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Al recuperarme y descansar un poco me dirigí de nueva cuenta al Templo de la Medianoche. No tuve otro obstáculo ya que había derrotado a Vipera. Aún así no bajé la guardia.

La sala en la que supuestamente se encontraba el orbe de Venus era visiblemente lujosa y moderna. Como la de un humano normal y corriente. El suelo de mármol, tan limpio que podía ver mi reflejo, y los candelabros de cristal eran una fácil pista de esto. Según el mapa, estaba revuelta en una tina llena de joyas brillantes visiblemente costosas, en medio de la habitación. Collares, anillos, brazaletes, pendientes, broches, entre otros. Oro, plata e incluso diamante.

—Ahí es donde me baño. — mencionó la diosa como quien no quiere la cosa, no sé porqué me ruboricé al escucharla y devolví mi mirada hacia la tina. — Procura no hacer un desastre, ¿sí? Aunque... te aviso, está lleno de víboras, así que ten cuidado.

¿Acaso me había prevenido?

No lograba verlas, pero decidí tomar mis precauciones. Metí con cuidado la punta de mi arco entre los diamantes, donde una serpiente saltó y se aferró al morderle. Solté un respingo ante el sobresalto. Bien, era verdad lo que me había dicho. Entonces... ¿cómo lo sacaría?

Como pude abrí la llave de la tina. En vez de salir agua, salieron borbotones de sangre. Temía pensar de donde la había sacado, así que simplemente dejé el pensamiento de lado. Fue tal cantidad, que las serpientes terminaron huyendo y dejaron la tina vacía, ignorando olímpicamente mi presencia.

Conseguí el orbe de Venus.

A lado de este había una pequeña hoja, húmeda por la sangre.

«Con este último orbe, los planetas se alinearán y se pondrán de tu lado para derrocar a la Diosa del Karma. Buena suerte».

¿Cómo que con este último orbe? ¿Y los otros dos?

Sacudí la cabeza. Ahora sí que no tenía tiempo para distracciones. Tenía que derrotarla sin importar cualquier cosa que sintiera en medio de la batalla, como mi irracional admiración hacia ella. Tenía que perseverar. Sin más, me dirigí a la sala en la que habíamos batallado el día anterior.

Usaba un peplo blanco, su cabello caía sobre sus hombros como piezas de dominó. Sus párpados estaban cubiertos de forma sutil por sombra de ojos blanca brillante, dándole un aspecto casi deslumbrante.

Era claro que se había arreglado para nuestra batalla final.

Para mi sorpresa, en sus manos sostenía los últimos dos orbes que me faltaban: el del Sol y el de la Tierra. Jugueteaba con ellos como si fuera cualquier cosa, muy tranquila, aparentando que no se había percatado de mi presencia. Pero sí que lo había hecho. Por eso se encontraba de esa manera.

—Los planetas están en medio de un desbalance. Por habértelos llevado, estoy perdiendo parte de mi fuerza.

—Ese es el plan.

—Pero con estos orbes que me quedan... te derrotaré.

—¡Pit! ¡Tienes que conseguirlos! — la voz de Palutena, cargada de susto, resonó en mis oídos. Solté un respingo. — ¡Sobretodo el de la Tierra!

—¿Por qué?

—Si no lo logras, significaría el fin del mundo. ¡Vamos, yo creo en ti!

Maldije para mis adentros. ¿No pudo habérmelo dicho antes? Ahora me siento todavía más presionado. Tengo que salvar el orbe del Sol también, pero en este caso, mi mayor prioridad es el de la Tierra.

Desenvainé mi daga flamígera. Al verla, la diosa se impresionó visiblemente, al no esperar que consiguiera obtenerla para poder hacerle frente. Aunque no duró mucho, ya que esbozó una sonrisa de presunción.

—Nunca uso esta espada a menos que vaya a hacer que caiga sangre. — se rió ante lo temeroso que yo estaba. Estaba en posición de pelea pero más parecía que estaba tratando de no ceder ante la presión. Sus ojos oscuros se pusieron de color blanco de forma antinatural, y comenzó a ser rodeada por una cantidad de fuerza pletórica. — No lo quisiera de otra manera.

Su voz se encontraba distorsionada también. Reforcé mi agarre a la empuñadura, suspirando para tranquilizarme. Esto ya iba en serio.

Y así, comenzó la batalla final entre la Diosa del Karma y yo.

Primero nos esquivábamos, luego me empecé a cansar de tantos juegos y tomé la ofensiva. La mujer parecía notablemente complacida por esto, ya que incluso empezó a reír mientras corría con premura hacia mí, blandiendo su espada.

No sé qué poderes había adquirido, pues empezaba a tener la capacidad de caminar en las paredes, como si no existiera la gravedad en ese lugar. Era claro que esto me estaba complicando bastante el dispararle. Después de nuestra última pelea se había dado cuenta de que yo no sería tan fácil de derrotar.

En la sala se escuchaba el estridente sonido de las hojas al chocar. Fuego contra hielo. Ambos ya nos encontrábamos cansados, sudábamos con profusa intensidad. Cabía destacar que nos estábamos desangrando por habernos logrado hacer una que otra tajada, pero ninguno quería ceder ante el otro.

No podía. El destino del mundo dependía de mí. Nuevamente tenía ese peso en mis hombros y no era una opción darme el lujo de simplemente dejarlo a su suerte. Yo era su salvador, tenía que serlo en esta y en las siguientes ocasiones que le siguieran.

Llegó un momento en que caímos frente a frente. Nos reincorporamos como pudimos, con nuestras espadas intentábamos darle al otro, sin mucho éxito. Con mis últimas fuerzas, saqué el arco rosa con forma de corazón en el centro y una flecha, creadas en la Isla de los Amantes. Tenían el poder de eliminar el mal de quienes fueron golpeados por él.

En un ágil movimiento le apunté, y sin dejarle reaccionar siquiera, disparé, y la flecha fue clavada en su corazón.

Me miró a los ojos, con sus ojos ensombrecidos y cristalizados, luego a la herida de la flecha que comenzó a destilar sangre. Su mirada me recordó a la de un animal herido e indefenso.

Cayó desplomada de lado en el suelo, con la respiración errática intentó hacer presión para tratar de retirar. Comenzaba a faltarle el aire. Sin embargo, esta ya había hecho su función.

Tomé los orbes de la Tierra y el Sol. Los examiné de cerca. El del Sol estaba tibio, mientras que el de la Tierra estaba simple y sencillamente, seco. En vez de que Lady Palutena se los llevara, todos los orbes que había recolectado aparecieron frente a mí, los últimos dos empezaron a flotar en el aire junto a ellos. Me rodearon, y sin darme oportunidad de reaccionar, se fundieron en mi interior. Una luz que emergió de mi interior me cegó.

Aunque no sentía nada de diferencia, pude ver mi reflejo en el suelo empapado de nuestra sangre diluida. Ahora me veía como ella. Una energía azul etérea me rodeaba y mis ojos estaban blancos. Parecía ser más que un simple ángel, y, en vez de eso, un ser superior. Como si estuviéramos al mismo nivel. Un ser tan superior como los dioses.

—¿Cómo puedo llamarte...?

Mi voz también estaba distorsionada. No sabría decir si eso me gustaba o me asustaba.

Me miró. Esta vez no reflejaba resentimiento o algo parecido, reflejaba respeto. Me miraba como si hubiera aceptado su derrota. Sus ojos eran tan parecidos a los orbes que había conseguido durante este largo viaje, que todo pareció valer la pena.

—Amelie, pero también puedes llamarme ____.

Asentí, para después tomar de nueva cuenta mi daga.

✓ KARMA, pit.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora