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Me tocaba ir por la Llave Dorada, ubicada en la Tierra de los Poetas. Se dice que esta llave es capaz de abrir cualquier puerta en Regoria, además de poder crear portales que teletransportan al poseedor de la llave a cualquier lugar deseado. Con ella, finalmente podríamos dar con el templo de la Diosa del Karma.

Estas tierras se desvanecían en un grisáceo fúnebre. A comparación de otros lugares, era el lugar más lóbrego que había visitado en Regoria. Vi los monstruos que Ava me había prevenido, intenté evitarlos como pude. Sin embargo, el don del vuelo se agotó y al final tuve que darles pelea.

Cada vez habían más. Comencé a desesperarme. Apenas acabé con aquella oleada y vi llegar más a lo lejos, me dispuse a correr lejos de ahí.

—¡Pit! He creado un riel para que puedas ir donde se encuentra la llave.

Ladeé la cabeza.

—¿Así de fácil?

—Oh, créeme que no. Hay un Albatros gigante que la protege de quien intente llevársela.

Entonces recordé lo que Ava me había platicado. Era prácticamente indestructible, pero su punto débil eran sus alas y los ojos. Con eso en mente, tomé el Néctar Divino y me subí al riel, esperando a que me llevara hasta el campo de batalla.

Escuché trinos que me taladraron los oídos. Una ráfaga de viento me golpeó, haciendo que casi me tambaleara. Con cada batida de sus alas, la tierra temblaba y los árboles se estremecian, como si estuvieran temblando ante la presencia de esa criatura majestuosa y poderosa. Ahí vi al Albatros, quien abrió sus alas como un paracaídas y comenzó a ir a por mí sin siquiera esperar a que llegara al domo cerrado. Mientras disparaba hacia el ave gigante, intentando defenderme, pensé en lo triste que debía sentirse estando en un espacio tan cerrado debido al egoísmo de una diosa. Su especie predominaba en los océanos Pacífico e Índico, no en un lugar tan árido.

Cuando toqué el suelo firme del domo, me dispuse a correr lo más rápido que podía, sin perder de vista a la enorme ave. Se movía de forma muy eficiente en el aire y, utilizando el planeo dinámico, cubría grandes distancias con poco esfuerzo. Descendió en picada, pareciendo querer encajarme su pico grande, fuerte y aguzado.

Saqué mi arco, renovado y reconstruido. Se veía como si lo del campo de fuerza no hubiese sucedido nunca. Le disparé con una flecha de Luz, justo en un ala, y con gran agilidad, tomé otra y apunté a su ojo, fijo en mí y en mis movimientos. Trinó de dolor, fruncí mi expresión con irritación. Creo haber escuchado que incluso Lady Palutena se quejó.

No dejé que eso me detuviera y, para mi pesar, disparé. El ave cayó al suelo, levantando el polvo que se había asentado al suelo por el paso del tiempo. Retrocedí de un salto, atento a sus movimientos. La verdad es que verlo retorcerse mientras la sangre salía a borbotones no era algo nada bonito.

—¿Y ahora?

—La llave se encuentra en... — hizo una pausa prolongada. Subí la mirada al techo del domo, como si pudiera verla. — No puede ser...

—¿Qué?

—El Albatros se tragó la llave, está en su estómago.

—Ave estúpida... — escuché a la Diosa del Karma, de mal humor como se costumbre. Suspiró. — En fin, al menos no se los dejó nada fácil. Dime, angelito, ¿qué harás? ¿Destriparlo para sacar la llave de su interior? Acaba con su sufrimiento, de todos modos ya no puede volar. Igual que tú.

Dejé de moverme al escucharla. Mi corazón dejó de latir por un segundo, palidecí terriblemente. No lograba identificar donde estaba mi mirada ya que comencé a observarlo todo. Eso había sido bastante cruel.

Verme reflejada en esa ave... tener que matarle era como si tuviera que suicidarme al mismo tiempo. El Albatros seguía vivo, pero su respiración se hacía más pesada conforme pasaban los segundos. Cuando miré mis manos, preguntándome si sería capaz, me di cuenta de que estaba temblando. El agarre a mi arco comenzaba a menguar.

Lo solté, emitió un sonido horrendo al chocar contra el suelo. Me estaba cuestionando todo, y debía apurarme si es que quería salvar al ave. Tenía que tomar una decisión. ¿Héroe o villano? ¿Sería malo si acabara con su sufrimiento matándolo, o sería egoísta salvarlo para extender su tiempo de vida? ¿Y si la diosa tenía razón?

No.

No tenía razón.

Me acerqué a él a paso rápido e intenté sentarlo. Comencé a practicarle la maniobra de Heimlich. No era tan grande como para no poder hacerlo. Comenzó a gruñir, como tratando de escupir lo que había tragado. No me detuve ni un segundo, estaba desesperado por salvarlo.

La llave estaba babeada y pegajosa. Aún así, la tomé para que mi diosa pudiera llevársela.

—Lo siento mucho por dispararte. — le dije, acariciando la herida superficialmente. Me miró con el único ojo que le quedaba, asintiendo con la cabeza a los segundos, como tratando de decirme que me perdonaba por lo que había hecho. — Lady Palutena, ¿podemos quedárnoslo? Al menos para curarla.

—Está bien. — accedió sin más.

✓ KARMA, pit.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora