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Amelie (____)

Habían pasado unas cuantas semanas desde mi patética derrota. Ese ángel me había hecho tragarme mis palabras. Mi ego había sido completamente destruido, al igual que mi espíritu de pelea. Había terminado obsoleta como en antaño.

Al menos parecían haberme tenido misericordia, ya que un día, frente a la entrada del templo, estaba mi Albatros, ya completamente curado. Lo malo es que ahora le faltaba un ojo. No quería admitírselo a nadie, pero sí se lo comuniqué al ave: me arrepentía por haberlo dejado a su suerte. Lo que me dolía todavía más es que me perdonó sin problemas, con su mirada me daba a entender que me era fiel a pesar de todo.

El único defecto de los animales era confiar en los humanos. Y en este caso, en mí.

Mi reino se estaba destruyendo desde mi derrota. En mis paseos matutinos las grietas en la estructura eran cada vez más y más notorias. Una bruma de tristeza me invadía con cada día que pasaba. Había perdido a Vipera, las otras serpientes no ayudaban a llenar el vacío que tenía en el pecho. En retrospectiva se habían quedado desamparadas, ya que Vipera era como su madre. Podía sentir que ellas también se encontraban melancólicas. Todo parecía tan carente de sentido. Al menos aún tenía a mi Albatros, el cual siempre era muy cariñoso y efusivo conmigo.

Parecía ser otra mañana de lunes sinfín de un triste febrero, cuando escuché una voz que conocía demasiado bien, proveniente de las afueras del templo. Si tuviera que adivinar, estaba del otro lado de las pantanosas ciénagas.

Le pedí al ave gigante que se mantuviera detrás de mí, y que atacara de ser necesario. Caminé manteniendo un ritmo lento, cautelosa para que no se oyera que estaba yendo hacia allá. Lograba ver a lo lejos una persona, lo que me alarmó. No podían haber personas ahí, era imposible. Mi templo estaba en otro mundo completamente diferente, se necesitaría magia celestial para hacerlo...

Entonces me di cuenta: era Pit. Relajé mis hombros tensados, acelerando la marcha. Mi Albatros me miró confundido por mi cambio tan repentino de velocidad.

—¿Qué haces aquí, ángel? — me crucé de brazos, frunciendo el ceño.

Parecía estar admirando el alrededor, con más tranquilidad ya que antes no pudo por estar superando mis pruebas, pero al verme, retrocedió para saltar las ciénagas. Cuando estuvo del otro lado, acudió a mí con una sonrisa entusiasta dibujada en el rostro.

—¡Hola, ____!

Lo miré atónita. No pensé que se acostumbraría tan rápido a mi nombre, y mucho menos que me llamaría así, como si fuéramos amigos de toda la vida. No sabría decir si me gustaba o me desagradaba mi nombre en su boca.

Nadie me había llamado así en bastante tiempo.

—Hola, Pit. ¿Qué haces aquí?

Pregunté de nueva cuenta, ansiosa por saber la razón de su presencia. En este lugar, justo en este momento, semanas después de mi derrota. Como si mis intentos de asesinato no hubieran pasado. Suspiró, pasando sus manos por detrás de su espalda. No parecía propio de él esa formalidad, así que supuse que Palutena había hecho que lo practicara. Su posición era muy rígida.

—Estamos enterados de que tu templo se está desintegrando lentamente desde tu derrota, y queremos llegar a un convenio para ambas partes.

—¿Qué?

¿Ellos lo sabían? ¿Pero cómo?

—Un armisticio, en pocas palabras. Podemos devolverte los orbes, con la condición de que los tendremos en continua observación día y noche y que no ataques de nueva cuenta al mundo humano.

—No es como si pudiera, me clavaste la flecha de la Isla de los Amantes justo en el corazón. Mi maldad se ha ido...

Yo no era mala, ese era el problema, tan solo repartía justicia. Tal y como los humanos se la merecían. Ni más, ni menos.

Al parecer Pit se percató de este pensamiento, ya que relajó los hombros y dejó atrás esa postura enderezada, esbozando de nueva cuenta una pequeña sonrisa. Trataba de hacerme sentir mejor.

—Si te soy honesto, yo no creo que seas mala. No es tu culpa la desmesura de los humanos.

—Ya veo... pues concuerdo contigo.

—¡Por primera vez estamos de acuerdo en algo!

—Sí, sí... — ladeé la mano con desinterés, dándome media vuelta para volver al templo. — Infórmale a tu diosa que acepté su propuesta. Adiós.

Al darse cuenta, se apresuró para caminar a la par que yo, mirándome todavía con la admiración con la que leyó el diario sobre mí todos estos años. Me tensé al no comprender qué demonios quería de mí, si ya había accedido a ese estúpido tratado de paz.

—¡Podemos ser amigos!

«Amigos».

Yo nunca había tenido un amigo. No era necesario ni destacar que yo era un ser ubicuo, una diosa que estaba a la altura de los demás que habían formado la Tierra hace millones de años. ¿Para qué necesitaría yo un amigo?

Sus palabras fueron un golpe bajo para mi orgullo. No necesitaba de su estúpida amabilidad, ni su pena. Parecía querer darme ánimos después de darme una paliza que nunca olvidaría.

Esbocé una sonrisa fría, con mis dedos simulando una espada.

—Preferiría degollarme el cuello con mi espada.

Mi respuesta pareció desanimarlo, ya que hizo un puchero parecido al de un niño.

—¡Vamos, no seas así! — frunció los labios, cruzándose de brazos. No pude evitar sonreír de verdad, el ángel me causaba ternura por su manera de ser tan pura. Al ver mi sonrisa, vio que lo que había dicho no fue más que un chiste, imitando mi gesto y volviendo a ese estado animado de antes. — Podría venir a visitarte para ver que todo esté bien en el templo, y si no, se lo informaré a Lady Palutena para que te ayude. Nos beneficia a todos.

—Bien. Puedes venir cuando quieras, pero no creo que le guste a tu diosa...

—No creo que sea así, ella sabe que todo ya está bien.

Rodeé los ojos con hartazgo. Me molestaba que quisiera seguir conmigo a pesar de todo. Sentía que todavía quedaba algo por decir, y al darme cuenta de lo que era, no titubeé en mis palabras.

—Por cierto, gracias por traer de vuelta a mi Albatros.

Me había costado bastante decirlo, pero es que, sin darme cuenta, lo había extrañado bastante. Y Pit se lo merecía, después de todo lo que le hice pasar.

El castaño alado me miró confundido, ladeando la cabeza.

—¿Qué? Él vino por su cuenta, nosotros no lo trajimos.

—Oh, ya veo. De igual manera, gracias por curarlo.

Asintió con la cabeza, a modo de que no era nada.

✓ KARMA, pit.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora