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El día había comenzado bien. Soleado, con todos rebosando alegría, me esforcé desmesuradamente por igualar la de ellos. Desayuné con Lady Palutena en el gran y desolado comedor, ella leía un libro y yo me mantenía callado. Normalmente no éramos así de silenciosos pero era sábado, y sábado se podría decir que era nuestro día de ocio. Miraba mi plato con huevos revueltos y pan. Puedan o no creerlo, como casi lo que sea, aunque sea algo tan simple como esto. Estaba delicioso, pero pensar en mi descubrimiento del día anterior me mantenía controlado. Tanto que la misma Palutena lo notó y me cuestionó.

Le dije que no era nada, solamente era necesaria una sonrisa para convencerle. Eran las ventajas de ser un niño buen portado. Empecé a comer mientras seguía pensando en aquel libro que me había encontrado, en la diosa y su apariencia. Tenía suerte de no tener puesta la corona de laurel, sino Lady Palutena tendría que escuchar mis divagaciones sin sentido. Apenas acabé lavé y dejé el plato rechinando de limpio en la alacena para retirarme, no sin antes despedirme.

Iba de camino a la biblioteca. Centinelas vigilando y los demás empezando su día, sin siquiera mirarme. Eso hacía el camino relajante y silencioso, casi podía oler el aroma que los libros desprendían, que me volvía loco ya que me encantaba. Tuve que haber sabido que el ambiente era demasiado perfecto para ser verdad.

—Ah, aquí está: el idiota que no puede volar.

«No... por favor, no ahora».

No respondí, pero el ángel contrario me siguió, acompañado de su grupo de amigos que siempre me molestaba. No me interesaba saber sus nombres, los tenía apodados como "chicos que disfrutan verme sufrir". No quería supeditar de Lady Palutena, así que nunca le he dicho de esto, igual no es como que tenga ganas después de recibir múltiples insultos.

—Déjenme en paz... — murmuré, como si por arte de magia el simplemente pedirlo fuera a hacer que se cumpliera.

—¿Qué dijiste? — sentí sus manos en mi espalda empujarme, caí al suelo. Besé el suelo tan fuerte que sentí el rebote en la mandíbula a pesar de ser suelo de tierra. Me di la vuelta rápidamente, asustado. Temblaba demasiado y parecía ser tan notorio, que me sonreían perversamente. Era simplemente imposible que me dieran más miedo ellos, que alguien que podía aniquilar al mundo entero, y eso que había enfrentado seres más peligrosos. — ¿Crees que por ser el capitán eres importante? Eres basura.

Eso ya lo sabía. No necesitaba que me lo recordaran.

Pero seguía negándoselo al mundo entero. Ya que si llegaba a aceptarlo o quedarme callado, lo tomarían como un sí y empeoraría.

—No lo soy. Por algo soy el capitán.

Eso lo enojó demasiado, y eso a mi me aterró. Maldición, era mi fin. Alzó el puño y lo tomé como que estaba apunto de golpearme así que cerré los ojos, esperando el impacto. En la cara, en el estómago, donde fuera, estaba listo. Pero nunca llegó.

Temeroso abrí los ojos lentamente. Lo vi con el cuerpo engarrotado, como si hubiera sido congelado, tenía la mirada horrorizada y asqueada, pero mirando hacia el cielo.

Le había caído popó de pájaro en el cabello. Y eso que no fue poca.

Iba a reírme, pero caí en cuenta de que podía escapar ya que estaba ridículamente distraído con su perfecto peinado ahora arruinado. Me reincorporé velozmente y aunque me resbalé un poco me eché a correr con todo lo que mis piernas pudieron, no miré atrás.

—¡Esto no se va a quedar así! — le oí gritar, su voz empezaba a oírse lejana a lo que yo reí; me había librado por esta vez. No sé cuanto tiempo estuve dando vueltas para perderlos pero en cierto punto dejé de correr y me recargué en una pared. Por un minuto estuve tratando de que mi respiración se ralentizara, hundido en mis pensamientos.

Sabía que había sido ella, yo lo sé. Le sonreí al cielo, como si estuviera observándome y fuera capaz de verme. Yo sabía que era capaz de verme. Seguí caminando hacia mi destino en la biblioteca, seguiría leyendo esos escritos sobre ella, en agradecimiento por salvarme.

La biblioteca estaba en una parte externa del templo, el camino estaba rodeado de flores y de pasto verde y rebosante. Al llegar tardé un rato en encontrar el libro ya que lo había revuelto con los demás, para que nada ni nadie que no fuera yo lo encontrase. Al hacerlo me refugié en una esquina para empezar.

✓ KARMA, pit.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora