17-2. Privacidad

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—Sylvie.

Levantó la cabeza para mirar, pero no había sido nadie, sólo una alucinación.

El movimiento provocó que la cinta de color azul con la que sostenía su cabello se deshiciera, dejando caer este sobre sus hombros. Sylvie lo miró. No era un cabello muy largo, pero había crecido más desde que lo amarró con un lazo por primera vez.

¿Cuánto tiempo había pasado ya?

Hoy traía un vestido diferente al que usó por vez primera. Uno más corto y liviano, un vestido amarillo de una sola pieza con diseños florales.


—Saldré otra vez. Hay una cosa de mi trabajo que debo revisar.

—¿Irá a la ciudad de nuevo... maestro?— desde que el doctor la enseñaba algunos de sus conocimientos de medicina, había dejado claro que ya no era una esclava (para él nunca lo había sido) y que ahora era su aprendiza —¿Puedo acompañarlo?

—No es necesario. Sé que estás agotada por tus prácticas. Quédate a descansar.


Eso era lo que le había dicho. Quiso insistir un poco más pero el doctor ya no estaba en casa para ese instante.

—Tonto Infifuss... Ifunuss... ¡como se llame!

Sylvie había reprobado, no podía sacarse de la cabeza que su maestro la dejó atrás y no la llevó a ese dichoso "asunto de trabajo" por no considerarla digna.

No tenía la costumbre de contar los días, pero desde que había comenzado a estudiar, una vez vendó el asa de una jarra, la cual tenía una pequeña punta que pinchaba los dedos. Medicina preventiva, había dicho el doctor una vez, pero no pareció ser suficiente...

No contaba los días...

¿Cuántos días habían pasado? ¿Cuántas semanas? ¿Ya habrán pasado uno o dos meses? No lo pensaba. Aunque sí recordaba el primer día, cómo sucedió.

Era de mañana y la iban a entregar como un objeto, para servir de pago al doctor que había prestado sus servicios a sus amos. El trabajo del doctor fue en vano, aunque por motivos que no le correspondían, de todos modos merecía su debido pago y a falta de bienes materiales, ella misma fungió como recompensa.

Si su nuevo amo iba a ser un depravado, un sádico o un tirano, no se lo dijeron, aunque no es como si el hecho de saberlo o no hubiera cambiado su suerte de todas formas.

Afortunadamente no fue así y su vida sí tomó un rumbo diferente.


Con esas divagaciones decidió hacer algo con su tiempo. Sylvie salió al patio de la casa cargando una cubeta de ropa sucia y la llevó a un pequeño lavadero cerca de un árbol que daba sombra.

A esta hora la luz solar no era demasiado calurosa y no había corrientes de viento considerables. Mientras unas gotas de sudor bajaban por sus axilas expuestas, quitó las hojas secas que habían caído sobre el lavadero antes de comenzar a lavar –obviamente- la ropa.

Le gustaba hacer ese tipo de cosas, era relajante. Aunque la presencia del doctor era pacífica (la mayoría de las veces), disfrutaba un breve momento a solas para ordenar sus pensamientos. Tal como ahora.

—Au...— se quejó, tenía una pequeña molestia en el cuerpo.

Sylvie comprendía que era muy dependiente del doctor, y que quizá a veces podía ser un inconveniente.

Esa noche habían vuelto a dormir juntos, muy juntos. La cama del doctor era estrecha, pensada para una persona a la vez. Cuando el doctor se lo proponía podía tener un sueño tan pesado... que nada lo despertaría en toda la noche, aunque esto no signifique que no se mueva dormido.

Teaching Feeling: Sentimientos ApestososDonde viven las historias. Descúbrelo ahora