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Lo sucedido me había dejado bastante confundido, sino es que histérico. ¿Por qué la diosa me había besado?

Bueno, técnicamente no lo hizo, ya que no podía olvidar que todo había sido un sueño. Pero ¿por qué? ¿Con qué propósito?

¿Acaso quería jugarnos sucio al tratar de que me enamorara de ella?

¿O...?

Se había sentido tan real, me había tocado el corazón de una forma que nadie había logrado. Había hecho que palpitase con fuerza contra mi pecho, me hizo sentir vivo.

No quería dejar que se metiera demasiado en mi cabeza, así que traté de ignorarlo y no le comenté nada a Lady Palutena. Ese día me tocaba ir por el orbe de Mercurio.

Estaba hecho de hojas de otoño del árbol eterno del otoño, bronce, sangre de dragón, rubí y diamante rojo. Era el orbe más pequeño de todos, siendo también este planeta el más pequeño del sistema solar.

Me tocaba ir a la Tierra del Otoño Perenne, donde siempre parecía ser esta misma época del año a pesar de que el mundo de la Diosa del Karma seguía cambiando constantemente. El orbe se encontraba en un pedestal, rodeado de árboles. La luz del sol parecía estar puesta únicamente sobre el orbe, el cual desprendía energía de fuego granate.

—Bueno, eso fue fácil...

No lo fue.

En absoluto lo fue.

Cuando extendí la mano para tomarlo, una energía invisible me repelió e hizo que saliera volando. Mi espalda y mi cabeza chocaron contra un árbol, provocando que cayese de cara contra el suelo lleno de hojas. Al menos habían amortiguado mi caída. Había sido electrocutado.

—¡Pit!

—Es un campo de fuerza, angelito. Deberás desactivarlo por medio de un acertijo hecho especialmente para ti.

Se estaba burlando de mí, ¿verdad?

Mi aliento era caliente y el corazón me palpitaba en los oídos. Estaba a muy poco de caer inconsciente. Levanté la mirada, reincorporándome con los codos.

—¿Es una broma?

—Yo no hago bromas.

Suspiré profundamente, dejándome caer de nuevo al suelo de hojas.

Cuando me recuperé me dispuse a tratar de resolver el enigma que tenía en frente de mí. Desactivar un campo de fuerza... tendría que tener una fuente de energía, ¿no? Me pasé la mano por la barbilla, sopesando la conclusión a la que había llegado. Entonces tenía que encontrarla.

En ese momento un estruendo aturdió mis oídos, orillándome a tapármelos. Al girar la cabeza, vi que una serie de rayos habían caído en el árbol más alto del bosque. Una secuoya. Habían iluminado el cielo a pesar de que aún era de día. Ese detalle me llamó la atención. Ni siquiera estaba lloviendo o algo parecido. Era mediodía más o menos.

Entonces se me ocurrió que los rayos que caían debían ser la fuente de energía. Energía para seguir en funcionamiento. Podría conseguir un conductor para usar esa energía en su contra. Claro, con su respectivo material aislante para no salir perjudicado. Y tal vez, así, destruir el campo de fuerza. Era cuestión de lógica que no podía lanzar flechas a lo loco.

Usualmente, un rayo contiene 5, 000, 000, 000 de julios de energía. Ahora, si eran más de uno... con eso debería bastar. Era simple, ¿no?

Phosphora me habría ayudado con esto, pensé apenado mientras me dirigía hacia la secuoya. La energía era su especialidad, como la primera batalla que tuvimos en la que casi me calcina vivo. Hacía años que no platicábamos como tal debido a nuestras responsabilidades.

Dejé a la chica de lado para concentrarme en lo que estaba haciendo. Uno de los conductores de energía era la plata, el metal, el oro, el grafito incluso. Pero ¿dónde conseguiría esos materiales? Era un bosque recóndito en comparación a los demás lugares de Regoria.

—Lady Palutena... ¿podría darme materiales para hacer un conductor de energía?

—Lo siento, Pit... pero al parecer la diosa me está bloqueando. No puedo proveerte como lo hago siempre.

¿Cómo no lo supuse? Maldita sea. Suspiré, intentando calmarme.

A ver... ¿qué haría Dark Pit en mi lugar? ¿O Phosphora? ¿O Viridi? ¿O incluso Lady Palutena...?

¿Qué haría ella?

Después de sopesar mis opciones, decidí enredar alrededor de la punta del Arco de Palutena. Esperaba que después de lanzarlo todavía sirviera, o si no mi diosa tendría que hacerme otro. Me paré esperando de nueva cuenta otra serie de rayos.

No tuve que hacerlo por mucho tiempo. Apunté hacia ellos, y cuando lo lancé, todo se volvió blanco. La onda expansiva fue tan fuerte que salí volando, aunque aleteé para tratar de mantenerme en el aire y no volverme a golpear contra un árbol. Pude vislumbrar a lo lejos que el campo de fuerza había sido destruido.

—¡Maldita sea! — escuché a la Diosa del Karma proferir, enfadada.

—¡Bien hecho, Pit! Ahora recoge el orbe.

Me reincorporé como pude, tambaleante. Recogí el arco, el cual desprendía una nube gris oscura humeante. Esperaba que todavía sirviera, o que pudiera ser reparado.

Sostuve el orbe en mis manos, inspeccionándolo de cerca antes de que desapareciera de mi alcance. Suspiré, otra misión completada.

—Felicidades, supongo.

Me ruboricé al oírla. Me encantaba su voz.

✓ KARMA, pit.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora