006

30 2 0
                                    

Habían diferentes puntos en el mundo alternativo, al cual habíamos apodado «Regoria». Lady Palutena incluso me había ilustrado un mapa para poder guiarme en ese lugar extraño e inhóspito. Parecía un reino de la época medieval por su geografía tan peculiar.

El primer orbe que tenía que conseguir era el de Saturno, en la Tierra Audaz. Estaba hecho de oro y piedra preciosa de citrino. Estaba cerca del mar, en un castillo donde se rezaba en lo alto la leyenda: «nunca tenemos miedo», grabada en la piedra de la que estaba hecha la fortaleza.

Cuando entré, me encontré con un lugar detenido en el tiempo. Estaba oscuro pero por los grandes ventanales rotos lograba vislumbrar un lugar sacado de la época medieval. Parecía una sala de baile, una enorme. Habían cuadros con personas que no reconocía, pero que había visto en más de una ocasión, aunado a esto, también candelabros altos con la cera derretida.

Entonces escuché una voz hablarme. Profunda y meliflua a la vez, quien se dirigió hacia mí con burla.

—Así que han logrado abrir un mundo al que solo yo tengo acceso...

—¡Eres tú! ¡Diosa del Karma!

—Vaya, así que me conoces. Qué honor...

Habló con sarcasmo, claramente burlándose de mí.

—¿Por qué vuelves a atacar? Es responsabilidad de todos mantener el orden cósmico... ¡y no puedes venir así como así después de años de paz en el mundo! Simplemente no...

Ella se rió. — Los humanos son débiles y pusilánimes. No sirven nada más que para mangonearlos y dominarlos para nuestro propio beneficio.

—¿Y qué? ¡Eres una diosa! ¡Deberías estar por encima de eso!

—No es competencia divina preservar formas de vida interiores.

—Entonces... ¡en nombre de la vida, te destruiré!

Se oyó que chasqueó la lengua con desagrado. — Qué pesado... ojalá pueda desplumarte pronto.

Sus intentos por depauperarme no me harían echarme para atrás. Ignoré su comentario y me aventuré más adentro. El suelo estaba polvoriento y lleno de barro. Probablemente gracias a las ventanas rotas, que dejaron que la lluvia torrencial inundara el interior. La única vía para poder ir al piso superior era una escalera de caracol de madera malgastada y podrida, a lo que Lady Palutena me concedió el don de vuelo por un momento para poder elevarme.

Había un largo pasillo que parecía no tener fin. Por medio de las ventanas —que no estaban rotas, tan solo muy sucias.—, podía ver el exterior. Se asomaba el arrebol, el celaje se reflejaba en los álveos desempeñándose en las montañas que se encontraban a lo lejos. Parecía un castillo de una familia muy muy poderosa. Soy consciente de que nadie lo ha habitado jamás, pero parece ser así.

Me dirigí a las habitaciones, en busca de algo que pudiera servirme para encontrar el orbe de Saturno. Habían armarios abiertos había vestidos de mujer, muy elegantes aunque antiguos, como de la época colonial. No investigué más y los cerré, dirigiéndose a otros puntos de la habitación. Me sorprendió ver varios objetos actuales, como libretas y plumas de colores. Habían 7 anillos amarillos junto a ellos, haciendo referencia a los 7 anillos de Júpiter.

Había una guitarra brillante postrada en un sillón individual, el cual estaba destrozado y rasguñado con ensañamiento. Resaltaba gracias a las piezas de pedrería de cristal que lo conformaban. Las cuerdas se veían nuevas, en comparación a todo lo demás que había en el castillo. Entre estas, había un papel encajado. Lo tomé y abrí, encontrándome con un mensaje junto a notas musicales.

«No hay tiempo para dudar ni esperar, es hora de ser valiente y tomar la iniciativa. La música en tu corazón permite que su ritmo te guíe y sostenga. Mira cómo se mueve y fluye, como el río hacia el mar, y siente cómo te llena y te empodera. Ningún miedo debe detenerte, ni ninguna duda te puede derrotar».

—¡Eso es! ¡Pit! — Lady Palutena habló de repente, haciéndome soltar un respingo. — ¡Toma la guitarra y toca la melodía que marca! ¡Así se abrirá la sala donde se encuentra el orbe!

—¡Cállate! — la voz de la diosa profirió, enfadada, pero igualmente lo hice.

No sabía tocar la guitarra, pero Viridi me había enseñado a tocar el arpa una ocasión. Era casi lo mismo, ¿no? Reconocía los acordes básicos y la tablatura, sería pan comido. Comencé a tocar, sintiendo las cuerdas hiriendo la yema de mis dedos con un escozor. Saqué la punta de la lengua, frunciendo el ceño con concentración. La melodía era suave, como un soplo de brisa en una tarde clara. Tenue y etérea, como un suspiro de amor en el aire. Como el latido de un corazón empedernido. Se deslizaba sobre mis oídos como terciopelo, dejando una sensación de paz y serenidad a su paso. Parecía un instrumento celestial.

Cuando terminé de tocar, abrí los ojos y se había abierto una sala detrás de una estantería de libros. Entré, no podía ver más que oscuridad a mi alrededor. Sin embargo, habían pequeños puntos brillantes que tintineaban en la inmensidad. Estrellas y constelaciones. Parecía como si estuviera flotando en el vacío del espacio, a excepción del suelo, que eran brillantes diamantes que me guiaban el camino. Se encontraba el orbe de Saturno flotando en medio de dos picos que lo mantenían ahí. Parecía el susodicho planeta en miniatura, una energía etérea lo envolvía.

—¿Y ahora?

—Tómalo, no te pasará nada.

La obedecí. No sentí nada diferente, la energía parecía ser tan solo una luz. Entonces desapareció de mis manos. Una luz cegadora se encendió encima de mí. Era Lady Palutena, quien me iba a traer de vuelta. Me preparé, dándole un último vistazo a la sala de estrellas.

✓ KARMA, pit.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora