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—¡Ava!

Grité al entrar en el Castillo Sempiterno, molesto. Si no es que furioso. ¿Había algo que no nos había contado al momento de conocernos? ¿Era algo más allá que una simple prisionera?

La mujer rubia apareció, confundida. Tenía un libro en sus manos y usaba la misma vestimenta de antes.

—¿Qué haces? Deberías estar obteniendo los orbes.

Puso los brazos en jarra, como si tuviera derecho de regañarme.

—Me mentiste. — espeté.

—¿Disculpa?

—No me dijiste que conocías a la diosa. — al oírme, abrió la boca para decir algo, pero nada salió de esta. Su lenguaje corporal delataba que estaba nerviosa. — Dime todo lo que sabes de ella en este momento, es muy importante, por favor...

Suspiró profundamente. Sabía que ya la había descubierto y no tenía caso que tratara de seguir fingiendo. Pasó un mechón de cabello por detrás de su oreja.

—Te lo diré. — asentí en silencio, parándome frente a ella. Dejó el libro a un lado y me miró fijamente. — Hace varios siglos ya, yo era el ángel protector de la diosa. Cuando empezó a hacerle el mal a la gente, me embarqué en un viaje igual que tú para tratar de derrotarla, por la presión que yo misma me había impuesto, creyéndome la salvadora de todos. La conocía como la palma de mi mano, así que creí que podría.

Mi cara se torció en extrema confusión, hasta que entendí lo que me quiso decir.

—Espera, ¿eres...? — la miré de arriba a abajo. Aparentemente ella no tenía nada de celestial, entonces... ¿cómo es que era posible? Asintió, me dio la espalda ya que empezó a caminar hacia una esquina de la enorme sala del castillo. La seguí de cerca. — ¿Y tus alas?

—Conseguí todos los orbes. Pero, al derrotarme, en castigo por haberme revelado a pesar de haberme dado un refugio, me recluyó en este mundo. Me arrancó las alas con su espada llameante. — todavía sin mirarme, se descubrió la espalda, dejando caer la capa que la cubría. Tenía marcas horrorosas donde debían estar sus alas. Jadeé mientras retrocedía, llevándome la mano a la boca. Volvió a cubrirse con pesar. — Tan solo fui capaz de encerrarme en el Castillo Sempiterno y tratar de vivir una vida «normal».

—Ava...

Me restregué las manos en el rostro. Era mucha información. Nunca me habría imaginado que ella era un ángel. Y la diosa se las había arrancado por su rebeldía, no me imaginaba lo doloroso que debió de haber sido.

—Lo único que pude hacer durante mis aventuras fue escribir un diario que relataba todo lo que sabía sobre la enigmática diosa.

Retire lentamente mis manos, subiendo la mirada hacia ella. Nuevamente me dejó enmudecido. Mi mente rememoró todos esos momentos que pasé leyendo aquel diario, cuando necesitaba un apoyo más allá de simples palabras bonitas, cuando estaba aburrido, cuando quería tener la esperanza de conocer a la diosa. La figura que tanto había estado buscando...

—Espera... tú...

—Yo soy la escritora del libro que encontraste. — dijo, poniendo una mano en su cintura. — Tenía la esperanza de que alguien como tú lo encontrara se interesara lo suficiente como para hacer lo que yo no pude por débil.

—¿Por qué me mentiste? ¿Por qué no me lo dijiste desde el principio?

—¿Quieres saber por qué lo hice, Pit? Porque sabía que podrías derrotarla sin necesidad de que te lo revelara. Que yo fallé en mi misión, pero que eso no pasaría contigo. Y por eso quiero darte esto... sígueme. — lo hice. La seguí hasta el piso de arriba, guiándome a la sala donde anteriormente se encontraba el orbe de Júpiter. Una funda de espada se encontraba recargada en el sillón. — Desenfúndala.

Lo hice. Una daga que desprendía un fuego turquesa se reveló, un fuego parecido al de la diosa. Tenía lo que parecía un ojo en el nudo central, pero tan solo era un pequeño diamante en forma de óvalo. Era precioso. En vez de quemar, me daba una sensación álgida al acercarlo a mi dedo índice.

—Pero... ¿por qué? — la miré, confundido.

—No creo que ese arco tuyo aguante mucho más contra ella. Te servirá para conseguir los orbes faltantes.

—Gracias, Ava. En verdad.

—No me agradezcas. — puso una mano en mi hombro mientras me dedicaba una mirada significativa.

Le sonreí, y ella también a mí.

✓ KARMA, pit.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora