más pequeña que la de Pablo, pero la decoración era más moderna. Un cuadro con un paisaje de casas de adobe decoraba gran parte de la pared. Y un escritorio con un vidrio grueso, sobre unas bases en madera, y silla ergonómica moderna.

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⏰ Última actualización: Jan 05 ⏰

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