012

13 3 0
                                    

El Albatros se había recuperado satisfactoriamente. Ya podía mover su ala, aunque aún no podía volar. Lady Palutena y yo decidimos adoptarlo, al menos en mientras derrotábamos a la Diosa del Karma. Creo que estaba consciente de que ahora sí estaba en buenas manos.

Se habían identificado más ataques, como múltiples muertes por causas casi ridículas. Era claro que era por causa de la diosa, así que teníamos que acabar con ella ya.

Me tocaba ir por el orbe de Neptuno. Hecho de obsidiana, veneno de serpiente, piedra preciosa de ónix e iridio. Se encontraba en el Templo de la Medianoche, donde de hecho ahí residía la Diosa del Karma. Era consciente de que me toparía a Vipera, la serpiente enorme que era la progenitora de las otras tantas. Según recordaba vivía en las ciénagas que rodeaban el templo y se alimentaba de los monstruos que su propia diosa creaba, o en algunos casos, de sus propias crías. Se movía con gran velocidad y sigileza. Si veía a un intruso, se arrastraba rápidamente por el suelo y le inyectaba su veneno mortal por medio de una mordida bastante dolorosa.

Cuando descendí en el lugar más apropiado, me encontré con lo que parecía ser un cementerio. Habían lápidas tan antiguas, que no lograba vislumbrar los nombres tallados en la piedra. Había un ambiente fúnebre e intimidante. Gracias a graznidos roncos que me pusieron la piel de gallina, me percaté de una parvada de cuervos que comenzaron a volar en círculos en medio de las nubes oscuras, justo encima mío. Sin querer quedarme ahí más tiempo, aceleré el paso.

Las ciénagas estaban ahí, pero no lograba ver a Vipera. O a alguna de sus crías. Me asomé, confundido y atento a cualquier mínimo sonido que emitiera mi alrededor.

Entonces oí un sonido reptante. Me giré ágilmente y apunté, y entonces ahí vi a Vipera. Tenía la boca abierta, como si estuviera a punto de clavarme el diente. Cabía recalcar que sus colmillos eran largos y filosos. Sus ojos eran de un color ámbar, casi como si la luz de la luna les estuviera dando ese brillo. De un salto retrocedí, haciendo que mordiera el aire.

Comencé a caminar en círculos, sin dejar de mirarle. Aún seguía en alerta por si una de sus crías me asaltaba por detrás. Disparé indiscriminadamente, sin medirme ni tenerle piedad. Si le daba aunque sea un segundo de consideración, iría por mí.

Di algunas piruetas para mantener mi distancia, al contrario de la serpiente, la cual parecía empeñada en tener la suficiente cercanía para morderme. Y de ninguna manera dejaría que eso pasara.

Cuando dejó de moverse, seguí disparándole en la cabeza y en los ojos. Solo para asegurarme. Y así seguí mi camino. El templo estaba hecho de 12 piedras lunares, plata, titanio y polvo cósmico. Me adentré. Las puertas de aquel pasillo al entrar eran enormes, pero había una en particular que parecía más especial que las otras, por así decirlo.

—Pit, ella está en esa sala. El orbe está en la corona que está usando.

Suspiré. ¿Por qué estaba más nervioso que en otras ocasiones? Ya había vencido a Vipera. Si dijera que era porque temía que me derrotara, estaría mintiendo.

Temía verla.

Temía distraerme por su aspecto, el cual había ansiado presenciar por tanto tiempo, que fuera justamente el que me derrotara. Si mi yo de hace siglos supiera que leer ese diario me causaría tanta confusión en el futuro, de ninguna manera lo habría leído.

O sí. ¿Quién sabe?

Abrí la puerta. Era una sala enorme, todo era de color dorado. La luz era tenue, ya que la mayoría de la iluminación era la de varias portavelas que se encontraban ahí, las cuales formaban un camino. Me habría detenido a observar el lugar con más detenimiento si no fuera porque estaba infestado de serpientes. Retrocedí y salté para evitar algunas, aunque no parecían querer atacarme por el momento. Habían unas escaleras que me conducían hacia ella, también bloqueadas por los reptiles.

La diosa. Era una chica, parecía de mi edad, tenía las facciones de una humana, pero era claro que no lo era debido a la ropa tan propia de los dioses y a la gran cantidad de energía que la envolvía. Sus ojos brillaban cuales diamantes, gracias al iluminador en su lagrimal. Usaba un vestido con tonos degradados de azul oscuro, su cabello estaba hecho en un rodete con dona. Se encontraba sentada en un trono, donde serpientes la rodeaban e incluso se le subían, pero sin hacerle daño.

Y sobre su cabeza, estaba colocada la corona. Un orbe azul marino estaba incrustado en el corazón de la tiara, Neptuno. Justo el que estaba buscando.

—Todavía te falta mucho para poder vencerme.

¿Era lo primero que me diría?

—¿Qué?

—Todavía te faltan cuatro orbes. El de Neptuno, el de Venus, el del Sol y el de la Tierra. Dime, ¿tienes al menos una idea de donde se encuentran?

—Yo...

Había olvidado completamente a los otros. Eran bastantes todavía y yo ya me encontraba frente a ella.

—¿Sabes por qué me gusta la astronomía, Pit? — me miró directamente. Unas de las serpientes que la rodeaban le sirvieron el té, la diosa tomó la taza y bebió de ella como si fuera cosa de todos los días. — Porque todo tiene un porqué, una razón de ser. Una estrella tan grande como el Sol algún día explotará y un pequeño agujero negro puede convertirse en un engullidor de masa gigante. Millones de posibilidades se crearon al momento en que el universo fue creado, ¿por qué yo no puedo aprovecharlas?

—¿Por qué haces esto? ¿Causarle el mal a la gente? Solo responde eso.

—Ya deberías de haberlo deducido. El karma es una ley imprescindible del universo, ¿no puedes verlo? Yo nunca moriré. ¿Acaso sabes la verdadera razón por la que los dioses somos inmortales? — me lo pensé un momento, no dije nada. Ella sonrió satisfecha. — El mundo no estaría equilibrado sin nosotros, y por ende no existiría. Los mismos humanos se lo ganan, yo solo les doy una probada de su medicina. Sigue con esas preguntas estúpidas y haré caer todo mi poder en ti.

—Tengo que conseguir el orbe de Neptuno, y lo haré. Aunque tenga que quitarte la corona. — espeté sin dejarme intimidar.

Se levantó de su trono. Caminó lentamente hacia mí, nunca desviando la mirada para romper el contacto visual. Las serpientes se hicieron a un lado conforme avanzaba. Intenté retroceder, pero no me lo permitió. Llegó frente a mí, y se inclinó, susurrándome al oído.

—Me gusta ese entusiasmo. — me estremecí al sentir su aliento hacerme cosquillas en el lóbulo de la oreja. Cuando se alejó, escudriñé en su expresión. Parecía divertirse por lo sonrojado que estaba, o más bien, parecía estar buscando que me distrajera para atacarme. Yo también debería de tomar esa oportunidad para arrebatarle la corona. La diosa era realmente bonita. Ahora que la tenía cerca, me percaté de que tenía puesto un rubor rosado muy sutil. Sus labios brillaban gracias a lo que parecía ser aceite hidratante. Tenerla tan cerca me permitía poder respirar su aroma. Durazno. Primavera. Casi deseé que volviera a besarme, pero sacudí la cabeza, buscando hacerme reaccionar, y retrocedí. La diosa entonces sacó su espada, la cual al blandirla en el aire dejaba una estela de fuego a su paso. La empuñadura parecía estar hecha de un delgado tronco de árbol desgastado. Yo no tenía otra arma que no fuera ni arco y mi propia agilidad, así que decidí tomar eso a mi favor. Luchamos en contra durante mucho tiempo, perdí la noción de cuánto. Tenía tanta elegancia, que en ningún momento se le cayó la corona a pesar de los bruscos movimientos. Un sudor profuso recorría mi rostro, al igual que el suyo. Su maquillaje se había corrido ante el esfuerzo que había ejercido contra mí. Al notar su reflejo dañado en el suelo de mármol, me miró con resentimiento. — Una cosa es destruirme, otra muy diferente es destruir mi ego. No me avergüences así de nuevo, maldito alado.

—¡Sí, sí! ¡Enfócate en la pelea!

Comencé a esforzarme todavía más cuando en una ocasión su espada llameante estuvo demasiado cerca de mi piel y me quemó el antebrazo. Gemí de dolor, entrecerrando los ojos al tratar de resistirme ante el dolor. Malamente tenía que seguir peleando hasta que ella cayera.

Cuando lo hizo, se desplomó en el suelo, respirando con irregularidad. No pude evitar preocuparme internamente. Me acerqué y le quité la corona, donde arranqué el orbe de Neptuno. Ya lo tenía en mi posesión. Tan solo me faltaban otros 3.

—Busca a Ava. — le dijo con su último aliento, mientras desaparecía en una nube de polvo cósmico dorado. Me volteé para mirarla, confundido. — Ella te dará la información que buscas.

✓ KARMA, pit.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora