En esos días había conseguido otros objetos importantes para poder derrotar a la Diosa del Karma, siempre siendo cuidado por Lady Palutena.
Como, por ejemplo, un arco rosa con forma de corazón en el centro y una flecha, creadas en la Isla de los Amantes. Elaborado con el amor más puro, tenía el poder de eliminar el mal de quienes fueron golpeados por él. Oro rosa, cuarzo rosa, alas de hadas y piedras preciosas de ópalo rosadas. Me encargaría de guardarla para el final de la batalla más importante contra ella, ya que solo había una.
Y, por supuesto, también había conseguido el orbe de Marte. Estaba conformado por siete tipos de maderas desconocidas, hojas de los picos de Windermere, alas de libélula, semillas de glicina, 13 hilos de hierba dorada y esmeralda.
Cada vez que obtuve un orbe u objeto mágico, la diosa estuvo ahí. Me halagaba, aunque su tono denotaba molestia. Me gustaba mucho su voz, y tan solo avivaba mi curiosidad hacia ella. Quería verla con todas mis fuerzas.
Esta vez necesitaba el orbe de Urano, estaba hecho de diamante azul y tipos de piedras preciosas raras. Se encontraba en medio de un bosque que, extrañamente, no tenía nombre. Tan solo estaba marcado con un punto azul, como «sumamente peligroso».
Urano está compuesto de agua, metano y amoniaco sobre un pequeño centro rocoso. A mi parecer, no podía haber mejor lugar para el orbe que un bosque rodeado de montañas.
El cielo estaba pintado de un profundo tono índigo, como un hematoma que se desvanecía lentamente a medida que el sol se escondía tras el horizonte. El bosque tenía un aspecto casi fantasmal, una niebla espesa hacía que casi no pudiera ver más allá de los árboles cercanos a mí. No ayudaba que ya comenzara a oscurecer. Caminaba con cuidado, tratando de no hacer un ruido que no fuera el de mis pisadas apresuradas.
—Todo está muy tranquilo...
—Cuidado, puede ser una trampa.
Me aferré a mi arco, asintiendo en un zumbido. Podía haber cualquier cosa, inimaginable incluso, en ese lugar.
Entonces comencé a escuchar pisadas detrás mío. Cada vez se escuchaba más cerca. Para mi mala suerte no lograba ver nada. Al escuchar con detenimiento, descubrí que eran varios animales de cuatro patas. ¿Sería una manada de lobos?
En la niebla pude vislumbrarlos. Eran muchos, definitivamente era una manada. Al ver que comenzaban a trotar hacia mí, comencé a correr, huyendo despavorido por donde había venido.
El viento aullaba, su agarre helado mordía mi piel expuesta mientras corría. Mi respiración era entrecortada y mi corazón golpeaba contra mis costillas a un ritmo desesperado. Conforme avanzaba los últimos rayos de sol revelaban el terreno traicionero que se extendía ante mí. Entre traspiés logré esconderme detrás de un grupo de árboles, tratando de escuchar cualquier señal de que se acercaban.
Podía oírlos, los espeluznantes aullidos de los lobos se hacían más fuertes con cada segundo que pasaba. Era una manada numerosa, implacable. Sus ojos también brillaban de un modo particular, eran más grandes que uno ordinario. Esos lobos no eran lobos normales. Había logrado perderlos, pero sabía que no pasaría mucho tiempo antes de que me encontraran nuevamente.
Mis músculos ardían, mis pulmones pedían aire a gritos mientras trataba de recuperar el aliento. Miré frenéticamente a mi alrededor, buscando algún tipo de escape. Siendo tantos enemigos, y tan implacables, no estaba en condiciones de buscar pelea.
Contando del 1 al 3, comencé a correr de nuevo, sin siquiera saber a qué me enfrentaría si seguía ese camino desconocido. Dadas las circunstancias, no tardaría en encontrar un nuevo obstáculo. Los lobos no tardaron en encontrarme de nuevo y perseguirme sin descanso, gruñendo con una hambre inexpugnable.
Llegué hasta un claro, había un precipicio con vista al mar. Las montañas se desvanecían a lo lejos, hasta donde no alcanzaba la vista. Tenía el ocaso en todo su esplendor encima mío, mientras los lobos me tenían completamente acorralado. No tenía salida. El don del vuelo se había agotado desde hace un rato y no quería volver a perder las alas.
Mi primera reacción fue lanzarme al vacío justo cuando los lobos se abalanzaron sobre mí. Miré el atardecer que se extendía encima mío mientras mi cuerpo caía. Chocar contra el agua fue casi lo mismo como chocar contra el pavimento, fue bastante doloroso. El agua estaba helada, sentí mis extremidades entumecerse.
Mi boca se abrió, haciendo que me ahogara con el agua. Pataleé para subir a la superficie, sin éxito alguno. Entre más me movía, entre más me retorcía, tan solo parecía hundirme más. Cerré los ojos con fuerza, sintiendo mi corazón palpitar de desesperación. Me sentía vulnerable. Débil.
Al abrirlos, me percaté de que parecía que el agua se estaba drenando de alguna manera. Pude flotar, y cuando salí a la superficie, finalmente pude respirar. Mi espalda tocó el suelo árido, el cual se suponía era el fondo de mar. De pronto parecía estar en medio de un desierto. ¿Acaso la diosa había modificado el ambiente para que se me hiciera más difícil encontrar el orbe?
Me levanté y caminé entre traspiés hacia un árbol, al que me aferré tratando de mantenerme en pie. Mi garganta estaba seca, dolía, necesitaba desesperadamente un vaso de agua.
Debido a mi estado de inconsciencia, no sabía si era mi imaginación el hecho de que empecé a sentir gotas de lluvia cayendo en mi rostro. Se sentía tan real pero debía ser por el golpe de calor. No era posible que el clima cambiara tan drásticamente en segundos.
Volvía a encontrarme en medio del bosque. Unas lianas se enredaron en mis pies y brazos como si tuvieran vida propia, lo que me hizo caer de cara contra el suelo, inmovilizándome. Intentaba ponerme de pie como podía, pero el suelo lleno de lodo me lo impedía. La lluvia, que apenas se había convertido en una tormenta, caía a cántaros contra mi cuerpo tullido.
—¡Pit! — escuché la voz de Lady Palutena, se notaba terriblemente angustiada.
Grité entre jadeos, alzando mi mano al aire, como si así alguien fuese a ir a mi rescate y ayudarme a salir de ahí. Apreté el puño, gimiendo del dolor que las lianas comenzaban a provocarme por la fuerza con la que me apretaban.
A pesar de que me estaba muriendo, casi literalmente, me esforcé para alcanzar mi arco. La punta de mis dedos lo friccionaba, y si me aventuraba a alcanzarlo más, sentía que me desgarraba la piel. Conté del 1 al 3 mentalmente. Apenas lo tuve entre mis manos, me esforcé por cortar las lianas que me retenían.
Apenas estuve libre, me puse de pie entre tropiezos, echándome a correr. Veía una luz a lo lejos, parecía ser la salida del bosque. A pesar de que estaba pisando cadillos que se encajaban horrorosamente, continué. Sentía lágrimas salir de mis cuencas, las cuales flotaban en el aire hasta que chocaban contra el suelo.
Estaba llorando.
Estaba llorando por el dolor que sentía por primera vez. Por la desesperación que inundaba mi corazón.
Cuando estuve fuera del bosque, los árboles comenzaron a derrumbarse, volviéndose polvo cósmico en un visto y no visto, como si una fuerza mayor estuviera provocando su destrucción. Tan solo estaba a la orilla del mar, donde las olas saladas colisionaban contra la arena. No parecía haber algo más allá que el mar y yo.
En un pedestal, estaba del orbe de Urano. Extendí el brazo para tomarlo, y al hacerlo, una vez más, desapareció.
Esperé por la diosa diciendo las mismas palabras de siembre, y al oírlas, me ruboricé.
—Bien hecho, ángel de la Luz.
Sé que es una burla, pero más que eso parece estar... felicitándome. Orgullosa de que esté superando sus pruebas satisfactoriamente. Más que por Lady Palutena, lo hago por ella, ávido de seguir escuchando sus palabras cortando el silencio, su voz femenina y suave.
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✓ KARMA, pit.
Fanfiction⩉:⩉ « ִ ۫ ❝𝗘𝗟 𝗞𝝠𝗥𝗠𝝠 𝗘𝗦 𝗨𝗡 𝗗𝗜𝝝𝗦.❞ 𖥻 ━ ¿𝒬𝓊𝑒́ 𝓅𝒶𝓈𝒶𝓇𝒾́𝒶 𝓈𝒾 𝑒𝓈𝑒 𝒟𝒾𝑜𝓈 𝒻𝓊𝑒𝓇𝒶 𝓊𝓃𝒶 𝓂𝓊𝒿𝑒𝓇? Se sabe que existe, pero nadie la ha visto nunca, o al menos nadie que viva ha tenido el privilegio de hacerlo. Es más...